Acojan la Palabra sembrada en Ustedes (2a) T-30. 21-03-2020
- Eduardo Ibáñez García
- 20 mar 2020
- 4 Min. de lectura

Una reflexión sobre la constitución dogmática Dei Verbum
Reflexión, sobre los principales documentos del Vaticano II.
De las cuatro constituciones aprobadas, la de la Palabra de Dios, la Dei verbum, es la única, junto con la de la Iglesia, la Lumen gentium, en tener la calificación de dogmática. Esto se explica, con el hecho de que, con este texto, el Concilio pretendía reafirmar, el dogma de la inspiración divina de la Escritura y precisar, al mismo tiempo, su relación con la tradición. Fiel, al intento de dar luz, a las implicaciones más estrechamente espirituales y edificantes de los textos conciliares, me limitaré, también aquí, a algunas reflexiones dirigidas a la práctica y a la meditación personal.
2. La lectio divina
Padre Raniero Cantalamessa, ofmcap
Después de las observaciones, sobre la palabra de Dios en general; quisiera concentrarme en la palabra de Dios, como un camino de santificación personal. La palabra de Dios –dice la Dei Verbum– es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia y fortaleza de la fe; para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual.
Se han propuesto varios métodos y esquemas para la lectio divina. Estos, sin embargo, tienen la desventaja, de estar diseñados casi siempre, en función de la vida monástica y contemplativa; y por lo tanto, poco adecuados a nuestro tiempo, en el que se recomienda la lectura personal de la Palabra de Dios, a todos los creyentes, religiosos y laicos.
Por fortuna, la Escritura nos propone, por sí misma, un método de lectura de la Biblia, al alcance de todos. En la carta de Santiago (Santiago 1, 18-25), leemos un famoso texto sobre la palabra de Dios. Del mismo obtenemos, un esquema de la lectio divina que tiene tres etapas u operaciones sucesivas: acoger la palabra, meditar la palabra, poner en práctica la palabra. Reflexionemos sobre cada una ellas.
a) Acoger la Palabra
La primera etapa, es la escucha de la Palabra: Recibid con docilidad, dice el apóstol, la Palabra sembrada en vosotros. Esta primera etapa, abarca todas las formas y las maneras, en que el cristiano entra en contacto, con la palabra de Dios: la escucha de la Palabra en la liturgia, las escuelas bíblicas, los subsidios escritos y –insustituible– la lectura personal de la Biblia.
El Santo Concilio –se lee en la Dei Verbum– exhorta con vehemencia, a todos los cristianos, en particular a los religiosos, a que aprendan el sublime conocimiento de Jesucristo (Filipenses 3, 8), con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para ello y por otros medios.
En esta fase, debemos tener cuidado con dos peligros. El primero es pararse en la primera etapa y transformar la lectura personal de la Palabra de Dios, en una lectura impersonal. Este peligro es muy grande, sobre todo en los lugares de formación académica. Si uno espera, a ser desafiado personalmente por la Palabra –observa Kierkegaard– hasta que no haya resuelto, todos los problemas asociados con el texto, las variaciones y las diferencias de opinión de los expertos, nunca concluirá nada. La Palabra de Dios ha sido dada, para que la pongas en práctica y no para que te ejercites, en la exégesis de sus oscuridades. No son los puntos oscuros de la Biblia, decía el mismo filósofo, los que me dan miedo; ¡son sus puntos claros!
El otro peligro, es el fundamentalismo: tomar todo lo que se lee en la Biblia a la letra, sin mediación hermenéutica alguna. Solo en apariencia, los dos excesos, hipercriticismo y fundamentalismo, se oponen: tienen en común el hecho de quedarse en la letra, descuidando el Espíritu.
Con la parábola de la semilla y el sembrador (Lucas 8, 5-15), Jesús, nos ofrece una ayuda, para descubrir dónde estamos, cada uno de nosotros, en cuanto a la recepción de la palabra de Dios. Él distingue cuatro tipos de suelo: el camino, el terreno pedregoso, las espinas y el terreno bueno. Explica, entonces, lo que simbolizan los diferentes terrenos: el camino a aquellos en los que las palabras de Dios no tienen tiempo ni para detenerse; el terreno pedregoso, a los superficiales e inconstantes que escuchan tal vez con alegría, pero no dan a la palabra una oportunidad de echar raíces; el terreno lleno de zarzas, a los que se dejan ahogar por las preocupaciones y los placeres de la vida; el terreno bueno son los que escuchan y dan fruto con perseverancia.
Leyendo, podríamos tener la tentación de sobrevolar a toda prisa, sobre las tres primeras categorías, a la espera de llegar a la cuarta que, aun con todas nuestras limitaciones, pensamos que es nuestro caso. En realidad –y aquí está la sorpresa– el terreno bueno son los que, sin esfuerzo, ¡se reconocen, en cada una de las tres categorías anteriores! Los que humildemente, reconocen las veces que han escuchado distraídamente; las veces que han sido inconstantes en los propósitos, que ha despertado en ellos, la escucha de una palabra del Evangelio; las veces que se han dejado ganar por el activismo y por las preocupaciones materiales. He aquí, sin darse cuenta, que se están convirtiendo en el verdadero terreno bueno. ¡Que el Señor, nos conceda también a nosotros, ser de los suyos!
Sobre el deber, de aceptar la palabra de Dios y no dejar que ninguna caiga en saco roto, escuchemos la exhortación, que daba a los cristianos de su tiempo, uno de los más grandes estudiosos de la palabra de Dios, el escritor Orígenes:
Ustedes que están acostumbrados, a tomar parte en los divinos misterios, cuando reciben el cuerpo del Señor, lo conservan con todo cuidado y toda veneración, para que ni una partícula caiga al suelo, para que nada se pierda del don consagrado. Estáis convencidos, justamente, de que es una culpa, dejar caer sus fragmentos por descuido. Si por conservar su cuerpo, son tan cautos –y es justo que lo sean–, saben que descuidar la palabra de Dios, no es culpa menor, que descuidar su cuerpo.
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