El Espíritu Santo, nos introduce, en el misterio de la divinidad de Cristo. (Tema) – 3ª. Parte
- Eduardo Ibáñez García
- 25 jun 2021
- 4 Min. de lectura
El Espíritu Santo, nos introduce,
en el misterio de la divinidad de Cristo
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

3. ¿Quién es, el que vence al mundo?
T-96 26-06-2021
Tenemos que recrear, las condiciones para una fe en la divinidad de Cristo, sin reservas y sin reticencias. Reproducir el impulso de fe, del que nació la fórmula de fe. El cuerpo de la Iglesia, ha producido una vez, un esfuerzo supremo, con el que se ha elevado, en la fe, por encima de todos los sistemas humanos y de todas las resistencias de la razón. Más adelante, quedó, el fruto de este esfuerzo. La marea se elevó una vez, a un nivel máximo y dejó su signo sobre la roca. Este signo es, la definición de Nicea, que proclamamos en el Credo. Sin embargo, es preciso que, se repita el levantamiento, no basta con el signo. No basta, con repetir el Credo de Nicea; hay que renovar el impulso de fe, que se tuvo entonces, en la divinidad de Cristo y del que no ha habido otro igual, a lo largo de los siglos. De Él, hay necesidad, nuevamente.
Hay necesidad de ello, ante todo, de cara a una nueva evangelización. San Juan, en su Primera Carta, escribe: ¿Quién es, el que vence al mundo, si no quien cree que Jesús, es el Hijo de Dios? (1 Juan 5, 4-5). Debemos entender bien, qué quiere decir, vencer al mundo. No quiere decir, conseguir más éxito, dominar la escena política y cultural. Este sería más bien, lo contrario: no vencer al mundo, sino mundanizarse. Lamentablemente, no han faltado épocas, en que se ha caído, sin darse cuenta de ello, en este equívoco. Piensen en las teorías de las dos espadas o del triple reino del Soberano Pontífice, aunque siempre debemos estar atentos, a no juzgar el pasado, con los criterios y las certezas del presente. Desde el punto de vista temporal, ocurre más bien lo contrario; y Jesús, lo declara anticipadamente, a sus discípulos: Ustedes lloran, pero el mundo se alegrará (Juan 16, 20).
Queda excluido, pues, todo triunfalismo. Se trata de una victoria, de un tipo muy distinto: de una victoria, sobre lo que también el mundo odia y no acepta de sí mismo: la temporalidad, la caducidad, el mal, la muerte. En efecto, esto es lo que significa, en su acepción negativa, la palabra mundo (kosmos) en el evangelio. En este sentido, Jesús dice: Tengan ánimo, yo he vencido al mundo (Juan 16, 33).
¿Cómo, ha vencido Jesús al mundo? Ciertamente, no apaleando a los enemigos, con diez legiones de ángeles, sino, como dice San Pablo, venciendo a la enemistad (Efesios 2, 16); es decir, todo lo que separa al hombre, de Dios; el hombre, del hombre; a un pueblo, de otro pueblo. Para que no hubiera dudas, sobre la naturaleza de esta victoria, sobre el mundo; ésta es inaugurada, con un triunfo muy especial, el de la cruz.
Jesús, dijo: Yo, soy la luz del mundo; quien me sigue, no camina en tinieblas; sino que tendrá, la luz de la vida (Juan 8, 12). Son las palabras, más frecuentemente reproducidas, en la página del libro, que el Pantocrátor, tiene abierto entre las manos, en los mosaicos antiguos, como en el famoso, de la catedral de Cefalù. De Él, el evangelista afirma: En Él, estaba la vida y la vida, era la luz de los hombres (Juan 1, 4).

Luz y Vida, Phos y Zoé: estas dos palabras tienen en griego la letra central (una omega) en común y a menudo se encuentran cruzadas, escritas una horizontalmente y la otra verticalmente, formando un monograma de Cristo poderoso y muy difundido.
¿Qué desea el hombre, con más intensidad, si no estas dos cosas: luz y vida? De un gran espíritu moderno, Goethe, se sabe, que murió susurrando: ¡Más luz! Quizás él, se refería a la luz natural, que quería, que entrara en mayor medida, en su habitación; pero a la frase, siempre se le ha atribuido, justamente, un significado metafórico y espiritual. Un amigo mío, que ha vuelto a la fe en Cristo, después de haber atravesado, todas las experiencias religiosas posibles e imaginables, ha contado su historia, en un libro titulado, Mendigo de luz. El momento crucial fue, cuando en medio de una meditación profunda, sintió que retumbaba en su mente, sin poderlas acallar, las palabras de Cristo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. En la línea, de lo que el apóstol San Pablo, dijo a los atenienses en el Areópago; nosotros, estamos llamados a decir, con toda humildad, al mundo de hoy: Lo que buscan, yendo a tientas, nosotros se los anunciamos (Hechos 17, 23.27).
Denme, un punto de apoyo —habría exclamado el inventor de la palanca, Arquímedes— y yo, levantaré el mundo. Quien cree, en la divinidad de Cristo, es uno, que ha encontrado este punto de apoyo. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron en aquella casa, pero no cayó, porque estaba fundada, sobre roca (Mateo 7, 25).
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