Dios vivo, es la Trinidad viviente.(3ª. parte) T-3 21-09-19
- Eduardo Ibáñez García
- 14 sept 2019
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 24 abr 2021
Contemplar la Trinidad,
para vencer, la odiosa división del mundo

Raniero Cantalamessa
Ningún tratado sobre la Trinidad es capaz de hacernos entrar en contacto vivo con ella como la contemplación del icono de la Trinidad de Rublev, del que vemos una reproducción en el mosaico que tenemos a continuación. Pintado en 1425 para la Iglesia de San Sergio, el icono fue declarado, por el concilio de los cien capítulos de 1551, modelo de todas las representaciones de la Trinidad.

Una cosa se debe notar, inmediatamente, sobre esta imagen. No quiere representar directamente la Trinidad, que, por definición, es invisible e inefable. Esto habría sido contrario a todos los cánones de la iconografía bizantina. En forma directa, representa la escena de los tres ángeles, aparecidos a Abraham en el encinar de Mambré (Génesis 18, 1-15); lo demuestra, claramente, el hecho de que, en otras pinturas del mismo tema, antes y después de Rublev, en el icono aparecen también Abraham, Sara, el becerro; y, en el trasfondo, la encina. Sin embargo, esta escena, a la luz de la tradición patrística, se lee como una prefiguración de la Trinidad. El icono, es una de las formas, que asume la lectura espiritual de la Biblia, es decir, la interpretación de un hecho del Antiguo Testamento, a la luz del Nuevo.
El dogma de la unidad y trinidad de Dios, se expresa en el icono de Rublev, por el hecho de que las figuras presentes son tres y muy distintas, pero muy semejantes entre sí. Están contenidas idealmente dentro de un círculo que destaca su unidad, mientras que el diverso movimiento, especialmente de la cabeza, proclama su distinción. Las tres visten, en el original, una túnica de color azul, signo de la naturaleza divina que tienen en común; pero encima, o debajo, de ella cada una tiene un color que la distingue de la otra. El Padre (identificado en género, con el ángel de la izquierda, hacia el cual las otras dos personas, inclinan la cabeza), tiene una túnica de colores indefinibles, hecha casi de pura luz, signo de su invisibilidad e inaccesibilidad; el Hijo, en el centro, viste una túnica oscura, signo de la humanidad con la que se ha revestido; el Espíritu Santo, el ángel de la derecha, un manto verde, signo de la vida, por ser él quien da la vida.
Una cosa impacta, sobre todo al contemplar el icono de Rublev: la paz profunda y la unidad, que emana del conjunto. Del icono, se desprende un silencioso grito: Sean una sola cosa, como nosotros somos una sola cosa. San Sergio de Radoneż, para cuyo monasterio fue pintado el icono, se había distinguido en la historia rusa, por haber traído la unidad, entre los jefes en discordia mutua y haber hecho así posible, la liberación de Rusia de los tártaros. Su lema era: Contemplando la Santísima Trinidad, vencer la odiosa discordia de este mundo. Rublev, quiso recoger la herencia espiritual del gran santo, que había hecho de la Trinidad, la fuente inspiradora de su vida y de su labor.
De esta visión de la Trinidad recogemos, pues, sobre todo el llamamiento a la unidad, porque todos queremos la unidad. Después de la palabra felicidad, no hay ninguna otra, que responda a una necesidad tan apremiante del corazón humano, como la palabra unidad. Nosotros somos seres finitos, capaces de infinito y esto quiere decir, que somos criaturas limitadas, que aspiramos a superar nuestro límite, para ser todo de alguna manera, quodammodo omnia, como se dice en filosofía. No nos resignamos a ser sólo lo que somos. ¿Quién no recuerda, en los años juveniles, algún momento de ansiosa necesidad de unidad, cuando hubiera querido que todo el universo, fuera encerrado en un punto y él estar, con todos los demás, en ese único punto, mientras el sentido de separación y de soledad en el mundo, se hacía sentir con sufrimiento? Santo Tomás de Aquino, explica todo esto diciendo: Ya que la unidad (unum) es un principio del ser, como la bondad (bonum), resulta de ello, que cada uno desea naturalmente la unidad, como desea el bien. Por ello, como el amor o el deseo del bien causa sufrimiento, así actúa también el amor o el deseo de unidad.
Todos, pues, queremos la unidad, todos la deseamos desde lo profundo del corazón. ¿Por qué entonces, es tan difícil hacer unidad, si todos la deseamos tan ardientemente? Es que nosotros, queremos que se haga la unidad, pero… en torno, a nuestro punto de vista. Nos parece tan obvio, tan razonable, que nos sorprendemos, cómo los demás no se den cuenta e insistan, en cambio, en su punto de vista. Trazamos incluso, delicadamente, a los demás, el camino para llegar donde estamos nosotros y alcanzarnos en nuestro centro. El inconveniente es, que el otro está haciendo, exactamente lo mismo conmigo. Por esta vía, no se alcanzará nunca, ninguna unidad: asi, se hace el camino inverso.
La Trinidad, nos indica, el verdadero camino hacia la unidad. Partiendo, de las personas divinas, en lugar del concepto de naturaleza, los orientales han encontrado, que tenían que asegurar de otro modo, la unidad divina. Lo han hecho, elaborando la doctrina de la perijóresis. Aplicada a la Trinidad, perijóresis (literalmente, mutua compenetración) expresa la unión, de las tres personas en la única esencia. Gracias a ella, las tres Personas están unidas, sin confundirse; cada persona se identifica en la otra, se da a la otra y hace ser a la otra. El concepto se basa, en las palabras de Cristo: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.
Jesús, amplió este principio, a la relación que existe entre él y nosotros: Yo estoy en el Padre y vosotros en mí y yo en vosotros (Juan 14, 20); Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en la unidad (Juan 17, 23). La vía hacia la verdadera unidad, está en imitar entre nosotros, en la Iglesia, la perijóresis divina. San Pablo, indica su fundamento, cuando dice que somos miembros los unos de los otros (Romanos 12, 5). En Dios, la perijóresis, se basa en la unidad de la naturaleza; en nosotros, sobre el hecho de que somos un solo cuerpo y un solo Espíritu.
El Apóstol, nos ayuda a comprender qué significa, en la práctica, vivir entre nosotros la perijóresis o mutua compenetración: Si un miembro sufre, todos los miembros sufren juntos; y si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él (1 Corintios 12, 26); Llevad el peso los unos de los otros, así cumpliréis la ley de Cristo (Gálatas 6, 2). Los pesos de los demás, son las enfermedades, los límites, los disgustos, también los defectos y los pecados. Vivir la perijóresis significa, identificarse con el otro, ponerse, como suele decirse, en su pellejo, intentar comprender, antes que juzgar.
Las tres personas divinas, están siempre comprometidas en glorificarse mutuamente. El Padre, glorifica al Hijo; el Hijo, glorifica al Padre (Juan 17, 4); el Paráclito, glorificará al Hijo (Juan 16, 14). Cada persona se da a conocer, haciendo conocer a la otra. El Hijo, enseña a clamar ¡Abba!; el Espíritu Santo, enseña a gritar: ¡Jesús es el Señor! y Ven, Señor Maranatha. No enseñan a pronunciar el nombre propio, sino el de las otras personas. Hay un solo lugar en el universo, donde la regla ama a tu prójimo como a ti mismo, es puesta en práctica, en sentido absoluto, ¡y es en la Trinidad! Cada persona divina, ama a la otra exactamente, como a sí misma.
¡Qué distinta es la atmósfera que se respira, cuando y en un cuerpo social, nos esforzamos por vivir, con estos ideales sublimes ante los ojos! Pensemos en una familia, en la que el marido defiende y exalta a la propia esposa, ante los hijos y ante los extraños; y lo mismo hace la mujer, respecto al marido; pensamos en una comunidad, en que uno se esfuerza por poner en práctica, la recomendación de Santiago: No murmuren los unos de los otros, hermanos (Santiago 4, 11) o la de San Pablo: Amense cordialmente, con amor fraterno (Romanos 12, 10). De este paso, uno podría incluso, llegar a alegrarse del nombramiento de otra persona, que se estima en un determinado puesto de honor (por ejemplo, al cardenalato), como si hubiera sido nombrado él mismo.
Pero, dejemos decir estas cosas, a los santos, los únicos que tienen el derecho de hacerlo, porque las ponen en práctica. En una de sus admoniciones, San Francisco de Asís, dice: Bienaventurado aquel siervo, que no se enorgullece por el bien, que el Señor dice y obra por medio de él, más que por el bien que dice y obra por medio de otro.
San Agustín, decía al pueblo: Si amas la unidad, todo lo que en ella es poseído por alguien, ¡lo posees tú también! Destierra la envidia y será tuyo lo que es mío; y si yo destierro la envidia, es mío lo que tú posees. La envidia separa, la caridad une… Solo la mano, actúa en el cuerpo; pero ésta, no actúa solo para sí, actúa también para el ojo. Si está a punto de recibir un golpe, que no está dirigido a la mano, sino al rostro, ¿dice quizás la mano: “No me muevo, porque el golpe, no está dirigido a mí”?.
Quería decir: si tú te esfuerzas, por poner el bien de la comunidad, por encima de tu afirmación personal, todo carisma y todo honor presente en ella, será tuyo; igual que en una familia unida, el éxito de un miembro hace felices a todos los demás. Por eso, la caridad es, la mejor vía de todas (1 Corintios 12, 31): ella multiplica los carismas; hace del carisma de uno, el carisma de todos. Son cosas, me doy cuenta, fáciles de decir, pero difíciles de poner en práctica; en cambio, es bonito saber que, con la gracia de Dios, son posibles; y algunas almas, las han realizado y las realizan también, para nosotros en la Iglesia.
Contemplar la Trinidad, ayuda realmente, a vencer la odiosa discordia del mundo. El primer milagro, que el Espíritu obró en Pentecostés, fue hacer a los discípulos concordes (Hechos 1, 14), un solo corazón y una sola alma (Hechos 4, 32). El, está siempre dispuesto a repetir este milagro, a transformar cada vez la dis-cordia en con-cordia. Se puede estar dividido en la mente, en lo que cada uno piensa acerca de cuestiones doctrinales o pastorales, legítimamente debatidas en la Iglesia, pero nunca divididos en el corazón: In dubiis libertas, in omnibus vero caritas. Esto significa, propiamente, imitar la unidad de la Trinidad; ella es, en efecto, unidad en la diversidad.
Comments