Creo en el Espíritu Santo (4 y final) T-48. 25-07-2020
- Eduardo Ibáñez García
- 24 jul 2020
- 2 Min. de lectura
La Santísima Trinidad... Nuestro Dios


4. Un artículo, que es necesario completar
La Carta a los Hebreos dice, que después de haber hablado un tiempo, por medio de los profetas, en los últimos tiempos, Dios nos ha hablado en el Hijo (Hebreos 1, 1-2). El Espíritu no ha dejado, por lo tanto, de hablar por medio de los profetas; lo ha hecho con Jesús y lo hace también hoy en la Iglesia. Esta y otras lagunas del símbolo, fueron colmadas poco a poco, en la práctica de la Iglesia, sin necesidad, por esto, de cambiar el texto del credo (como sucedió, lamentablemente, en el mundo latino con el añadido del Filioque). Tenemos un ejemplo, en la epiclesi de la liturgia ortodoxa, llamada de San Jacobo, que dice así:

Manda tu santísimo Espíritu, Señor y vivificador, que está sentado contigo, Dios y Padre y con tu Hijo unigénito; que reina, consustancial y coeterno. Él ha hablado en la Ley, en los profetas del Nuevo Testamento; ha bajado en forma de paloma, sobre Nuestro Señor Jesucristo en el río Jordán, reposando sobre Él; y bajó, sobre los santos apóstoles, el día de la santa Pentecostés.
Uno quedaría desilusionado, por lo tanto, si quisiera encontrar en el artículo sobre el Espíritu Santo, todo o también solamente, lo mejor de la revelación bíblica sobre Él. Esto pone en evidencia, la naturaleza y el límite de cada definición dogmática. Su finalidad no es decir todo, sobre un dato de la fe, sino trazar un perímetro, dentro del cual se debe colocar, cada afirmación y que ninguna afirmación, puede contradecir. A esto se añade, en nuestro caso, el hecho que el artículo fue compuesto, en un momento en el cual la reflexión sobre el Paráclito, había apenas iniciado; y, por añadidura, razones históricas contingentes (el deseo de paz del emperador), imponía un compromiso entre las partes.
Pero nosotros, no tenemos solamente, las pocas palabras del credo sobre elParáclito. La teología, la liturgia y la piedad cristiana, sea en Occidente que en Oriente, han revestido de carne y sangre las escarzas, que son las afirmaciones del símbolo de la fe.

En la secuencia de Pentecostés, la íntima relación y personal del Espíritu Santo, con cada alma –una dimensión, que se encuentra, completamente ausente en el símbolo–, ha sido expresada con títulos, como padre de los pobres, luz de los corazones, dulce huésped del alma, dulcísimo alivio.
La misma secuencia dirige al Espíritu Santo, una serie de oraciones que sentimos particularmente bellas y necesarias. Concluimos proclamándolas juntas, buscando de individuar entre ellas, aquella que sentimos más necesaria para nosotros:
Lava quod ests órdidum,
Riga quod est áridum,
sana quod est sáucium.
Flecte quod est rígidum,
fove quod est frígidum,
rege quod est dévium.
Lava lo que está sucio,
riega lo que está árido,
sana lo que sangra.
Dobla lo que está rígido,
calienta lo que está gélido,
endereza lo que está desviado.
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