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Acojan la Palabra, sembrada en ustedes – 1ª. Parte (Tema)

  • Eduardo Ibáñez García
  • 9 abr 2021
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 23 abr 2021

Por Raniero Cantalamessa,

Predicador de la Casa Pontificia




1. Un Dios que habla – 1ª. parte


T-85. 10-04-2021


El Dios bíblico, es un Dios que habla. Habla el Señor, …no está en silencio dice el salmo (Salmo 49, 1-3). Dios mismo, repite infinidad de veces, en la Biblia: Escucha, pueblo mío, quiero hablar… (Salmo 49, 7). En esto, la Biblia, ve la diferencia más clara, con los ídolos que tienen boca, pero no hablan… (Salmo 113B, 5). Dios, se ha servido de la palabra, para comunicarse con las criaturas humanas.


Pero ¿Qué significado, debemos dar, a expresiones tan antropomórficas, como: Dios, dijo a Adán; así, habla el Señor; dice, el Señor; oráculo, del Señor; y otras similares? Se trata, evidentemente, de un hablar diferente al humano, un hablar a los oídos del corazón. ¡Dios, habla como escribe! Pondré mi Ley dentro de ellos y la escribiré en sus corazonesdice, en el profeta Jeremías (Jeremías 31, 33).


Dios no tiene boca, ni respiración humana: su boca es el profeta, su respiración es el Espíritu Santo. Tú serás mi boca dice Él mismo, a sus profetas o también, pondré mi palabra, en tus labios… Es el sentido, de la célebre frase: los hombres, han hablado de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo…(2 Pedro 1, 21). La expresión locuciones interiores, con la que se expresa, el hablar directo de Dios, a ciertas almas místicas, se aplica, en un sentido cualitativamente diferente y superior, también, al hablar de Dios a los profetas, en la Biblia. Sin embargo, no se puede excluir, que en algunos casos, como en el bautismo y la transfiguración de Jesús, se trataba de una voz, que resonaba milagrosamente, también a lo exterior.


De todos modos, se trata de un hablar, en sentido verdadero; la criatura recibe un mensaje, que puede traducir en palabras humanas. Así vívido y real, es el hablar de Dios, que el profeta recuerda con precisión, el lugar y el tiempo, en el que una cierta palabra, viene sobre él: El año de la muerte, del rey Ozías… (Isaías 6, 1). El año treinta, el día quinto del cuarto mes, mientras me encontraba, en medio de los deportados, a orillas del río Queba… (Ezequiel 1, 1), En el segundo año del rey Darío, el primer día del sexto mes… (Ageo 1, 1). Así de concreta, es la palabra de Dios, que de ella se dice, que cae sobre Israel, como si fuera una piedra: El Señor, ha enviado una palabra a Jacob. Ella, caerá sobre Israel. (Isaías 9, 7). Otra veces, la misma concreción se expresa, con el símbolo, no de la piedra que golpea, sino del pan, que se come con gusto: Cuando se presentaban tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón… (Jeremías 15, 16. Ezequiel 3, 1-3).


Ninguna voz humana, alcanza al hombre, en la profundidad en la que lo hace, la Palabra de Dios. Esta, penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula; y discierne, los pensamientos y las intenciones del corazón. (Hebreos 4, 12). A veces, el hablar de Dios, es una voz que parte, los cedros del Líbano. (Salmo 28, 5), otras veces se parece al …rumor de una brisa suave. (1 Reyes 19, 12). Él conoce, todas las tonalidades, del hablar humano.

El discurso, sobre la naturaleza del hablar de Dios, cambia radicalmente, en el momento en el que, se lee en la Escritura la frase: La palabra se hizo carne… (Juan 1, 14). Con la venida de Cristo, Dios habla también con voz humana, audible a los oídos, también del cuerpo. Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos, acerca de la Palabra de Vida. …es lo que les anunciamos… (1 Juan 1, 1. 3).


¡El Verbo, ha sido visto y oído! Y sin embargo, lo que se escucha, no es palabra de hombre, sino palabra de Dios, porque quien habla, no es la naturaleza si no la persona; y la persona de Cristo, es la misma persona divina del Hijo de Dios. En Él, Dios, no nos habla más, a través de un intermediario, por medio de los profetas, sino en persona, porque Cristo es, el resplandor de su gloria y la impronta de su ser (Hebreos 1, 3). Al discurso indirecto, en tercera persona, se sustituye el discurso directo, en primera persona. Ya no ¡Así, dice el Señor! u ¡Oráculo, del Señor! sino ¡Yo os digo!


El hablar de Dios, sea aquel, mediado por los profetas del Antiguo Testamento, sea el nuevo y directo de Cristo, después de haber sido transmitido oralmente, se ha puesto por escrito; y tenemos así, las divinas Escrituras.


San Agustín, define el sacramento, como una palabra que se ve (Verbum visibile); nosotros podemos definir la palabra, como un sacramento que se oye. En cada sacramento, se distingue el signo visible y la realidad invisible, que es la gracia. La palabra que leemos en la Biblia, en sí misma, no es más que un signo material, como el agua en el Bautismo y el pan en la Eucaristía, una palabra del vocabulario humano, no distinta de las otras. Pero al intervenir la fe y la iluminación del Espíritu Santo, a través de tal signo, nosotros entramos misteriosamente, en contacto con la viviente verdad y voluntad de Dios; y escuchamos, la voz misma de Cristo.


El cuerpo de Cristo, -escribe Bossuet– no está más realmente presente, en el sacramento adorable, de cuanto la verdad de Cristo, lo está en la predicación evangélica. En el misterio de la Eucaristía, las especies que vemos son signos, pero lo que está encerrado en ellas, es el mismo cuerpo de Cristo; en la Escritura, las palabras que escuchamos son signos, pero el pensamiento que nos dirigen, es la verdad misma del Hijo de Dios.


La sacramentalidad de la palabra de Dios, se revela en el hecho, de que a veces, ella misma obra manifiestamente, más allá de la comprensión de la persona, que puede ser limitada e imperfecta; obra casi por sí misma, ex opere operato, como se dice, precisamente, de los sacramentos. En la Iglesia, han habido y habrán libros, más edificantes, que algunos libros de la Biblia (basta pensar en La Imitación de Cristo); pero ninguno de ellos, obra como obra, el más modesto de los libros inspirados.

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