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¡Dio a luz, a su hijo primogénito! (Tema) - Parte 5 y final

  • Eduardo Ibáñez García
  • 5 mar 2021
  • 4 Min. de lectura

Por Raniero Cantalamessa,

Predicador de la Casa Pontificia



Los pasos, que estamos siguiendo, sobre las huellas de María, corresponden bastante fielmente, al desarrollo histórico de su vida, como resultado de los Evangelios. La meditación sobre María llena de fe, nos ha llevado al misterio de la Anunciación; la del Magnificat, al misterio de la Visitación; y ahora, la de María Madre de Dios, a la Navidad. De hecho, fue en la Navidad, en el momento en el cual, dio a luz a su hijo primogénito (Lucas 2, 7) y no es antes, que María pasa a ser verdadera y plenamente Madre de Dios.

 

5. Dos fiestas del Niño Jesús

T-80. 6-03-2021

Hemos considerado el caso negativo, de la maternidad incompleta por falta de fe o por falta de obras. Consideramos ahora, el caso positivo de una maternidad verdadera y completa, que nos hace parecer a María. San Francisco de Asís, tiene una palabra, que resume bien lo que me apremia resaltar:


Somos madres de Cristo –dice- cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo, por medio del divino amor y de la pura y sincera conciencia; lo engendramos, a través de las obras santas, que deben resplandecer a los otros, en ejemplo… ¡Oh, cómo es santo y cómo es querido, agradable, humilde, pacífico, dulce, amable y deseable por sobre cada cosa, tener un hermano y un hijo semejante, Nuestro Señor Jesucristo!


Nosotros –dice el santo- concebimos a Cristo cuando lo amamos con sinceridad de corazón y con rectitud de conciencia y lo damos a la luz cuando cumplimos con obras santas que lo manifiestan al mundo. Es un eco de las palabras de Jesús: Brille igualmente, la luz de ustedes ante los hombres, de modo que, cuando ellos vean sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes, que está en el cielo (Mateo 5, 16).


San Buenaventura, discípulo e hijo del Podre de Asís, desarrolló este pensamiento en un librito titulado Las cinco fiestas, del Niño Jesús. En ello explica, como el alma devota, por gracia del Espíritu Santo y el poder del Altísimo, puede concebir espiritualmente, el bendito Verbo e Hijo Unigénito del Padre, dar a luz, darle el nombre, buscar adorarlo con los Magos y presentarlo felizmente a Dios Padre en su templo.



De estas cinco fiestas del Niño Jesús, que el alma debe revivir, nos interesan sobre todo, las primeras dos: la concepción y el nacimiento. Para San Buenaventura, el alma concibe a Jesús, cuando insatisfecha con la vida que lleva, estimulada por santas inspiraciones y encendiéndose de santo ardor, en fin alejándose con resolución de sus viejas costumbres y defectos, es fecundada espiritualmente por la gracia del Espíritu Santo y concibe el propósito de una vita nueva. ¡Sucede, la concepción de Cristo!

Una vez concebido, el bendito Hijo de Dios nace, en el corazón, cuando después de haber hecho, un sano discernimiento, pedido consejo oportuno, invocado la ayuda de Dios; el alma pone inmediatamente en obra, su santo propósito, comenzando a realizar lo que desde hacía un tiempo, estaba madurando, pero que siempre había pospuesto, por miedo de no ser capaz.


Sin embargo, es necesario insistir sobre una cosa: este propósito de vida nueva, debe traducirse sin demora, en algo concreto, en un cambio, posiblemente también externo y visible, en nuestra vida y en nuestras costumbres. Si no se pone en acto el propósito, se concibe a Jesús, pero no se le da a luz. Es uno, de los abortos espirituales. ¡No se celebrará nunca, la segunda fiesta del Niño Jesús, que es la Navidad! Es una de las tantas prórrogas, que han marcado nuestra vida y que son una de las razones principales, por la cual tan pocos se hacen santos.


Si decides, cambiar el estilo de vida y comenzar a ser parte de la categoría de los pobres y humildes, que como María, buscan sólo encontrar gracia junto a Dios, sin buscar gustarles a los hombres, entonces debes armarte de coraje, porque será necesario. Deberás enfrentar, dos tipos de tentaciones. Dice San Buenaventura, que se te presentarán primero, los hombres carnales de tu ambiente, a decirte: Es muy arduo, lo que emprendes; no lo lograrás nunca, te faltarán las fuerzas, tendrás problemas de salud; estas cosas no corresponden a tu estado, compromete tu buen nombre y la dignidad de tu carga…


Superado este obstáculo, se presentarán otros, que tienen fama de ser; y quizás, lo son también de hecho, personas pías religiosas, pero que no creen verdaderamente, en el poder de Dios y de su Espíritu. Estas te dirán que, si comienzas a vivir de este modo –dando tanto espacio a la oración, evitando las charlatanerías inútiles, haciendo obras de caridad-, serás considerado rápidamente un santo, un hombre devoto, espiritual; y porque tú sabes muy bien, que todavía no lo eres, terminarás engañando a la gente y siendo un hipócrita, atrayendo sobre ti, la ira de Dios que escudriña los corazones. A todas estas tentaciones, es necesario responder con fe: ¡la mano del Señor, no se queda corta para salvar! (Isaías 59, 1); y casi enojándose con sí mismo, exclamar como San Agustín, en la vigilia de su conversión: ¿Si estos lo hicieron, por qué no también yo? ¿Si isti et istae, cur non ego?


Hemos intentado, prepararnos para la próxima Navidad, en la escuela de la Madre de Dios. Ahora, que hemos llegados al final, no nos queda más que unirnos a ella, en una contemplación silenciosa y adoradora, del Dios hecho hombre por nosotros. La liturgia bizantina, en la víspera de Navidad, contiene una oración, llena de santo orgullo, que podemos hacer nuestra, frente al pesebre:


¿Qué podemos ofrecerte como regalo, oh Cristo nuestro Dios, por haber aparecido en la tierra, asumiendo nuestra propia humanidad? Cada una de las criaturas, moldeadas por tus manos, te ofrece algo para darte gracias: los ángeles te ofrecen su canción, los cielos la estrella, los magos sus dones, los pastores su maravilla, la tierra una cueva, el desierto un pesebre. ¡Pero te ofrecemos una Madre virgen!

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