¡Dio a luz, a su hijo primogénito! (Tema) - Parte 4
- Eduardo Ibáñez García
- 26 feb 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 2 mar 2021
Por Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia

Los pasos, que estamos siguiendo, sobre las huellas de María, corresponden bastante fielmente, al desarrollo histórico de su vida, como resultado de los Evangelios. La meditación sobre María llena de fe, nos ha llevado al misterio de la Anunciación; la del Magnificat, al misterio de la Visitación; y ahora, la de María Madre de Dios, a la Navidad. De hecho, fue en la Navidad, en el momento en el cual, dio a luz a su hijo primogénito (Lucas 2, 7) y no es antes, que María pasa a ser verdadera y plenamente Madre de Dios.
4. Madres de Cristo: la imitación de la Madre de Dios
T-79. 27-02-2021

Nuestro modo de proceder, en este camino sobre las huellas de María, consiste en contemplar los pasos individuales, realizados por ella, para después imitarlos en nuestra vida. Pero ¿Cómo se puede imitar, esta característica de la Virgen, de ser Madre de Dios? ¿Puede María, ser figura de la Iglesia, es decir su modelo, incluso en este punto? No sólo esto es posible, sino que ha habido hombres, como Orígenes, San Agustín, San Bernardo, que llegaron a decir que, sin esta imitación, el título de María, sería inútil para mí: ¿En qué me beneficia –decían- que Cristo haya nacido, una vez de María en Belén, si no nace también por fe en mi alma?
Debemos recordar, que la maternidad divina de María, se realiza sobre dos planos: sobre un plano físico y sobre un plano espiritual. María es Madre de Dios, no sólo porque lo ha llevado, físicamente en su seno; sino también, porque lo concibió primero en el corazón, con la fe. Naturalmente, no podemos imitar a María, en el primer sentido, generando de nuevo a Cristo, pero podemos imitarla, en el segundo sentido, que es el de la fe.
El mismo Jesús, inició en la Iglesia, este uso del título de Madre de Cristo, cuando declaró: Mi madre y mis hermanos, son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica (Lucas 8, 21). En la tradición, esta verdad conoció dos niveles de aplicación, complementarios entre ellos. En un caso, se ve realizada esta maternidad, en la Iglesia en su conjunto, en cuanto a sacramento universal de salvación; en el otro, tal maternidad se ve realizada en cada persona o alma individual, que cree. El Concilio Vaticano II, se coloca en la primera perspectiva, cuando escribe:
La Iglesia… se vuelve ella también madre, porque con la predicación y con el bautismo, engendra una vida nueva e inmortal, a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios.
Sin embargo, todavía más clara en la tradición, es la aplicación personal a cada alma, cuando se establece que: Cada alma que cree, concibe y engendra al Verbo de Dios… Si, según la carne, una sola es la Madre de Cristo, según la fe, todas las almas generan a Cristo, cuando acogen la palabra de Dios. Otro Padre, hace eco en el Oriente, cuando dice: Cristo nace siempre, místicamente en el alma, tomando la carne de aquellos, que son salvados y haciendo del alma que lo engendra, una madre virgen.
Nos concentramos, sobre la aplicación del título Madre de Dios, que nos concierne particularmente. Buscamos ver, cómo se pasa a ser, en concreto, madre de Jesús. ¿Cómo nos dice Jesús, que se pasa a ser su madre? A través de dos operaciones: escuchando la Palabra y poniéndola en práctica. Para entender, volvemos a pensar, cómo se convierte en madre María: concibiendo a Jesús y dándolo a luz. Existen dos maternidades incompletas o dos tipos de interrupciones de maternidad. Una es la del aborto, antigua y conocida. Ésta sucede, cuando se concibe una vida, pero no se da a luz, porque en el transcurso, ya sea por causas naturales o por el pecado de los hombres, el feto muere. Hasta hace poco, este era el único caso, que se conocía de maternidad incompleta. En la actualidad, se conoce otro que consiste, por el contrario, en dar a luz un hijo sin haberlo concebido. Así sucede, en el caso de los hijos concebidos en probeta e implantados, en un segundo momento, en el seno de una mujer; y en el caso triste y funesto, del útero dado en préstamo para hospedar, a veces mediante pago, vidas humanas concebidas en otro lado. En este caso, lo que la mujer da a luz, no viene de ella, no es concebido primero en el corazón y después en el cuerpo.
Desafortunadamente, también en el plano espiritual, existen estas dos tristes posibilidades. Hay almas –dice san Ambrosio – quienes antes de dar a la luz, hacen abortar al Verbo…Son muchos, los que han concebido a Cristo, pero que nunca lo han dado a la luz. Engendra a Jesús, sin darlo a luz, quien acoge la Palabra, sin ponerla en práctica, quien hace un aborto espiritual uno tras otro, formulando propósitos de conversión, que sistemáticamente después, se olvidan y abandonan a mitad de camino; quien se comporta hacia la Palabra, como observador impaciente, que mira su rostro en el espejo y después, se va olvidando rápidamente, de cómo era. En resumen, quien tiene la fe, pero no tiene las obras.
Por el contrario, da a luz a Cristo sin concebirlo, quien hace tantas obras, incluso buenas, pero que no vienen del corazón, del amor por Dios y de una recta intención, sino de la costumbre, de la hipocresía, de la búsqueda de la satisfacción, que da el hacer. En resumen, quien tiene las obras, pero no tiene la fe.
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