El Espíritu Santo, nos introduce, en el misterio de la divinidad de Cristo. (Tema) – 2ª. Parte
- Eduardo Ibáñez García
- 18 jun 2021
- 4 Min. de lectura
El Espíritu Santo, nos introduce,
en el misterio de la divinidad de Cristo
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

2. Ustedes ¿Quién dicen, que soy yo?
T-95 19-06-2021
Pero, es tiempo de venir a nosotros e intentar ver, qué podemos aprender hoy, de la épica batalla, sostenida en su tiempo por la ortodoxia. La divinidad de Cristo, es la piedra angular, que sostiene, los dos misterios principales de la fe cristiana: la Trinidad y la Encarnación. Ellos son, como dos puertas que se abren y se cierran a la vez. Existen edificios o estructuras metálicas, hechos de tal modo, que si se toca un cierto punto o se quita una cierta piedra, todo se derrumba. Así es, el edificio de la fe cristiana; y su piedra angular, es la divinidad de Cristo. Quitando esta, todo se disgrega y antes que nada la Trinidad. Si el Hijo, no es Dios, ¿Por quién, está formada la Trinidad? Ya lo había denunciado con claridad, San Atanasio, escribiendo contra los arrianos:

Si el Verbo, no existe junto con el Padre, desde toda la eternidad, entonces, no existe una Trinidad eterna, sino que fue la unidad y luego, con el paso del tiempo, por adición, comenzó a existir la Trinidad.
San Agustín, decía: No es gran cosa, creer que Jesús ha muerto; esto, lo creen también los paganos, los judíos y los réprobos, todos lo creen. Pero, es algo verdaderamente grande creer, que Él ha resucitado. La fe de los cristianos, es la resurrección de Cristo. Además de, sobre la muerte y la resurrección, lo mismo se debe decir, de la humanidad y divinidad de Cristo, cuyas respectivas manifestaciones, son muerte y resurrección. Todos creen, que Jesús sea hombre; lo que diferencia a creyentes y no creyentes es, creer que Él es Dios. ¡La fe de los cristianos, es la divinidad de Cristo!
Debemos, plantearnos una pregunta seria. ¿Qué lugar ocupa Jesucristo, en nuestra sociedad y en la misma fe de los cristianos? Pienso, que se puede hablar, a este respecto, de una presencia-ausencia de Cristo. A un cierto nivel —el del espectáculo y los medios de comunicación social en general— Jesucristo, está muy presente. En una serie interminable de relatos, películas y libros; los escritores, manipulan la figura de Cristo, a veces bajo el pretexto, de nuevos documentos históricos imaginarios sobre Él. Se ha convertido en una moda, un género literario. Se especula, sobre la amplia resonancia, que tiene el nombre de Jesús y sobre lo que Él, representa para gran parte de la humanidad, para asegurarse, una gran publicidad a bajo coste. Yo llamo a todo esto, parasitismo literario.
Desde cierto punto de vista, podemos decir, pues, que Jesucristo, está muy presente, en nuestra cultura. Pero, si miramos al ámbito de la fe, al cual pertenece en primer lugar, observamos, por el contrario, una inquietante ausencia, cuando incluso, el rechazo de su persona. ¿En qué creen, en realidad, los que se definen como creyentes, en Europa y en otros lugares? La mayoría de las veces, creen en la existencia de un Ser supremo, de un Creador; creen, que existe un más allá. Sin embargo, esta es una fe deísta, no todavía una fe cristiana. Diferentes indagaciones sociológicas, constatan este dato, de hecho también, en países y regiones de antigua tradición cristiana. Jesucristo, está prácticamente ausente, en este tipo de religiosidad.
También, el diálogo entre ciencia y fe, lleva, sin quererlo, a poner a Cristo entre paréntesis. En efecto, tiene por objeto a Dios, el Creador. La persona histórica de Jesús de Nazaret, no tiene en ese diálogo, ningún puesto. Pasa lo mismo también, en el diálogo con la filosofía, a la que le gusta ocuparse, de conceptos metafísicos; y no de realidades históricas, por no hablar del diálogo interreligioso, en el que se discute de paz, ecologismo, pero ciertamente no de Jesús.
Basta, una simple mirada al Nuevo Testamento, para entender, lo lejos que estamos, en este caso, del significado original, de la palabra fe en el Nuevo Testamento. Para San Pablo, la fe que justifica a los pecadores y confiere el Espíritu Santo (Gálatas 3, 2), en otras palabras, la fe que salva, es la fe en Jesucristo, en su misterio pascual, de muerte y resurrección.
Ya, durante la vida terrena de Jesús, la palabra fe, indica fe en Él. Cuando Jesús dice: Tu fe, te ha salvado, al reprochar a los Apóstoles, llamándolos hombres de poca fe, no se refiere, a la fe genérica en Dios, que se daba, por descontada entre los judíos; ¡Habla, de fe en Él! Esto desmiente, por sí solo, la tesis según la cual, la fe en Cristo, empieza sólo con la Pascua; y antes, sólo existe, el Jesús de la historia. El Jesús de la historia, es ya uno, que postula fe en Él; y si los discípulos, le han seguido, es precisamente, porque tenían una cierta fe en Él, aunque muy imperfecta, antes de la venida del Espíritu Santo, en Pentecostés.
Debemos, dejarnos investir en pleno rostro, pues, porla pregunta, que Jesús dirigió un día a sus discípulos; después de que estos, le han referido las opiniones de la gente, en torno a Él: Pero ustedes ¿Quién creen, que soy yo? Y, por la aún, más personal: ¿Crees tú? ¿Crees realmente? ¿Crees, con todo el corazón? San Pablo, dice que, con el corazón se cree, para obtener la justicia; y con la boca, se hace la profesión de fe, para tener la salvación (Romanos 10, 10). De las raíces del corazón, es de donde sube la fe, exclama, San Agustín.
En el pasado, el segundo momento de este proceso —es decir, la profesión de la recta fe, la ortodoxia —ha tomado a veces, tanto relieve, que ha dejado en la sombra, a ese primer momento, que es el más importante y que se desarrolla, en las profundidades recónditas del corazón. Casi todos los tratados, Sobre la fe (De fide), escritos en la antigüedad, se ocupan, de las cosas que hay que creer; y no del acto, de creer.
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