¡Bienaventurados, los que ahora lloran! ¡Se han llevado, a mi Señor! – (2ª. Parte – 2.3)
- Eduardo Ibáñez García
- 3 sept 2021
- 6 Min. de lectura
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

2. ¡Bienaventurados, los que ahora lloran! – La Bienaventuranza, de los afligidos
T-105 4-09-2021
Empezamos, con esta meditación, un ciclo de reflexión sobre las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas han conocido, dentro del propio Nuevo Testamento, un desarrollo y aplicaciones diferentes, según la teología de cada evangelista o las necesidades nuevas de la comunidad. A ellas se aplica, lo que San Gregorio Magno, dice de toda la Escritura, que ella cum legentibus crescit, crece, con quienes la leen, revela siempre nuevas implicaciones y contenidos más ricos, de acuerdo con las instancias y los interrogantes nuevos, con los que se lee.
Mantener la fe, en este principio, significa que también hoy, nosotros debemos leer las bienaventuranzas, a la luz de las situaciones nuevas, en las que nos encontramos viviendo, con la diferencia, se entiende, de que las interpretaciones de los evangelistas, están inspiradas y por ello, son normativas para todos y para siempre; mientras que las de hoy, no comparten tal prerrogativa.
2.3. ¡Se han llevado, a mi Señor!
No menos doloroso es hoy, para el creyente cristiano, el rechazo sistemático de Cristo, en nombre de una investigación histórica objetiva que, en ciertas formas, se reduce a lo más subjetivo, que se pueda imaginar: fotografías de los autores y de sus ideales, como apunta el Santo Padre, en las páginas introductorias, de su libro sobre Jesús. Asistimos, a una carrera, para ver quién logra presentar un Cristo, más a la medida del hombre de hoy,

despojándole, de toda prerrogativa trascendente. A la pregunta, de los ángeles: Mujer, ¿por qué lloras?, María de Magdala, la mañana de Pascua, respondió: Porque se han llevado a mi Señor y no sé, dónde lo han puesto (Juan 21, 13). Un motivo de llanto, que podríamos hacer nuestro.
Siempre ha existido, la tendencia a revestir a Cristo, de los ropajes de la propia época o de la propia ideología. En el pasado, en cambio, si bien discutibles, se trataba de causas serias y de gran suspiro: el Cristo idealista, romántico, liberal, socialista, revolucionario... Nuestra época, obsesionada por el sexo, no consigue pensar en él, más que con problemas sentimentales: Una vez más Jesús, ha sido modernizado o mejor dicho, postmodernizado.
Es bueno saber, de dónde viene esta corriente reciente, que hace de Jesús de Nazaret, el campo de pruebas, de los ideales postmodernos de relativismo ético e individualismo absolutos (el llamado desconstruccionismo) y que, directa o indirectamente, está inspirando novelas, películas y espectáculos e influye también, en las investigaciones históricas sobre Él. Se trata, de un movimiento nacido en los Estados Unidos, en las últimas décadas del siglo pasado, que tiene en el Jesus Seminar –Seminario sobre Jesús– su punto de agregación más activo.
Se le ha definido, como neoliberalismo, por su retorno, al Jesús de la teología liberal decimonónica, sin vínculos ni con el judaísmo, por un lado, ni con el cristianismo y la Iglesia, por otro; un Jesús, propagador de ideas morales, pero ya no de gran alcance, como en el liberalismo clásico (paternidad de Dios, valor infinito del alma humana), sino de sabiduría sencilla, de alcance sociológico más que teológico. El objetivo de estos estudiosos, ya no es simplemente corregir, sino destruir, como dicen ellos, ese error, llamado cristianismo.
Es muy significativo, el discurso programático, realizado por el fundador del movimiento en 1985: Estamos a punto de embarcarnos, en una empresa de gran alcance. Queremos sencilla y vigorosamente, ponernos en busca de la voz de Jesús, de lo que Él dijo verdaderamente. En este proceso, plantearemos interrogantes, en el límite de lo sagrado y hasta de la blasfemia, para los oídos de muchos, en nuestra sociedad. Como consecuencia, el camino que seguiremos, podría revelarse arriesgado. Podría nacer hostilidad, pero avanzaremos, a despecho de los peligros, porque el problema de Jesús, es lo que nos desafía; como el Everest, desafía la cordada de escaladores.
Jesús es liberado ya no sólo de los dogmas de la Iglesia, sino también de las Escrituras y de los Evangelios. ¿Qué fuentes quedan, en este punto, para hablar de Él, que no sea la pura y simple fantasía? Naturalmente, los apócrifos, y en primer lugar el Evangelio de Tomás, fechado incluso, según ellos, en los años 30-60 después de Cristo, antes que los Evangelios canónicos y que el propio Pablo; después, el análisis sociológico de las condiciones de vida en Galilea en tiempos de Cristo.
¿Qué imagen de Jesús, se saca de ahí? Cito algunas de las definiciones, que se han dado, no todas, naturalmente, compartidas por todos: un excéntrico galileo, el proverbial fiestero, un sabio vagabundo o subversivo, el maestro de una sabiduría aforística, un campesino judío empapado de filosofía cínica.
Queda por explicar, el misterio, de cómo es que un ser tan inocuo, haya acabado en la cruz y haya podido convertirse, en el hombre, que cambió el mundo. Lo que es verdaderamente, para llorar, no es que se escriban estas cosas (también, hay que inventar algo nuevo, si se quieren seguir escribiendo libros); sino que, una vez publicados, estos libros se vendan a centenares de miles, si no millones, de copias.
La incapacidad de la investigación histórico-filológica, de empalmar el Jesús de la realidad, con el Jesús de las fuentes evangélicas y de la Iglesia, depende, a mi entender, del hecho, de que aquella ignora y no se molesta, en estudiar la dinámica de los fenómenos espirituales y sobrenaturales. Sería como querer oír, un sonido con los ojos o ver un color con los oídos.
El estudio y la experiencia, de los fenómenos místicos (¡también estos, son una realidad!) muestra cómo, todo un desarrollo posterior, en la vida de la propia persona o del movimiento nacido de ella, puede estar contenido en un evento, a veces en un instante (cuando se trata, de un encuentro con lo divino), del cual sólo después, por los frutos, se revelan las potencialidades escondidas. Los sociólogos, se acercan a esta verdad, con el concepto del statu nascenti.
El niño o el hombre adulto, se ven de una manera distinta, al embrión del comienzo; sin embargo, en este, todo estaba contenido. De igual manera, el reino, es al principio, la más pequeña de las semillas, pero está destinado a crecer y a convertirse en un gran árbol (Mateo 13, 32).
El nacimiento del movimiento franciscano, se presta para una comparación, naturalmente, en un plano cualitativamente diferente. Las fuentes franciscanas, presentan divergencias y contradicciones, casi sobre cada punto de vista del Pobrecillo: sobre el visón y la palabra del crucificado de San Damián, sobre el episodio de los estigmas... De ninguna palabra del santo, excepto de los pocos escritos de su puño, se tiene la seguridad, de que haya salido de su boca. Las Florecillas, parecen toda una idealización de la historia.
Sin embargo, todo lo que floreció, en torno y después de Francisco –el movimiento franciscano, con sus reflejos en la espiritualidad, en el arte, en la literatura– depende de él; no es sino una manifestación –e incluso, empobrecida– de las energías espirituales, puestas en movimiento, por su persona y por su vida; mejor, por lo que Dios había hecho en su vida.
Muchos, hasta entre los estudiosos creyentes, dan por descontado, que el Jesús real fue; y pretendió ser, mucho menos de lo que está escrito de Él, en los evangelios, que no se atribuyó tal o cual título. ¡La verdad, es que Él es inmensamente más, no menos, que lo que está escrito de Él! Quién es el Hijo, sólo lo sabe el Padre y lo saben, en pequeña medida, también aquellos a quienes el Padre. lo quiera revelar, en general no los doctos y los científicos, a menos que también ellos, se hagan pequeños...
San Pablo decía, que experimentaba en el corazón, tristeza inmensa y un profundo y continuo dolor, por el rechazo de Cristo, por parte de sus compatriotas (Romanos 9, 13). Cómo no experimentar, el mismo dolor por el rechazo de Él, por parte de muchos contemporáneos nuestros, en los países de antigua fe cristiana? Por un motivo similar, por no haber reconocido en Él, al propio amigo y salvador, Jesús lloró en Jerusalén...
Por suerte, parece precisamente, que se está cerrando ya un ciclo y se está pasando página, en las investigaciones sobre Jesús. En una obra de tres volúmenes –de un millar de páginas, cada uno– titulada Los albores del cristianismo (Christianity in the Making), destinada a crear época, como otros estudios suyos precedentes, uno de los máximos estudiosos vivos, del Nuevo Testamento, James Dunn, tras un meticuloso análisis de los resultados, de los últimos tres siglos de investigaciones, llegó a la conclusión, de que no ha habido ninguna interrupción, entre el Jesús que predica y el Jesús predicado; y por lo tanto, entre el Jesús de la historia y el de la fe. Esta, no nació después de la Pascua, sino con los primeros encuentros de los discípulos, quienes se hicieron discípulos, justamente, porque creyeron en Él, si bien al inicio con una fe frágil y aún ignorante de sus implicaciones.
El contraste entre el Cristo de la fe y el Jesús de la historia, es el resultado de una fuga de la historia, antes que de una fuga de la fe, debidas, la una y la otra, al hecho de haber proyectado sobre Jesús, intereses e ideales del momento. Se liberaba, sí, a Jesús, de los ropajes de la dogmática eclesiástica, pero para ponerle encima vestidos de moda, que cambiaban en cada estación. El inmenso esfuerzo de investigación, en torno a la persona de Cristo, no ha sido en cambio en vano, porque es precisamente, gracias a él, que ahora, exploradas todas las soluciones alternativas, estamos en grado de llegar, críticamente, a esta conclusión.
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