¡Dio a luz, a su hijo primogénito! (3) T-78. 20-02-2021
- Eduardo Ibáñez García
- 19 feb 2021
- 3 Min. de lectura
¡Dio a luz, a su hijo primogénito!
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

Los pasos, que estamos siguiendo, sobre las huellas de María, corresponden bastante fielmente, al desarrollo histórico de su vida, como resultado de los Evangelios. La meditación sobre María llena de fe, nos ha llevado al misterio de la Anunciación; la del Magnificat, al misterio de la Visitación; y ahora, la de María Madre de Dios, a la Navidad. De hecho, fue en la Navidad, en el momento en el cual, dio a luz a su hijo primogénito (Lucas 2, 7) y no es antes, que María pasa a ser verdadera y plenamente Madre de Dios.
3. ¡Hija de su Hijo!

María es la única, en el universo, que puede decir, dirigiéndose a Jesús, lo que le dice a Él el Padre celeste: ¡Tú, eres mi hijo; yo, te he engendrado! (Salmo 2, 7. Hebreos 1, 5). San Ignacio de Antioquía dice, con toda simpleza, casi sin darse cuenta, en qué dimensión está proyectando una creatura, que Jesús es de Dios y de María. Casi como nosotros decimos de un hombre, que es hijo de tal y de tal. Dante Alighieri, ha contenido la doble paradoja de María, que es Virgen y Madre y madre e hija, en un solo verso: ¡Virgen Madre, hija de tu Hijo!
El título Madre de Dios, basta por sí solo, para fundar la grandeza de María y para justificar, el honor que a ella se tributa. Se reprenderá, a veces, a los católicos por exagerar en el honor y en la importancia atribuida a María; y a veces, es necesario reconocer, que esto era justificado, al menos, por el modo con el cual esto sucedía. Sin embargo, no se piensa nunca, en lo que ha hecho Dios. Dios, se ha adelantado completamente, en el hecho de honrar a María, haciéndola Madre de Dios, que nadie puede decir nada más, –como dice, el mismo Lutero- aunque tuviera tantas lenguas, como hojas de hierba hay.
El título de Madre de Dios, es incluso hoy, el punto de encuentro y la base común, de todos los cristianos, desde la cual retoman, para reencontrar el acuerdo, entorno al lugar de María en la fe. Este, es el único título ecuménico, no sólo de derecho, porque fue definido en un Concilio ecuménico, sino también de hecho, por que es reconocido por todas las Iglesias.
Hemos escuchado, lo que pensaba Lutero. En otra ocasión, él escribió: El artículo que afirma, que María es Madre de Dios, está vigente en la Iglesia, desde los inicios y el Concilio de Éfeso, no lo definió como nuevo, porque es ya una verdad sostenida en el Evangelio y en la Sagrada Escritura… Estas palabras (dichas en el Evangelio de Lucas 1, 32 y en Gálatas 4, 4) sostienen con mucha firmeza, que María es verdaderamente la Madre de Dios. Otro impulsor de la Reforma, escribe: María, es justamente llamada, a mi juicio, Madre de Dios, Theotókos; y en otro lugar, llama a María la divina Theotókos, elegida incluso, antes de tener la fe. A su vez, Calvino, escribe: La Escritura, nos declara explícitamente, que aquel que deberá nacer de la Virgen María, será llamado Hijo de Dios (Lucas 1, 32) y que la Virgen misma, es Madre de nuestro Señor.
Madre de Dios, Theotókos, es por lo tanto, el título al cual es necesario regresar siempre, distinguiéndolo, como hicieron justamente los ortodoxos, de toda la serie infinita de otros nombres y títulos marianos. Si eso hubiera sido tomado en serio, por todas las Iglesias y valorizado de hecho, más allá, que reconocido de derecho en sede dogmática, bastaría para crear una unidad fundamental, en torno a María y ella; en lugar de ser, ocasión de división entre los cristianos, se convertiría, después del Espíritu Santo, en el factor más importante de unidad ecuménica, la que ayuda maternalmente, a reunir a los hijos de Dios, que están dispersos (Juan 11, 52).
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