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El amor, de Dios - (5ª. Parte) T-16 21-12-19

  • Eduardo Ibáñez García
  • 20 dic 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 14 may 2021


Antes del deber y del mandamiento, siempre está el don, el don de Dios.

Antes de pedirnos algo, Dios nos da algo, nos da su amor.

Antes de empezar algo, es necesario poner el amor de Dios, ante todos.

Él quiere, asegurarnos, su amor.



5. El amor, que el hombre conoce

Padre Raniero Cantalamessa


A lo largo de la Biblia, se nos muestra, la más perfecta escuela del amor de Dios, para que también nosotros, aprendamos a amar como Él nos ama.


Si el amor humano, sirve de símbolo del amor de Dios, ¡el amor de Dios, sirve de modelo al amor humano! Observando, cómo es el amor de Dios de fuerte, tierno, constante, gratuito; de esa forma, se descubre como tiene que ser el amor humano, cómo debe de amar un hijo, cómo debe amar un padre, cómo debe amar una madre, cómo deben amarse los esposos, cómo se debe amar a Dios y cómo se debe amar al prójimo.


Ahora, pasamos al segundo texto, de los tres textos de San Pablo, que deben guiarnos en este camino, de descubrimiento del amor de Dios. Se encuentra en el capítulo 5, de la carta a los Romanos y dice:


Justificados ahora por la fe, estamos en paz con Dios, por obra de Nuestro Señor Jesucristo; pues por Él, tuvimos entrada a esa situación de gracia, en que nos encontramos y estamos orgullosos, con la esperanza de alcanzar el esplendor de Dios. Más aún, estamos orgullosos también de las dificultades, de las tribulaciones; sabiendo que la dificultad, produce entereza, la entereza calidad, la calidad esperanza y esa esperanza no defrauda, porque EL AMOR DE DIOS, HA SIDO DERRAMADO EN NUESTROS CORAZONES, POR EL ESPÍRITU SANTO QUE NOS HA DADO.


Y ya no se dice, que nosotros somos simplemente amados de Dios, sino que ¡el amor de Dios, ha sido incluso, derramado en nuestros corazones! Ahora se trata, de acoger sencillamente, la desconcertante nueva revelación: el amor de Dios, se ha establecido en medio de nosotros, ahora está en nuestro corazón.


En el pasado, a pesar de todo, se interponían entre el amor de Dios, dos o tres muros de separación, que impedían la plena comunión con Dios: el muro de la naturaleza, por ejemplo, porque Dios es Espíritu y nosotros somos carne; segundo muro, el pecado; el tercer muro, la muerte. Pero Jesús, ha destruido todos estos muros y ahora nada impide, que el amor de Dios pueda llegar y quedarse en medio de nosotros.


Nace así en nosotros, un sentimiento nuevo, no solamente una idea nueva, sino un sentimiento nuevo, extraordinario, que es el sentimiento de posesión. Nosotros poseemos el amor de Dios o aún mejor: estamos poseídos por Él. Es como cuando un hombre, después de haber intentado durante años, procurarse un objeto del que está particularmente encariñado o una obra de arte, por la que tiene gran admiración y haber temido varias veces, perderla irremediablemente, cuando de repente, una tarde puede llevársela a casa y cerrar tras de sí la puerta. Incluso, si por alguna razón, tuviera que pasar meses y años, antes de poder abrir la envoltura y contemplar cara a cara, el objeto tan deseado; ahora es ya, una cosa totalmente diferente, ¡él sabe que ese objeto es suyo y que nadie podrá quitárselo!


Pero, hermanos, ¿Qué es este amor, que ha sido derramado en nuestro corazón, en el Bautismo? ¿Es simplemente un sentimiento de Dios, hacia nosotros? Es mucho más, algo REAL, no sólo intencional, es literalmente EL AMOR DE DIOS; o sea, el amor que hay en Dios, ¡el mismo fuego, que arde en la Trinidad y del que somos partícipes, en forma de inhabilitación del Espíritu Santo, en nuestra alma! Mi padre, dice Jesús, lo amará y los dos vendremos a él y viviremos con él. Nosotros, nos convertimos en partícipes de la naturaleza divina, es decir, partícipes del amor divino, porque la naturaleza divina, se sabe, es el amor, ¡Dios es amor!



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