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Dios es aliado nuestro, no del virus T-49. 1-08-2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 31 jul 2020
  • 4 Min. de lectura

Dios es aliado nuestro, no del virus

Por Raniero Cantalamessa,

Predicador de la Casa Pontificia


 

La tarde del 10 de abril, del presente año, Viernes Santo, día en que la Iglesia recordó la crucifixión y la muerte de Jesús; y que el Papa Francisco, presidió la celebración de la Pasión del Señor, en una solemne Basílica de San Pedro vacía, sin la presencia física de los fieles, a causa de la pandemia del coronavirus, que ha forzado el aislamiento de millones de personas, en todo el mundo.


Para desarrollar este tema, es necesario citar, las palabras de San Gregorio Magno, la Escritura crece, con quienes la leen (cum legentibus crescit), recordando que el Viernes Santo de este año, todos los cristianos leímos el relato de la Pasión, con una pregunta en el corazón, más aún, con un grito, que se eleva por toda la tierra y que por lo tanto, debemos tratar de captar la respuesta, que la Palabra de Dios nos da.


Dos perspectivas para mirar, el relato del mal más grande


Lo que acabamos de escuchar, La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, es el relato del mal objetivamente, más grande jamás cometido en la tierra, el cual podemos mirarlo, desde dos perspectivas diferentes: de frente o por detrás, es decir, por sus causas o por sus efectos.


Si nos detenemos, en las causas históricas de la muerte de Cristo, nos confundimos y cada uno estará tentado de decir, como Pilato: Yo soy inocente, de la sangre de este hombre (Mateo 27, 24). Por lo tanto, la cruz se comprende mejor, por sus efectos que por sus causas.


En este sentido, uno de esos efectos que emanan del sacrificio de Jesús, es que su cruz ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano... de todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo, ni una maldición. Ha sido redimida desde la raíz, en el momento en que el Hijo de Dios, la ha tomado sobre sí.


Por lo anterior, es conveniente hacer hincapié, en que Jesús murió por todos y no solo por los que tienen fe, con lo cual el plan de Salvación de Dios fue pensado, para toda la humanidad, sin excluir a nadie.


La pandemia, nos ha despertado del delirio de omnipotencia


En alusión, al actual contexto de sufrimiento e incertidumbre, que viven millones de personas en todo el mundo, recluidas en sus hogares, cumpliendo con la cuarentena, para evitar que se siga extendiendo el coronavirus, pregunto: ¿Cuál es la luz, que todo esto arroja sobre la situación dramática, que está viviendo la humanidad?


También aquí, más que a las causas, debemos mirar los efectos. No solo los negativos, cuya triste parte escuchamos cada día, sino también los positivos, que solo una observación más atenta, nos ayuda a captar. La pandemia del Coronavirus, nos ha despertado bruscamente, del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el delirio de omnipotencia.


Ha bastado, el más pequeño y deforme elemento de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos. El hombre, en la prosperidad no comprende —dice un salmo de la Biblia—, es como los animales que perecen (Salmo 49, 21). ¡Qué gran verdad!


Dios participa de nuestro dolor, para vencerlo


En medio de esta pandemia, ¡Dios es aliado nuestro, no del virus!... Tengo proyectos de paz, no de aflicción, nos dice Él mismo en la Biblia (Jeremías 29, 11).


El que lloró un día, por la muerte de Lázaro, llora hoy por el flagelo que ha caído, sobre la humanidad. Sí, Dios sufre, como cada padre y cada madre. Un día nos avergonzaremos, de todas las acusaciones, que en la vida hicimos contra Él. Dios participa en nuestro dolor, para vencerlo. Dios —escribe san Agustín—, siendo supremamente bueno, no permitiría jamás, que cualquier mal existiera en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y bueno, para sacar el bien del mismo mal.


Solidaridad: un fruto positivo, de la crisis sanitaria


¿Cuándo, en la memoria humana, los pueblos de todas las naciones se sintieron tan unidos, tan iguales, tan poco litigiosos, como en este momento de dolor? Nunca como ahora, hemos percibido la verdad del grito de un poeta: ¡Hombres, paz! Sobre la tierra postrada, demasiado es el misterio. Nos hemos olvidado, de los muros a construir. El virus, no conoce fronteras. En un instante, ha derribado todas las barreras y las distinciones: de raza, de religión, de censo, de poder. No debemos volver atrás, cuando este momento haya pasado.


Un mundo más pobre de cosas, pero más rico en humanidad


No debemos, desaprovechar esta ocasión. No hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso heroico, por parte de los agentes sanitarios, sea en vano. Esta es la recesión, que más debemos temer.


Es el momento, de realizar algo de esta profecía de Isaías (Isaías 52, 13-15. 53, 1-12), cuyo cumplimiento espera desde siempre, la humanidad. Digamos basta, a la trágica carrera de armamentos. Gritándolo con todas nuestras fuerzas, porque es sobre todo nuestro destino, lo que está en juego.

Destinemos, los ilimitados recursos empleados en las armas, para los fines cuya necesidad y urgencia, vemos en estas situaciones: la salud, la higiene, la alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado. Dejemos a la generación que venga, un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad.

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