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Dios vivo, es la Trinidad viviente. (4ª. parte y final) T-4 28-09-19

  • Eduardo Ibáñez García
  • 28 sept 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 28 abr 2021


Entrar en la Trinidad


Raniero Cantalamessa

Además de contemplarla e imitarla, hay algo todavía más dichoso, que podemos hacer respecto a la Trinidad; y es, ¡Entrar, en ella!


Nosotros no podemos abrazar el océano, pero podemos entrar en él; no podemos abrazar el misterio de la Trinidad con nuestra mente, pero ¡Podemos, entrar en Él! Cristo, nos ha dejado un medio concreto para hacerlo, la Eucaristía.


En el icono de Rublev -está en el tema 3 de esta serie-, los tres ángeles están

dispuestos en círculo, en torno a una mesa; sobre esa mesa hay una copa y dentro de la copa, se vislumbra un cordero. No se podía decir de forma más sencilla y eficaz, que la Trinidad nos da cita cada día, en la Eucaristía. El banquete de Abraham en el encinar de Mambré, es figura de este banquete. La visita de los tres a Abraham, se renueva para nosotros, cada vez que nos acercamos a la Comunión.


También aquí, es decir, a propósito de la Eucaristía, es iluminadora la doctrina de la perijóresis trinitaria. Ella nos dice, que donde hay una persona de la Trinidad, allí están también las otras dos, inseparablemente unidas. En el momento de la Comunión, se realiza en sentido estricto, la palabra de Cristo: Yo en ellos y tú en mí. Quien me ve a mí, ve al Padre, quien me recibe a mí, recibe al Padre. No llegaremos nunca a valorar plenamente, la gracia que se nos ofrece. ¡Comensales de la Trinidad!


San Cirilo de Alejandría, formuló con el habitual rigor teológico, esta verdad que une indisolublemente Trinidad y Eucaristía. El dice: Somos consumados en la unidad con Dios Padre, por medio de Cristo. Recibiendo, en efecto, en nosotros corporal y espiritualmente, lo que el Hijo es por naturaleza, nos hacemos partícipes y consortes de toda la naturaleza suprema.


La misma persona, de la que he referido el testimonio al principio, me confió, en otra ocasión, una experiencia suya de la Trinidad. Me permito compartir también esta, porque nos ayuda a entender que la Iglesia, no es solamente lo que la gente ve o piensa de ella. Decía: La otra noche, el Espíritu, me introdujo en el misterio del amor trinitario. El intercambio extasiante de dar y recibir, se obró también a través de mí: de Cristo, a quien yo estaba unida, hacia el Padre y del Padre hacia el Hijo. Pero, ¿Cómo expresar lo inefable? No veía nada, pero era mucho más que ver; y mis palabras son impotentes, para traducir este intercambio en el júbilo, que se respondía, se lanzaba, recibía y daba. Y de ese intercambio fluía, una vida intensa de Uno a Otro, como una leche tibia, que fluye desde el seno de la madre, a la boca del niño agarrado a este bienestar. Y era yo aquel niño, era toda la creación que participa en la vida, en el Reino, en la gloria, habiendo sido regenerada por Cristo. ¡Oh, Trinidad Santa y viviente! Quedé como fuera de mí, durante dos o tres días; y todavía hoy, esta experiencia permanece fuertemente grabada en mí.


La Trinidad no es sólo un misterio y un artículo de nuestra fe, es una realidad viva y palpitante. Como decía al principio, el Dios vivo de la Biblia al que estamos buscando no es otro que la Trinidad viviente. Que el Espíritu nos introduzca también a nosotros en ella y nos haga gustar su dulce compañía.

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Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión del Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón

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