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¡Bienaventurados, los que ahora lloran! Las lágrimas, más bellas – (2ª. Parte – 2.5 y final)

  • Eduardo Ibáñez García
  • 17 sept 2021
  • 2 Min. de lectura

Por Raniero Cantalamessa,

Predicador de la Casa Pontificia



2. ¡Bienaventurados, los que ahora lloran! – La Bienaventuranza, de los afligidos

T-107 18-09-2021


Empezamos, con esta meditación, un ciclo de reflexión sobre las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas han conocido, dentro del propio Nuevo Testamento, un desarrollo y aplicaciones diferentes, según la teología de cada evangelista o las necesidades nuevas de la comunidad. A ellas se aplica, lo que San Gregorio Magno, dice de toda la Escritura, que ella cum legentibus crescit, crece, con quienes la leen, revela siempre nuevas implicaciones y contenidos más ricos, de acuerdo con las instancias y los interrogantes nuevos, con los que se lee.

Mantener la fe, en este principio, significa que también hoy, nosotros debemos leer las bienaventuranzas, a la luz de las situaciones nuevas, en las que nos encontramos viviendo, con la diferencia, se entiende, de que las interpretaciones de los evangelistas, están inspiradas y por ello, son normativas para todos y para siempre; mientras que las de hoy, no comparten tal prerrogativa.


2.5. Las lágrimas, más bellas


Concluyo, aludiendo a un tipo de lágrimas distintas. Se puede llorar de dolor, pero también de conmoción y de alegría. Las lágrimas más bellas, son las que nos llenan los ojos, cuando iluminados por el Espíritu Santo, gustamos y vemos, cuán bueno es el Señor (Salmo 34, 9).

Cuando se está en este estado de gracia, sorprende que el mundo y nosotros mismos, no caigamos de rodillas y no lloremos todo el tiempo, de estupor y de conmoción. Lágrimas de este tipo, debían correr por el rostro de San Agustín, cuando escribía en las Confesiones: Cuánto nos has amado, oh Padre bueno, que no te has reservado a tu único Hijo, sino que lo has dado, por todos nosotros. ¡Cuánto, nos has amado! Lágrimas como éstas, vertió Pascal, la noche en que tuvo, la revelación del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; que se revela, por las vías del Evangelio; y en una hojita de papel (hallada, cosida en el interior de su chaqueta, tras su muerte), escribió: ¡Alegría, alegría, lágrimas de alegría!

Pienso que también, las lágrimas con las que la pecadora, empapó los pies de Jesús, no eran lágrimas sólo de arrepentimiento, sino también de gratitud y de gozo. Si en el cielo, se puede llorar, es de este llanto, del que está lleno el paraíso.

En Estambul, la antigua Constantinopla, donde el Santo Padre viajó, vivió en torno al año 1,000; a San Simeón el Nuevo Teólogo, el santo de las lágrimas. Es el ejemplo más brillante, en la historia de la espiritualidad cristiana, de las lágrimas de arrepentimiento, que se transforman en lágrimas de estupor y de silencio. Lloraba –cuenta, en una obra suya– y estaba, en un gozo inexpresable.

Parafraseando, la bienaventuranza de los afligidos, dice: Bienaventurados, los que siempre lloran, amargamente sus pecados, porque les asirá la luz y transformará las lágrimas amargas, en dulces. Que Dios, nos conceda gustar, al menos una vez en la vida, estas lágrimas de conmoción y de alegría.

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