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El Espíritu Santo, nos introduce, en el misterio de la muerte de Cristo. (Tema) – 3ª. Parte

  • Eduardo Ibáñez García
  • 23 jul 2021
  • 3 Min. de lectura

Por Raniero Cantalamessa,

Predicador de la Casa Pontificia

3. La muerte ha sido devorada por la victoria

T-100 24-07-2021


Existe, un único y verdadero remedio, para la muerte; y nosotros, los cristianos, defraudamos al mundo, si no lo proclamamos con la palabra y la vida. Escuchemos, cómo el apóstol San Pablo, anuncia al mundo, este cambio:


Si por la caída de uno solo, muchos murieron, con mayor razón, la gracia de Dios y el don de la gracia, proveniente de un solo hombre, Jesucristo, han sido derramados abundantemente, sobre muchos. En efecto, si por la caída de uno solo, la muerte ha reinado a causa de ese uno, mucho más, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia, reinarán en la vida, por medio de ese uno, que es Jesucristo (Romanos 5, 12-17).


Con mayor lirismo, el triunfo de Cristo sobre la muerte, está descrito en la Primera Carta a los Corintios:


La muerte, ha sido sumergida en la victoria. Oh muerte ¿Dónde está, tu victoria? Oh muerte ¿Dónde está, tu aguijón? Ahora bien, el aguijón de la muerte, es el pecado; y la fuerza del pecado, es la ley; pero, gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria, por medio de nuestro Señor Jesucristo (1 Corintios 15, 54-57).


El factor decisivo, es colocado, en el momento de la muerte de Cristo: Él, murió por todos (2 Corintios 5, 15). Pero ¿Qué tan decisivo, ha ocurrido en ese momento, que ha cambiado, el rostro mismo de la muerte? Podemos rapresentárnoslo, visualmente así. El Hijo de Dios, descendió a la tumba, como a una prisión oscura, pero, ha salido por la pared opuesta. No ha vuelto, por donde había entrado, como Lázaro, que sin embargo, debe volver a morir. No, Él ha abierto una brecha en el lado opuesto, por la que todos los que creen en Él, pueden seguirlo.

Escribe, un antiguo Padre: Él tomó sobre sí, los sufrimientos del hombre sufriente, mediante su cuerpo capaz de sufrir; pero, con el Espíritu que no podía morir, Cristo, ha dado muerte, a la muerte que mataba al hombre. Y, San Agustín: A través de la pasión, Cristo pasa de la muerte a la vida y nos abre a nosotros, que creemos en su resurrección, para que pasemos también, de la muerte a la vida. La muerte, se ha convertido en un paso ¡Y un paso, hacia lo que no pasa! Dice bien, San Juan Crisóstomo:


Es cierto, nosotros morimos también como antes, pero no permanecemos en la muerte: y esto, no es morir. El poder y la fuerza real de la muerte, es solamente eso: que un muerto, no tenga ninguna posibilidad, de volver a la vida. Pero, si después de la muerte, recibe de nuevo la vida; y, más todavía, se le da una vida mejor; entonces, esta ya no es muerte, sino un sueño.


Todos estos modos, de explicar el sentido de la muerte de Cristo, son verdaderos; pero, no nos dan la explicación más profunda. Esta, debe buscarse, en lo que, con su muerte, Jesús, ha venido a poner, en la condición humana; más que, en lo que ha venido a quitar; debe buscarse, en el amor de Dios, no en el pecado del hombre. Si Jesús, sufre y muere con una muerte violenta, que le inflige el odio, no lo hace sólo para pagar, en lugar de los hombres, su deuda insoluble (¡la deuda de diez mil talentos, en la parábola, la canceló el rey!); ¡muere crucificado, para que el sufrimiento y la muerte de los seres humanos, sean habitados por el amor!

El hombre, se había condenado por sí solo, a una muerte absurda; y he aquí que, entrando en esta muerte, descubre ahora, que está impregnada del amor de Dios. El amor, no ha podido prescindir de la muerte, a causa de la libertad del ser humano: el amor de Dios, no puede eliminar, con un golpe de varita mágica, la trágica realidad del mal y de la muerte. Su amor, está obligado, a dejar que el sufrimiento y la muerte, digan su palabra. Pero, dado que, el amor ha penetrado en la muerte y la ha llenado de la presencia divina, es el amor, quien tiene ahora la última palabra.

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