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Curó, a muchos enfermos. Domingo, 7 de febrero 2021 - (Homilía)

  • Eduardo Ibáñez García
  • 6 feb 2021
  • 4 Min. de lectura

Día del Señor


Tiempo Ordinario I – Ciclo B

Quinto domingo

7 de febrero – 2021

  • Primera lectura: Job 7, 1-4. 6-7

Job, tomó la palabra y dijo: Al acostarme, pienso: ¿Cuándo, será de día? La noche se alarga y me canso de dar vueltas, hasta que amanece. Mis días, corren más aprisa que una lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo. Mis ojos, no volverán a ver la dicha. (Job 7, 4. 6-7)

  • Salmo: 146, 1-6

Alabemos al Señor, nuestro Dios. Alabemos al Señor, nuestro Dios, porque es hermoso y justo el alabarlo. El Señor ha reconstruido a Jerusalén y a los dispersos de Israel, los ha reunido. (Salmo 146, 1-2)

  • Segunda Lectura: 1 Corintios 9, 16-19. 22-23

San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los corintios les dice: Hermanos: No tengo por qué presumir, de predicar el Evangelio, puesto que ésa es mi obligación. ¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por propia iniciativa, merecería recompensa; pero si no, es que se me ha confiado una misión. (1 Corintios 9, 16-17)

  • Evangelio: San Marcos 1, 29-39

El evangelista San Marcos, proclama que, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan, a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre y enseguida le avisaron a Jesús. Él se le acercó y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento, se le quitó la fiebre y se puso a servirles. Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio; y todo el pueblo, se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios; pero no dejó, que los demonios hablaran, porque sabían quién era Él. (Marcos 1, 29-34)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

Numerosas curaciones

(Marcos 1)


Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios… (Versículo 34)

 

Curó, a muchos enfermos

El pasaje evangélico de este domingo, nos ofrece el informe fiel, de una jornada-tipo de Jesús. Cuando salió de la sinagoga, Jesús, se acercó primero a la casa de Pedro, donde curó a la suegra, quien estaba en cama con fiebre; al llegar la tarde, le llevaron a todos los enfermos y curó a muchos, afectados de diversas enfermedades; por la mañana, se levantó cuando aún estaba oscuro y se retiró a un lugar solitario a orar; después partió a predicar el Reino a otros pueblos.


De este relato deducimos, que la jornada de Jesús consistía, en un trenzado de curar a los enfermos, oración y predicación del Reino. Dediquemos nuestra reflexión, al amor de Jesús por los enfermos.


Las transformaciones sociales de nuestro siglo, han cambiado profundamente, las condiciones del enfermo. En muchas situaciones, la ciencia da una esperanza razonable de curación; o al menos, prolonga en mucho, los tiempos de evolución del mal, en caso de enfermedades incurables. Pero la enfermedad, como la muerte, no está aún y jamás lo estará, del todo derrotada. Forma parte, de la condición humana. La fe cristiana, puede aliviar esta condición y darle también un sentido y un valor.

Es necesario expresar, dos planteamientos: uno para los mismos enfermos, otro para quien debe atenderles. Antes de Cristo, la enfermedad estaba considerada, como estrechamente ligada al pecado. En otras palabras, se estaba convencido de que, la enfermedad, era siempre consecuencia de algún pecado personal, que había que expiar.


Con Jesús, cambió algo al respecto. Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras debilidades (Mateo 8, 17). En la cruz, dio un sentido nuevo al dolor humano, incluida la enfermedad; ya no de castigo, sino de redención. La enfermedad nos une a Él, santifica, afina el alma, prepara el día en que Dios enjugará toda lágrima y ya no habrá enfermedad, ni llanto ni dolor.


Después, de la larga hospitalización que siguió, al atentado en la Plaza de San Pedro, al Papa Juan Pablo II escribió una carta sobre el dolor, en la que, entre otras cosas, decía: Sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad en Cristo (Salvifici doloris, n. 23). La enfermedad y el sufrimiento abren entre nosotros y Jesús en la cruz, un canal de comunicación del todo especial. Los enfermos, no son miembros pasivos en la Iglesia, sino los miembros más activos, más preciosos. A los ojos de Dios, una hora del sufrimiento de aquéllos, soportado con paciencia, puede valer más que todas las actividades del mundo, si se hacen sólo para uno mismo.


Ahora, una palabra, para los que deben atender a los enfermos, en el hogar o en estructuras sanitarias. El enfermo, tiene ciertamente, necesidad de cuidados, de competencia científica; pero tiene, aún más necesidad, de esperanza. Ninguna medicina, alivia tanto al enfermo, como oír decir al médico: Tengo buenas esperanzas, para ti. Cuando es posible hacerlo, sin engañar, hay que dar esperanza. La esperanza, es la mejor tienda de oxígeno, para un enfermo. No hay que dejar al enfermo, en soledad. Una de las obras de misericordia, es visitar a los enfermos; y Jesús, nos advirtió, de que uno de los puntos del juicio final, caerá precisamente sobre esto: Estaba enfermo y me visitaste... Estaba enfermo y no me visitaste (Mateo 25, 36. 43).


Algo que podemos hacer todos, por los enfermos, es orar. Casi todos los enfermos del Evangelio, fueron curados, porque alguien se los presentó a Jesús y le rogó por ellos. La oración más sencilla y que todos podemos hacer nuestra, es la que las hermanas Marta y María, dirigieron a Jesús, en la circunstancia de la enfermedad, de su hermano Lázaro: ¡Señor, aquél a quien amas, está enfermo! (Juan 11, 3).

Adaptación del texto de la homilía del P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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