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Dios vivo, es la Trinidad viviente. (2ª. parte) T-2 14-09-19

  • Eduardo Ibáñez García
  • 5 sept 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 24 abr 2021

Dios es amor y por eso es Trinidad


P. Raniero Cantalamessa


Oración:

Oh Dios, cuya Misericordia es infinita y cuyos tesoros de compasión no tienen límites, míranos con Tu favor y aumenta Tu Misericordia dentro de nosotros, para que en nuestras grandes ansiedades no desesperemos, sino que siempre, con gran confianza, nos conformemos con Tu Santa Voluntad, la cual es idéntica con Tu Misericordia, por Nuestro Señor Jesucristo, Rey de Misericordia, quien con Vos y el Espíritu Santo, manifiesta Misericordia hacia nosotros por siempre. Amén.


 

Ahora proseguimos nuestra reflexión sobre el Dios Viviente.

¿A quién nos dirigimos, nosotros cristianos, cuando pronunciamos la Palabra de Dios, sin otra especificación? ¿A quién se refiere ese tú, cuando, con las palabras del salmo, decimos: Oh Dios, tú eres mi Dios (Salmo 63, 2) ¿Quién responde a ello, por así decirlo, al otro lado del cable? Ese tú no es simplemente Dios Padre, la primera persona divina, como si hubiera existido o fuera pensable, un solo instante, sin las otras dos. Tampoco es la esencia divina indeterminada, como si existiera una esencia divina, que sólo en un segundo momento se especifica en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.


El único Dios, aquel que en la Biblia dice: ¡Yo Soy! es el Padre que engendra al Hijo y que, con él, espira el Espíritu, comunicándoles toda su divinidad. Es el Dios comunión de amor, en el que unidad y trinidad proceden de la misma raíz y del mismo acto y forman una Tri-unidad, en la que ninguna de las dos cosas —unidad y pluralidad— precede a la otra, o existe sin la otra, ninguno de los dos niveles es superior al otro o más profundo que el otro.


Ese tú al que nos dirigimos en oración, según los casos y la gracia de cada uno, puede ser una de las tres divinas personas en particular: el Padre, el Hijo Jesucristo o el Espíritu Santo, sin que se pierda el todo. Por la comunión trinitaria, en efecto, en cada persona divina están presentes las otras dos. La Trinidad, es como uno de esos triángulos musicales, que por cualquier lado que se toque, vibra todo y da el mismo sonido.


El Dios vivo de los cristianos no es otra cosa, en conclusión, que la Trinidad viviente. La doctrina de la Trinidad está contenida, como en germen, en la revelación de Dios como amor. Decir: Dios es amor (1 Juan 4, 8), es decir: Dios es Trinidad. Todo amor implica un amante, un amado y un amor que los une. Todo amor es amor de alguien o de algo; no se da un amor vacío, sin objeto. Ahora bien, ¿Quién ama a Dios, para ser definido amor? ¿El hombre? Pero entonces, es amor solo desde hace algún centenar de millones de años. ¿Ama el universo? Pero entonces, es amor solo desde hace algunos mil millones de años. Y antes, ¿A quién amaba Dios, para ser el amor?


Los pensadores griegos, y en general, las filosofías religiosas de todos los tiempos, al concebir a Dios, sobre todo como pensamiento, podían responder: Dios se pensaba a sí mismo; era puro pensamiento, pensamiento de pensamiento. Pero esto no es posible, desde el momento en que se dice que Dios es ante todo amor, porque el puro amor de sí mismo sería puro egoísmo, que no es la exaltación máxima del amor, sino su total negación. Y he aquí la respuesta de la revelación, expuesta por la Iglesia. Dios es amor desde siempre, ab aeterno, porque antes de que existiera un objeto fuera de sí, para ser amado, tenía en sí mismo al Verbo, el Hijo que amaba con amor infinito, es decir, en el Espíritu Santo.


Esto no explica cómo la unidad pueda ser simultáneamente Trinidad; esto es un misterio incognoscible por nosotros, porque ocurre sólo en Dios. Sin embargo, nos ayuda a intuir por qué, en Dios, la unidad debe ser también pluralidad: porque ¡Dios es amor! Un Dios que fuera puro conocimiento o pura ley o puro poder, ciertamente no tendría ninguna necesidad de ser trino. Más aún, este hecho complicaría las cosas y de hecho ¡ningún triunvirato ha durado largamente en la historia! No así con un Dios que es ante todo amor, porque no puede haber amor entre menos de dos. Es necesario —escribió Henri de Lubac— que el mundo lo sepa: la revelación de Dios como amor, desconcierta todo lo que él había concebido anteriormente sobre la divinidad. Los cristianos creemos en un solo Dios, ¡no en un Dios solitario!

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