¡Dio a luz, a su hijo primogénito! (2) T-77. 13-02-2021
- Eduardo Ibáñez García
- 12 feb 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 13 feb 2021
¡Dio a luz, a su hijo primogénito!
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

Los pasos, que estamos siguiendo, sobre las huellas de María, corresponden bastante fielmente, al desarrollo histórico de su vida, como resultado de los Evangelios. La meditación sobre María llena de fe, nos ha llevado al misterio de la Anunciación; la del Magnificat, al misterio de la Visitación; y ahora, la de María Madre de Dios, a la Navidad. De hecho, fue en la Navidad, en el momento en el cual, dio a luz a su hijo primogénito (Lucas 2, 7) y no es antes, que María pasa a ser verdadera y plenamente Madre de Dios.
2. La maternidad de María

La fase más antigua, sirve más que otra, para demostrar la verdadera humanidad de Jesús. Fue en este período y en este clima, que se formó el artículo del credo: Nacido (o encarnado) del Espíritu Santo y de María Virgen. Esto, al comienzo, quería decir simplemente, que Jesús es Dios y hombre: Dios, en cuanto es generado según el Espíritu, es decir de Dios; y es hombre, en cuanto es generado según la carne, es decir de María.
En esta fase más antigua, hace su primera aparición (ya con Orígenes en tercer siglo) el título de Theotókos. De ahora en más, será justamente, el uso de este título, que conduzca a la Iglesia al descubrimiento, de una maternidad divina más profunda, que podremos llamar maternidad metafísica. Sucede, durante la época de las grandes controversias cristológicas del siglo V, cuando el problema central, en torno a Jesús, no era ya el de su verdadera humanidad, sino el de la unidad de su persona. La maternidad de María, no es ya vista, sólo en referencia a la naturaleza humana de Cristo, sino, como es más justo, en referencia a la única persona del Verbo hecho hombre. Debido a que esta única persona, que María genera según la carne, no es otra que la persona divina del Hijo, como consecuencia, ella aparece verdadera Madre de Dios.
Entre María y Cristo, no existe sólo una relación de orden físico, sino también de orden metafísico; y esto, la coloca en una altura vertiginosa, creando una relación singular, incluso, entre ella y el Padre. Con el Concilio de Éfeso, esto pasa a ser para siempre, una conquista de la Iglesia: Si alguno –se lee, en un texto aprobado allí- no confiesa que Dios es verdaderamente el Emanuel y que por lo tanto la Santa Virgen, habiendo engendrado según la carne al Verbo de Dios hecho carne, es la Theotókos, sea anatema.
Fue un momento de gran júbilo, para todo el pueblo de Éfeso, que esperó a los Padres, fuera del aula conciliar y los acompañó, con antorchas y cantos, a sus hogares. Tal proclamación determinó, una explosión de veneración hacia la Madre de Dios, que no disminuyó más, ni en Oriente ni en Occidente; y que se tradujo en fiestas litúrgicas, íconos, himnos y en la construcción de innumerables iglesias, dedicadas a ella.
Sin embargo, esta meta no era definitiva. Había otro nivel, para descubrir en la maternidad divina de María, después del físico y metafísico. En las controversias cristológicas, el título de Theotókos era valorado, más en función de la persona de Cristo, que de la de María, aun siendo un título mariano. De tal título, no se llegaba todavía, a las consecuencias lógicas, respecto de la persona de María; y en particular, de su santidad única. Se corría el riesgo, de que Theotókos, se convirtiera en un arma de batalla, entre corrientes teológicas opuestas, en lugar de la expresión de la fe y de la piedad de la Iglesia, hacia María.
Fue este, el gran aporte de los autores latinos y en particular de San Agustín. La maternidad de María, es vista tanto como una maternidad en la fe, como maternidad también espiritual. Estamos, en la epopeya de la fe de María. A propósito, de la palabra de Jesús: Quién es mi Madre…, San Agustín responde, atribuyendo a María, en grado sumo, la maternidad espiritual que viene, de hacer la voluntad del Padre:
¿Podría ser, que la Virgen María, no hizo la voluntad del Padre, que por fe creyó, por fe concibió, que fue elegida para que de ella naciera, para los hombres la salvación, que fue creada por Cristo, antes de que en ella fuera creado Cristo? Ciertamente, que Santa María, hizo la voluntad del Padre y por eso, es que es más grande para María, haber sido discípula de Cristo, que Madre de Cristo.
La maternidad física de María y la metafísica, están ahora coronadas, por el reconocimiento de una maternidad espiritual o de fe, que hace de María, la primera y la más santa hija de Dios, la primera y la más dócil discípula de Cristo, la creatura que – escribe, incluso, San Agustín – por el honor debido al Señor, no se debe ni siquiera mencionar, cuando se habla del pecado. La maternidad física o real de María, con la relación única y excepcional, que crea entre ella y Jesús; y entre ella y la Trinidad toda entera, es y permanece, desde un punto de vista objetivo, la cosa más grande y un privilegio inigualable. Es así, porque encuentra una comparación subjetiva, en la fe humilde de María. Para Eva, constituía ciertamente un privilegio único, ser la madre de todos los vivientes; sin embargo, como no tenía fe, esto no la benefició en nada; y, en lugar de santa, se vuelve desafortunada.
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