Acojan la Palabra sembrada en Ustedes (2c - final) T-32. 4-04-2020
- Eduardo Ibáñez García
- 3 abr 2020
- 3 Min. de lectura

Una reflexión sobre la constitución dogmática Dei Verbum
Reflexión, sobre los principales documentos del Vaticano II.
De las cuatro constituciones aprobadas, la de la Palabra de Dios, la Dei verbum, es la única, junto con la de la Iglesia, la Lumen gentium, en tener la calificación de dogmática. Esto se explica, con el hecho de que, con este texto, el Concilio pretendía reafirmar, el dogma de la inspiración divina de la Escritura y precisar, al mismo tiempo, su relación con la tradición. Fiel, al intento de dar luz, a las implicaciones más estrechamente espirituales y edificantes de los textos conciliares, me limitaré, también aquí, a algunas reflexiones dirigidas a la práctica y a la meditación personal.
2. La lectio divina
Padre Raniero Cantalamessa, ofmcap
c. Hacer la Palabra
Llegamos así, a la tercera fase del camino, propuesto por el apóstol Santiago: Sean de aquellos, que ponen en práctica la palabra… quien la pone en práctica, encontrará su felicidad al practicarla… Si uno escucha solamente y no pone en práctica la palabra, se asemeja a un hombre, que observa su propio rostro en un espejo: apenas se siente observado se va y enseguida se olvida cómo era.
Esta es también, la cosa que más le agrada a Jesús: "Mi madre y mis hermanos, son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lucas 8, 21). Sin este hacer la Palabra, todo el resto acaba siendo una ilusión, una construcción en la arena (Mateo 7, 26). No se puede, ni siquiera decir, de haber entendido la Palabra; porque, como escribe San Gregorio Magno: la palabra de Dios, se entiende verdaderamente, solamente cuando se comienza a practicarla.
Esta tercera etapa, consiste en obedecer a la Palabra. Las palabras de Dios, bajo la acción actual del Espíritu, se vuelven expresión de la voluntad viviente de Dios hacia mí, en un determinado momento. Si escuchamos con atención, nos daremos cuenta, con sorpresa, que no hay un día en el que, en la liturgia, en la recitación de un salmo o en otros momentos, no descubramos una palabra, de la cual debemos decir: ¡Esto, es para mí! ¡Esto, es lo que hoy, tengo que hacer!
La obediencia a la palabra de Dios, es la obediencia que podemos hacer siempre. De tener que obedecer a órdenes y a autoridades visibles, solo pasa a veces, tres o cuatro veces en la vida, si se trata de obediencias serias; pero obediencia a la palabra de Dios, puede haber una en cada momento. Y también, es la obediencia que podemos hacer todos, súbditos y superiores. San Ignacio de Antioquía, daba este maravilloso consejo a un colega suyo del episcopado: Nada se haga sin tu consenso, pero tú no hagas nada sin el consenso de Dios.
Obedecer a la palabra de Dios, significa, en realidad, seguir las buenas inspiraciones. Nuestro progreso espiritual depende en gran parte, de nuestra sensibilidad a las buenas inspiraciones y a la rapidez con la que respondemos. Una palabra de Dios, te ha sugerido un propósito, te ha puesto en el corazón, el deseo de una buena confesión, de una reconciliación, de un acto de caridad; te invita, a interrumpir un momento el trabajo y a dirigir a Dios un acto de amor. No pongas excusas, no dejes que pase. Timeo Iesum transeuntem, decía el mismo San Agustín; o sea decir: Tengo miedo de la buena inspiración que pasa y que no vuelve.
Terminamos con el pensamiento, de un antiguo Padre del desierto. Nuestra mente decía, es como un molino, este es un continuo moler, durante todo el día, desde el primer grano que se pone en él. Apurémonos, por lo tanto, a poner en este molino, desde la mañana temprano, el buen grano de la palabra de Dios; de no hacerlo, viene el demonio y pone en él la cizaña.
Comments