El Espíritu Santo, nos introduce, en el misterio de la muerte de Cristo. (Tema) – 1ª. Parte
- Eduardo Ibáñez García
- 9 jul 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 9 jul 2021
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

1. El Espíritu Santo en el misterio pascual de Cristo
T-98 10-07-2021
En las dos meditaciones precedentes, hemos tratado de mostrar, cómo el Espíritu Santo, nos introduce en la verdad plena, sobre la persona de Cristo, haciéndolo conocer, como Señor y como Dios verdadero, de Dios verdadero. En las restantes meditaciones nuestra atención, desde la persona, se desplaza a la obra de Cristo, desde el ser al actuar. Trataremos de mostrar cómo el Espíritu Santo ilumina el misterio pascual, y en primer lugar, en la presente meditación, el misterio de su muerte y de la nuestra.
Apenas publicado, el programa de estas predicaciones, en una entrevista, para L’Osservatore Romano, se me ha dirigido, esta pregunta: ¿Cuánto espacio, para la actualidad, habrá en sus meditaciones? He respondido: Si se entiende actualidad, en el sentido de referencias a situaciones o acontecimientos en curso, temo que haya muy poco de actual, en las próximas predicaciones. Pero, en mi opinión, actual, no es sólo lo que está en curso; y no es sinónimo, de reciente. Las cosas más actuales, son las eternas; es decir, las que tocan a las personas, en el núcleo más íntimo de la propia existencia, en cada época y en cada cultura. Es la misma distinción, que hay entre lo urgente y lo importante. Siempre estamos tentados, de anteponer lo urgente, a lo importante; y lo reciente, a lo eterno. Es una tendencia agudizada, especialmente, por el ritmo apremiante, de las comunicaciones y la necesidad de novedad, de los medios de comunicación
¿Qué hay más importante y actual, para el creyente e incluso, para cada hombre y cada mujer; que saber si la vida, tiene un sentido o no; si la muerte, es el final de todo o por el contrario; el inicio, de la verdadera vida? Ahora bien, el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo, es la única respuesta, a tales problemas. La diferencia, que hay entre esta actualidad y la mediática de las noticias; es la misma que hay, entre quien pasa el tiempo, mirando la estela dejada por la ola en la playa (¡qué será borrada, por la ola siguiente!) y quien levanta la mirada, para contemplar el mar en su inmensidad.

Con esta conciencia, meditemos pues, el misterio pascual de Cristo, comenzando por su muerte en cruz. La Carta a los Hebreos, dice que Cristo, movido por el Espíritu eterno, se ofreció a sí mismo, sin mancha a Dios (Hebreos 9,14). Espíritu eterno, es otro modo, para decir Espíritu Santo, como atestigua ya, una variante antigua del texto. Esto quiere decir que, como hombre, Jesús, recibió del Espíritu Santo, que estaba en Él, el impulso, para ofrecerse en sacrificio al Padre y la fuerza, que lo sostuvo durante su pasión.
Sucede, para el sacrificio, como para la oración de Jesús. Un día Jesús, mostro gozo en el Espíritu Santo y dijo: “Te bendigo, Padre, Señor del cielo y tierra” (Lucas 10, 21). Era el Espíritu Santo, que suscitaba en Él la oración y era el Espíritu Santo, quien lo impulsaba, a ofrecerse al Padre. El Espíritu Santo, que es el don eterno, que el Hijo hace de sí mismo, al Padre en la eternidad, es también la fuerza, que lo impulsa, a hacerse don sacrificial al Padre, por nosotros en el tiempo.
La relación, entre el Espíritu Santo y la muerte de Jesús, la pone de relieve, sobre todo el Evangelio de Juan. No había todavía, Espíritu —comenta el evangelista, a propósito de la promesa, de los ríos de agua viva— porque Jesús, todavía no había sido, glorificado (Juan 7, 39), es decir, según el significado, de esta palabra en Juan; aún no había sido, elevado en la cruz. Desde la cruz, Jesús, entregó el Espíritu, simbolizado por el agua y la sangre; en efecto, escribe San Juan, en su primera Carta: Tres, son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre (1 Juan 5, 7-8).
El Espíritu Santo, lleva a Jesús a la cruz; y desde la cruz, Jesús, da el Espíritu Santo. En el momento del nacimiento y luego, públicamente, en su bautismo, el Espíritu Santo, es dado a Jesús; en el momento de la muerte, Jesús, da el Espíritu Santo: Después, de haber recibido el Espíritu Santo prometido, él lo ha derramado, como ustedes mismos, pueden ver y oír, dice Pedro a las multitudes, el día de Pentecostés (Hechos 2, 33). A los Padres de la Iglesia, les gustaba poner de relieve, esta reciprocidad. El Señor, —escribía san Ignacio de Antioquía— ha recibido sobre su cabeza, una unción perfumada (myron), para soplar sobre la Iglesia, la incorruptibilidad.
En este punto, debemos evocar la observación de san Agustín, sobre la naturaleza, de los misterios de Cristo. Según él, se tiene una verdadera celebración, a modo de misterio; y no sólo, a modo de aniversario, cuando no sólo se conmemora un acontecimiento, sino que se hace también de modo que, se entienda su significado para nosotros y se acoja santamente. Y es, lo que querríamos hacer, en esta meditación, guiados por el Espíritu Santo: ver, qué significa para nosotros, la muerte de Cristo, qué ha cambiado a propósito, el de nuestra muerte.
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