Acojan la Palabra sembrada en Ustedes (1) T-28. 07-03-2020
- Eduardo Ibáñez García
- 6 mar 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 7 mar 2020

Una reflexión sobre la constitución dogmática Dei Verbum
Reflexión, sobre los principales documentos del Vaticano II.
De las cuatro constituciones aprobadas, la de la Palabra de Dios, la Dei verbum, es la única, junto con la de la Iglesia, la Lumen gentium, en tener la calificación de dogmática. Esto se explica, con el hecho de que, con este texto, el Concilio pretendía reafirmar, el dogma de la inspiración divina de la Escritura y precisar, al mismo tiempo, su relación con la tradición. Fiel, al intento de dar luz, a las implicaciones más estrechamente espirituales y edificantes de los textos conciliares, me limitaré, también aquí, a algunas reflexiones dirigidas a la práctica y a la meditación personal.
1. Un Dios que habla
Padre Raniero Cantalamessa, ofmcap
El Dios bíblico es un Dios que habla. Habla el Señor, …no está en silencio, dice el salmo (Salmo 50, 1-3). Dios mismo, repite infinidad de veces en la Biblia: Escucha, pueblo mío, quiero hablar (Salmo 50, 7). En esto, la Biblia ve la diferencia más clara, con los ídolos que tienen boca, pero no hablan (Salmo 115, 5). Dios, se ha servido de la palabra, para comunicarse con las criaturas humanas.
Pero ¿Qué significado, debemos dar a expresiones tan antropomórficas como: Dios dijo a Adán, así habla el Señor, dice el Señor, oráculo del Señor y otras similares? Se trata, evidentemente, de un hablar diferente al humano, un hablar a los oídos del corazón. ¡Dios habla como escribe! Pondré mi Ley dentro de ellos y la escribiré en sus corazones, dice en el profeta Jeremías (Jeremías 31, 33).
Dios no tiene boca, ni respiración humana: su boca es el profeta, su respiración es el Espíritu Santo. Tú serás mi boca, dice Él mismo a sus profetas o también pondré mi palabra en tus labios. Es el sentido de la célebre frase: los hombres han hablado de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1, 21). La expresión locuciones interiores, con la que se expresa, el hablar directo de Dios, a ciertas almas místicas, se aplica, en un sentido cualitativamente diferente y superior, también al hablar de Dios a los profetas en la Biblia. Sin embargo, no se puede excluir que, en algunos casos, como en el bautismo y la transfiguración de Jesús, se trataba de una voz, que resonaba milagrosamente también a lo exterior.
De todos modos, se trata de un hablar en sentido verdadero; la criatura recibe un mensaje, que puede traducir en palabras humanas. Así vívido y real, es el hablar de Dios, que el profeta recuerda con precisión el lugar y el tiempo, en el que una cierta palabra viene sobre él: El año de la muerte del rey Ozías (Isaías 6, 1), El año treinta, el día quinto del cuarto mes, mientras me encontraba en medio de los deportados, a orillas del río Queba (Ezequiel 1, 1), En el segundo año del rey Darío, el primer día del sexto mes (Ageo 1, 1). Así de concreta, es la palabra de Dios, que de ella se dice que cae sobre Israel, como si fuera una piedra: El Señor, ha enviado una palabra a Jacob. Ella caerá sobre Israel (Isaías 9, 7). Otras veces, la misma concreción se expresa con el símbolo, no de la piedra que golpea, sino, del pan que se come con gusto: Cuando se presentaban tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón (Jeremías 15, 16. Ezequiel 3, 1-3).
Ninguna voz humana alcanza al hombre, en la profundidad en la que lo hace la Palabra de Dios. Esta penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula; y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Habacuq 4, 12). A veces, el hablar de Dios es una voz, que parte los cedros del Líbano (Salmo 29, 5); otras veces, se parece al rumor de una brisa suave (1 Reyes 19, 12). Conoce, todas las tonalidades del hablar humano.
El discurso sobre la naturaleza, del hablar de Dios, cambia radicalmente, en el momento en el que se lee en la Escritura, la frase: La palabra, se hizo carne (Juan 1, 14). Con la venida de Cristo, Dios habla también con voz humana, audible a los oídos también del cuerpo. Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos, acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos (1 Juan 1, 1).
¡El Verbo, ha sido visto y oído! Y, sin embargo, lo que se escucha no es palabra de hombre, sino palabra de Dios, porque quien habla, no es la naturaleza si no la persona; y la persona de Cristo, es la misma persona divina del Hijo de Dios. En Él, Dios no nos habla más, a través de un intermediario, por medio de los profetas, sino en persona, porque Cristo es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser (Eb 1, 2). Al discurso indirecto, en tercera persona, lo sustituye el discurso directo, en primera persona. Ya no ¡Así dice el Señor! u ¡Oráculo del Señor! sino ¡Yo os digo!
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