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Acojan la Palabra, sembrada en ustedes – 5ª. Parte y final (Tema)

  • Eduardo Ibáñez García
  • 7 may 2021
  • 2 Min. de lectura

Por Raniero Cantalamessa,

Predicador de la Casa Pontificia



2. La lectio divina – (c) Hacer la Palabra

T-89. 8-05-2021


Llegamos así, a la tercera fase del camino, propuesto por el apóstol Santiago: Sean de aquellos, que ponen en práctica la palabra… quien la pone el práctica, encontrará su felicidad, al practicarla… Si uno, escucha solamente y no pone en práctica la palabra, se asemeja a un hombre, que observa su propio rostro, en un espejo; apenas se siente observado, se va y enseguida, se olvida cómo era.


Este es también, el aspecto, que más le agrada a Jesús: Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica (Lucas 8, 21). Sin este, hacer la Palabra, todo el resto, acaba siendo una ilusión, una construcción en la arena (Mateo 7, 26). No se puede, ni siquiera decir, de haber entendido la Palabra, porque como escribe san Gregorio Magno, la palabra de Dios, se entiende verdaderamente, solamente cuando se comienza a practicarla.


Esta tercera etapa, consiste, en obedecer a la Palabra. Las palabras de Dios, bajo la acción actual del Espíritu, se vuelven expresión, de la voluntad viviente de Dios, hacia mí, en un determinado momento. Si escuchamos con atención, nos daremos cuenta con sorpresa, que no hay un día en el que, en la liturgia, en la recitación de un salmo o en otros momentos, no descubramos una palabra, de la cual debemos decir: ¡Esto, es para mi! ¡Esto, es lo que hoy, tengo que hacer!


La obediencia a la palabra de Dios, es la obediencia, que podemos hacer siempre. De tener que obedecer a órdenes y a autoridades visibles, solo pasa a veces, tres o cuatro veces en la vida, si se trata de obediencias serias; pero, obediencia a la palabra de Dios, puede haber una en cada momento. Y también, es la obediencia, que podemos hacer todos, súbditos y superiores. San Ignacio de Antioquía, daba este maravilloso consejo, a un colega suyo del episcopado: Nada se haga, sin tu consenso, pero tú no hagas nada, sin el consenso de Dios.


Obedecer, a la palabra de Dios, significa en realidad, seguir las buenas inspiraciones. Nuestro progreso espiritual, depende en gran parte, de nuestra sensibilidad, a las buenas inspiraciones y a la rapidez, con la que respondemos. Una palabra de Dios, te ha sugerido un propósito, te ha puesto en el corazón, el deseo de una buena confesión, de una reconciliación, de un acto de caridad; te invita a interrumpir, un momento el trabajo y a dirigir a Dios, un acto de amor. No pongas excusas, no dejes que pase. Timeo Iesum transeuntem, decía el mismo san Agustín; o sea, Tengo miedo, de la buena inspiración que pasa y que no vuelve.



Terminamos con el pensamiento, de un antiguo Padre del desierto. Nuestra mente, decía, es como un molino; este, continúa moliendo, durante todo el día, el primer grano que se pone en él. Apurémonos, por lo tanto, a poner en este molino, desde temprano de la mañana, el buen grano de la palabra de Dios; de no hacerlo, viene el demonio y . Nuestra mente pone en él la cizaña.


La palabra particular, que podemos poner hoy, en el molino de nuestro espíritu, es el lema del año jubilar de la misericordia: Sean misericordiosos, como es misericordioso, nuestro Padre celestial.

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