¡Bienaventurados, los que ahora lloran! ¿Dónde está, tu Dios? – (2ª. Parte – 2.2)
- Eduardo Ibáñez García
- 27 ago 2021
- 3 Min. de lectura
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

2. ¡Bienaventurados, los que ahora lloran! – La Bienaventuranza, de los afligidos
T-104 28-08-2021
Empezamos, con esta meditación, un ciclo de reflexión sobre las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas han conocido, dentro del propio Nuevo Testamento, un desarrollo y aplicaciones diferentes, según la teología de cada evangelista o las necesidades nuevas de la comunidad. A ellas se aplica, lo que San Gregorio Magno, dice de toda la Escritura, que ella cum legentibus crescit, crece, con quienes la leen, revela siempre nuevas implicaciones y contenidos más ricos, de acuerdo con las instancias y los interrogantes nuevos, con los que se lee.
Mantener la fe, en este principio, significa que también hoy, nosotros debemos leer las bienaventuranzas, a la luz de las situaciones nuevas, en las que nos encontramos viviendo, con la diferencia, se entiende, de que las interpretaciones de los evangelistas, están inspiradas y por ello, son normativas para todos y para siempre; mientras que las de hoy, no comparten tal prerrogativa.
2.2. ¿Dónde está, tu Dios?
Procuremos ahora, entender quiénes son exactamente los afligidos y los que lloran, proclamados bienaventurados por Cristo. Los exégetas excluyen hoy, casi unánimemente, que se trate de afligidos sólo en sentido objetivo y sociológico, gente a la que Jesús, proclamaría bienaventurada, por el solo hecho de sufrir y de llorar. El elemento subjetivo, esto es, el motivo del llanto, es determinante.
¿Y cuál, es este motivo? La vía más segura, para descubrir qué llanto y qué aflicción, son proclamados bienaventurados por Cristo, es ver, por qué se llora en la Biblia y por qué lloró, Jesús. Descubrimos así, que existe un llanto

de arrepentimiento, como el de San Pedro tras la traición, un llorar, con quien llora (Romanos 12, 15), de compasión por el dolor ajeno, como lloró Jesús, con la viuda de Naím y con las hermanas de Lázaro; el llanto de exiliados, que anhelan la patria, como el de los judíos, en los ríos de Babilonia... Y muchos otros.
Desearía sacar a la luz, dos de los motivos, por los que se llora en la Biblia y por los que lloró Jesús, que me parece, que merecen particular meditación, en el momento histórico, que estamos viviendo.
En el Salmo 41, leemos:
Mis lágrimas son mi pan de día y de noche,
Y a lo largo del día me repiten: ¿Dónde está, tu Dios?...
Mis huesos se quebrantan,
mis opresores me insultan,
y me repiten a lo largo del día: ¿Dónde está, tu Dios?
Nunca, esta tristeza del creyente, por el rechazo presuntuoso de Dios, a su alrededor, ha tenido tanta razón de ser, como hoy. Después del período, de relativo silencio, posterior al ateísmo marxista, estamos asistiendo, a un resurgimiento de un ateísmo militante y agresivo, con marca de origen científico o cientista. Los títulos, de algunos libros recientes, son elocuentes: Tratado de ateología, La ilusión de Dios, El fin de la fe, Creación sin Dios, Una ética sin Dios...
En uno de estos tratados, se lee la siguiente declaración: Las sociedades humanas, han elaborado, varios medios ordinarios de conocimiento, generalmente compartidos, a través de los cuales, se puede comprobar algo. Quien afirma, la existencia de un ser no cognoscible, con esos instrumentos, debe asumir la carga de la prueba. Por esto, me parece legítimo, sostener que, mientras no se pruebe lo contrario, Dios no existe.
Con los mismos argumentos, se podría demostrar, que tampoco existe el amor, dado que no es comprobable, con los instrumentos de la ciencia. El hecho es, que la prueba de la existencia de Dios, no se encuentra en los libros, ni en laboratorios de biología, sino en la vida. En la vida de Cristo, ante todo, en la de los santos y en la de los innumerables testigos, de la fe. Se encuentra también, en la tan despreciada prueba de los signos y milagros, que Jesús mismo, daba como prueba de su verdad y que Dios sigue dando, pero que los ateos rechazan a priori, sin tomarse siquiera, la molestia de examinarla.
Motivo de tristeza del creyente, como para el salmista, es la impotencia que experimenta frente al desafío: ¿Dónde está, tu Dios? Con su misterioso silencio, Dios llama al creyente, a compartir su debilidad y derrota, prometiendo, sólo en estas condiciones, la victoria: La debilidad de Dios, es más fuerte, que los hombres (1 Corintios 1, 25).
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