Creo en el Espíritu Santo (2) T-46. 11-07-2020
- Eduardo Ibáñez García
- 10 jul 2020
- 3 Min. de lectura
Creo en el Espíritu Santo
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

2. El credo leído desde abajo
Las razones que justifican, esta nueva orientación teológica, no son solamente de orden dogmático, sino también histórico. En otras palabras, se entiende mejor, qué es y qué se propone, la teología del tercer artículo, si se tienen en cuenta, cómo se ha formado, el símbolo actual Niceno-Constantinopolitano. De esta historia emerge clara la utilidad, de leer una vez tal símbolo a la inversa, es decir, empezando por el final, en vez de que desde el principio.

Trato de explicar, qué pretendo decir. El símbolo Niceno-Constantinopolitano, refleja la fe cristiana en su fase final, después de todas las declaraciones y las definiciones conciliares, terminadas en el siglo V. Refleja el orden, alcanzado al final del proceso de formulación del dogma, pero no refleja el proceso mismo. No corresponde, en otras palabras, al proceso con el que de hecho, la fe de la Iglesia se ha formado históricamente; y tampoco, corresponde al proceso, con el que se añade hoya la fe, entendida con fe viva en un Dios vivo.
En el credo actual, se parte de Dios Padre y creador, de Él se pasa al Hijo y a su obra redentora y finalmente, al Espíritu Santo operante en la Iglesia. En la realidad, la fe siguió el camino inverso. Fue la experiencia pentecostal del Espíritu, que llevó a la Iglesia a descubrir, quién era verdaderamente Jesús y cuál había sido su enseñanza. Con San Pablo y sobre todo con San Juan; se llega a subir, de Jesús al Padre. Es el Paráclito que, según la promesa de Jesús, conduce a los discípulos a la plena verdad sobre Él y el Padre (Juan 16, 13).
San Basilio de Cesárea, resume en estos términos, el desarrollo de la revelación y de la historia de la salvación:
El camino del conocimiento de Dios, procede del único Espíritu, a través el único Hijo, hasta el único Padre; inversamente, la bondad natural, la santificación según la naturaleza y la dignidad real, se difunden, desde el Padre, por medio del Unigénito, hasta el Espíritu.
En otras palabras, en el orden de la creación y del ser, todo parte del Padre, pasa por el Hijo y llega a nosotros en el Espíritu; en el orden de la redención y del conocimiento, todo comienza con el Espíritu Santo, pasa por el Hijo Jesucristo y vuelve al Padre. ¡Podemos decir, que San Basilio, es el verdadero iniciador, de la teología del tercer artículo! En la tradición occidental, todo esto está expresado sintéticamente, en la estrofa final del himno del Veni creator. Dirigiéndose al Espíritu Santo, en esta la Iglesia reza diciendo:
Per te sciamus da Patrem,
noscamus atque Filium,
te utriusque Spiritum
credamus omni tempore.
Haz que por ti conozcamos al Padre
y sabemos también quién es el Hijo
y que en ti, Espíritu de ambos,
creamos ahora y eternamente.
Esto no significa mínimamente, que el credo de la Iglesia no sea perfecto o que deba ser reformado. Es la manera de leerlo, que de vez en cuando, es útil cambiar, para rehacer el camino, con el que se ha formado. Entre las dos formas, de utilizar el credo –como producto cumplido o en su mismo hacerse-, está la misma diferencia, que hacer personalmente, de buena mañana, la escalada del Monte Sinaí, partiendo del monasterio de Santa Caterina o leer el relato de uno, que ha hecho la escalada antes que nosotros.
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