El Espíritu Santo, nos introduce, en el misterio de la divinidad de Cristo. (Tema 4ª Parte y final)
- Eduardo Ibáñez García
- 2 jul 2021
- 2 Min. de lectura
El Espíritu Santo, nos introduce,
en el misterio de la divinidad de Cristo
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

4. ¡Bienaventurados los ojos que ven, lo que ustedes ven!
T-97 3-07-2021
Pero, no podemos terminar nuestra reflexión, sin recoger también, el llamamiento que contiene, no sólo de cara a la evangelización, sino también de nuestra vida y testimonio personal. En el drama de Claudel, El padre humillado, ambientado en Roma, en la época del beato Pío IX, hay una escena muy sugestiva. Una muchacha judía, bellísima pero ciega, pasea por la tarde, en el jardín de una villa romana, con el sobrino del papa Orian, enamorado de ella.
Jugando, con el doble significado de la luz, el físico y el de la fe, en un cierto momento, en voz baja y con ardor, le dice ella, a su amigo cristiano:
Pero ustedes, que ven ¿Qué hacen ustedes, con la luz?
Ustedes que dicen, que viven, qué hacen con la vida?
Son preguntas, que no podemos, dejar caer en el vacío: ¿Qué hacemos, nosotros los cristianos, con nuestra fe en Cristo? Más aún, ¿Qué hago yo, de mi fe en Cristo? Jesús, un día, dijo a sus discípulos: Dichosos los ojos que ven, lo que ustedes ven (Lucas 10, 23; Mateo 13, 16). Es una de esas afirmaciones, con las que Jesús, en varias ocasiones, trata de ayudar a sus discípulos, a que descubran por sí solos, su verdadera identidad, no pudiendo revelarla de forma directa, a causa de su falta de preparación, para acogerla.
Nosotros sabemos, que las palabras de Jesús, son palabras que no pasarán jamás (Mateo 24, 35), es decir, son palabras vivas, dirigidas a cualquiera, que las escucha con fe, en cualquier momento y lugar de la historia. A nosotros, por eso, nos dice aquí y ahora: ¡Dichosos los ojos que ven, lo que ustedes ven! Si nunca hemos reflexionado, seriamente, sobre lo afortunados que somos nosotros, que creemos en Cristo, quizás es la ocasión para hacerlo.
¿Por qué dichosos, si los cristianos no tienen ciertamente, más motivo que los

demás, para alegrarse en este mundo e incluso, en muchas regiones de la tierra, están continuamente expuestos a la muerte, precisamente, por su fe en Cristo? La respuesta, nos la da, Él mismo: ¡Porque ven! Porque conocen, el sentido de la vida y de la muerte, porque suyo, es el reino de los cielos. No en el sentido de suyo y de nadie más (sabemos que el reino de los cielos, en su perspectiva escatológica, se extiende mucho más allá, de los confines de la Iglesia); suyo, en el sentido de que ustedes, son ya parte de el, disfrutan de sus primicias y... ¡Ustedes, me tienen a mí!
La frase más hermosa, que una esposa, puede decir al esposo y viceversa, es: ¡Me has hecho, feliz! Jesús, merece que su esposa, la Iglesia, se lo diga desde lo hondo del corazón. Yo se lo digo y los invito a ustedes, venerables Padres, hermanos y hermanas, a hacer lo mismo. Hoy mismo, para que no lo olvidemos.

Comentarios