Acojan la Palabra, sembrada en ustedes – 4ª. Parte (Tema)
- Eduardo Ibáñez García
- 30 abr 2021
- 2 Min. de lectura
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

2. La lectio divina - (b) Contemplaré la Parola
T-88. 1-05-2021
La segunda etapa, sugerida por Santiago, consiste, en fijar la mirada en la palabra, en el estar, largo tiempo delante del espejo, vale a decir, en la meditación o contemplación de la Palabra. Los Padres, usaban para esto, las imágenes del masticar o del rumear. La lectura –escribía Giugo II– ofrece a la boca, un alimento sustancioso; la meditación, lo mastica y lo despedaza. Cuando uno recuerda, las cosas oídas dulcemente, las vuelve a pensar en su corazón, se vuelve similar al rumiante, dice san Agustín.
El alma, que se mira en el espejo de la Palabra, aprende a conocer cómo es, aprende a conocerse a sí misma, descubre su deformidad, de la imagen de Dios y de la imagen de Cristo. Yo, no busco mi gloria, dice Jesús (Juan 8, 50): aquí, el espejo delante de ti y en seguida, ves lo lejos que estás de Jesús, si buscas tu gloria; bienaventurados, los pobres de espíritu, el espejo está de nuevo delante de ti y en seguida, te descubres lleno de apegos y lleno de cosas superfluas, lleno sobre todo de ti mismo; la caridad, es paciente… y te das cuenta, cuanto tú eres impaciente, envidioso, interesado. Más que escrutar la Escritura (Juan 5, 39), se trata, de dejarse escrutar, por la Escritura.

La palabra de Dios –dice la Carta a los Hebreos– está viva, eficaz y más cortante, que la mejor espada; esa penetra, hasta el punto de división del alma y del espíritu, en las junturas y en la médula; y escruta en los sentimientos y en los pensamientos del corazón. No hay criatura, que pueda esconderse delante de él, pero todo está desnudo y descubierto, a los ojos suyos. (Hebreos 4, 12-13).
En el espejo de la Palabra, por suerte, no vemos solamente a nosotros mismos y nuestra deformidad; vemos antes de todo, el rostro de Dios; mejor aún, vemos el corazón de Dios.
La Escritura, dice san Gregorio Magno, es una carta de Dios omnipotente, a su criatura; en ella, se aprende a conocer el corazón de Dios, en la palabra de Dios. También, para Dios, vale el dicho de Jesús: La boca, habla de la plenitud del corazón (Mateo 12, 34). Dios, nos ha hablado en la Escritura, de lo que llena siempre su corazón: o sea, el amor. Todas las Escrituras, han sido escritas, para esta finalidad: que el hombre, pudiera entender, lo mucho que Dios lo ama; y lo entendiese, para inflamarse de amor hacia Él. En cualquier ocasión, en cualquier tiempo, es magnífico, para volver a leer toda la Escritura, desde este ángulo, como la historia de las misericordias de Dios.
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