Creo en el Espíritu Santo (3) T-47. 18-07-2020
- Eduardo Ibáñez García
- 17 jul 2020
- 5 Min. de lectura
Creo en el Espíritu Santo
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

3. Un comentario sobre el tercer artículo
Intentaré, por lo tanto, proponer reflexiones sobre algunos aspectos de la acción del Espíritu Santo, partiendo justamente del tercer artículo del credo, que se refiere a esto. Y esto, comprende tres grandes afirmaciones, partamos de la primera:
a. Creo en el Espíritu Santo, que es Señor y da la vida

El credo no dice, que el Espíritu Santo es el Señor (un poco antes, en el credo se proclama: creo en un solo Señor Jesucristo. Señor, indica aquí, la naturaleza, no la persona; dice qué cosa es, no quién es el Espíritu Santo. Señor quiere decir, que el Espíritu Santo comparte la Señoría de Dios, que está de la parte del Creador, no de las criaturas; en otras palabras que es de naturaleza divina.
A esta certeza, la Iglesia había llegado, basándose no solamente en la Escritura, sino también, en la propia experiencia de salvación. El Espíritu, escribía ya San Atanasio, no puede ser una creatura, porque cuando somos tocados por él (en los sacramentos, en la Palabra, en la oración); sentimos la experiencia, de entrar en contacto con Dios en persona, no con un intermediario suyo. Si nos diviniza, quiere decir, que es el mismo Dios.
¿No se podía, en el símbolo de la fe, decir la misma cosa, de una manera más explícita, definiendo al Espíritu Santo, pura y simplemente Dios y consustancial con el Padre, como se había hecho con el Hijo, en el concilio de Nicea? Seguramente y fue justamente esta, la crítica hecha por algunos obispos, entre los cuales san Gregorio Nazianzeno, da la definición. Por motivos de oportunidad y de paz, se prefirió decir la misma cosa, con expresiones equivalentes, atribuyendo al Espíritu, además que el título de Señor, también la isotimia o sea la igualdad con el Padre y el Hijo, en la adoración y en la glorificación de la Iglesia.
La expresión sucesiva, según la cual el Espíritu Santo da la vita, es traída de diversos pasajes del Nuevo Testamento: Es el Espíritu que da la vida (Juan 6, 63); La ley del Espíritu, da la vida en Cristo Jesús (Romanos 8, 2); El último Adán, se volvió espíritu dador de vida (1 Corintios 15, 45); La letra mata, el Espíritu vivifica (2 Corintios 3, 6).
Nos planteamos, tres preguntas. La primera, ¿Qué vida, da el Espíritu Santo? Respuesta: Da la vida divina, la vida de Cristo. Una vida sobrenatural, no una super-vida natural; crea al hombre nuevo, no al superhombre de Nietzsche inflado de vida. Segunda, ¿Dónde, nos da tal vida? Respuesta: En el bautismo, que es presentado de hecho, como un renacer del Espíritu (Juan 3, 5), en los sacramentos, en la palabra de Dios, en la oración, en la fe, en el sufrimiento aceptado en unión con Cristo. Tercera, ¿Cómo nos da la vida, el Espíritu? Respuesta: Haciendo morir, las obras de la carne. Si con la ayuda del Espíritu, hacen morir las obras de la carne, vivirán, dice San Pablo en Romanos 8, 13.
b. …y procede del Padre (y del Hijo) y con el Padre y el Hijo, es adorado y glorificado.

Pasemos ahora, a la segunda afirmación del credo, sobre el Espíritu Santo. Hasta ahora, el símbolo de fe, nos ha hablado de la naturaleza del Espíritu, no aún de la persona; nos ha dicho que es, no quien es el Espíritu, nos ha hablado, de lo que congrega al Espíritu Santo, al Padre y al Hijo – el hecho de ser Dios y de dar la vida. Con la presente afirmación, se pasa a lo que distingue al Espíritu Santo del Padre y del Hijo. Lo que lo distingue del Padre es, que procede de él (otro es aquel que procede, otro aquel del que procede); lo que lo distingue del Hijo, es que procede del Padre no por generación, pero por espiración, para expresarnos en términos simbólicos, no como el concepto (logos) que procede de la mente, pero como el soplo procede de la boca.
Es, el elemento central del artículo del credo, aquello con lo que se entendía definir, el lugar que el Paráclito ocupa en la Trinidad. Esta parte del símbolo, es conocida sobre todo, por el problema del Filioque, que fue por un milenio, el objeto principal del desacuerdo, entre Oriente y Occidente. No me detengo sobre este problema, que fue incluso demasiado discutido, también porque yo mismo, he hablado de él en esta sede, abordando el tema de la comunión de fe, entre Oriente y Occidente.
Me limito a poner en claro, aquello que podemos recoger, de esta parte del símbolo y que enriquece nuestra fe común, dejando de lado las disputas teológicas. Esto nos dice, que el Espíritu Santo, no es un pariente pobre de la Trinidad. No es un simple modo de actuar de Dios, una energía o un fluido que atraviesa el universo, como pensaban los estoicos; es una relación subsistente, por lo tanto una persona.
No tanto la tercera persona singular, sino más bien la primera persona plural. El Nosotros del Padre y del Hijo. Cuando, para expresarnos de manera humana, el Padre y el Hijo hablan del Espíritu Santo, no dicen él, sino nosotros, porque él es la unidad del Padre y del Hijo. Aquí se ve, la fecundidad extraordinaria de la intuición de san Agustín, para quien el Padre es quien ama, el Hijo el amado y el Espíritu el amor que los une, el don intercambiado. Sobre esto se basa, la creencia de la Iglesia occidental, según la cual, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
El Espíritu Santo, a pesar de todo, quedará siempre el Dios escondido, también, si logramos conocer los efectos. Él es como el viento, no se sabe de dónde viene y adonde va, pero se ven los efectos cuando pasa. Es como la luz, que ilumina todo lo que está delante, quedando esa escondida. Por esto, es la persona menos conocida y amada de los Tres, a pesar de que sea el Amor en persona. Nos resulta más fácil pensar en el Padre y en el Hijo, como personas, pero es más difícil para el Espíritu.
No existen categorías humanas, que puedan ayudarnos, a entender este misterio. Para hablar de Dios Padre, nos ayuda la filosofía, que se ocupa de la causa primera (el Dios de los filósofos); para hablar del Hijo, tenemos la analogía humana de la relación padre – hijo y tenemos también la historia, porque el Verbo se hizo carne. Para hablar del Espíritu, no tenemos, sino la revelación y la experiencia. La misma Escritura nos habla de él, sirviéndose casi siempre de símbolos naturales: la luz, el fuego, el viento, el agua, el perfume, la paloma.
Comprenderemos plenamente, quién es el Espíritu Santo, solamente en el paraíso. Más aún, lo viviremos en una vida, que no tendrá fin, en una profundidad que nos dará inmensa alegría. Será como un fuego dulcísimo, que inundará nuestra alma y la colmará de gozo, como cuando el amor arrolla, el corazón de una persona y esta se siente feliz.
c. …y ha hablado, por medio de los profeta

Estamos, en la tercera y última gran afirmación, sobre el Espíritu Santo. Después de haber profesado nuestra fe, en la acción vivificadora y santificadora del Espíritu Santo, en la primera parte del artículo (el Espíritu que es Señor y da la vida), ahora se indica también, su acción carismática. De ella, se nombra un carisma para todos, aquel que San Pablo, considera el primero por importancia o sea la profecía (1 Corintios 14).
También del carisma profético, se menciona solamente una etapa: el Espíritu que ha hablado por medio de los profetas o sea en el Antiguo Testamento. La afirmación se basa, sobre diversos textos de la Escritura; y en particular, en 2 Pedro 21: Movidos por el Espíritu Santo, hablaron algunos hombres de parte de Dios.
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