top of page

El Espíritu Santo, nos introduce, en el misterio de la muerte de Cristo. (Tema) – 4ª. Parte y final

  • Eduardo Ibáñez García
  • 30 jul 2021
  • 5 Min. de lectura

4. Qué ha cambiado, en la muerte

T-101 31-07-2021

¿Qué ha cambiado, pues, con Jesús, respecto a la muerte? ¡Nada y todo! Nada para la razón, todo para la fe. No ha cambiado la necesidad, de entrar en la tumba, pero se da la posibilidad, de salir de ella. Es lo que ilustra con fuerza, el icono ortodoxo de la resurrección, del que vemos, una interpretación moderna, en el lado derecho de este texto. El resucitado, desciende a los infiernos y saca consigo a Adán y Eva; y tras ellos, a todos los que se agarran a él, en los infiernos de este mundo.

Esto explica, la actitud paradójica del creyente ante la muerte, tan parecida y tan diferente, a la de todos los demás. Una actitud hecha de tristeza, miedo, horror; porque sabe, que debe bajar, a aquel abismo oscuro; pero, también de esperanza, porque sabe, que puede salir de allí. Si la certeza de morir, nos entristece, —dice, el Prefacio de difuntos— nos consuela la esperanza, de la futura inmortalidad. A los fieles de Tesalónica, afligidos por la muerte de algunos de ellos, San Pablo, les escribía:


Hermanos, no queremos que ignoren, la suerte de los que mueren; para que no estén tristes, como los otros, que no tienen esperanza. En efecto, si creemos que Jesús murió y resucitó; creemos también, que Dios, por medio de Jesús, llevará de nuevo con él, a los que han muerto (1 Tesalonicenses 4, 13-14).


No les pide, que no estén afligidos por la muerte, sino que, no lo estén como los demás, como los no creyentes. La muerte, no es para el creyente, el final de la vida, sino, el comienzo de la verdadera; no es un salto en el vacío, sino, un salto a la eternidad. Es un nacimiento y es un bautismo. Es un nacimiento, porque sólo entonces, comienza la vida verdadera, la que no va hacia la muerte, sino que, dura para siempre. Por eso, la Iglesia, no celebra la fiesta de los santos, en el día de su nacimiento terreno, sino, en el de su nacimiento para el cielo, su dies natalis. Entre la vida de fe, en el tiempo y la vida eterna, existe una relación análoga, a la que existe, entre la vida del embrión en el seno materno y la del niño, una vez llegado a la luz. Escribe, Cabasilas:


Este mundo, alumbra al hombre interior, al hombre nuevo, creado según Dios; y una vez configurado y formado perfecto aquí abajo, nace para un mundo perfecto e interminable. La naturaleza, prepara el embrión, mientras vive en tinieblas de noche, para la vida, en un mundo de luz. Y la naturaleza, le va dando forma, tomando por modelo, la existencia que recibirá. Es también, lo que ocurre en los santos.


La muerte, es también un bautismo. Así designa, Jesús, a su propia muerte: Hay un bautismo, con el que debo, ser bautizado (Lucas 12, 50). San Pablo, habla del bautismo, como de un ser, bautizados en la muerte de Cristo (Romanos 6, 4). Antiguamente, en el momento del bautismo, la persona, era bajada totalmente al agua; todos los pecados y todo el hombre viejo, quedaban sepultados en el agua y salía de ella, una criatura nueva, simbolizada por la túnica blanca, con la que era revestido. Así sucede, en la muerte: muere el gusano, nace la mariposa. Dios, enjugará las lágrima de sus ojos; y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni angustia, porque las cosas primeras, han pasado (Apocalipsis 21, 4). Todo sepultado, para siempre.

Durante varios siglos, especialmente, desde el siglo XVI en adelante, un aspecto importante, de la ascética católica, consistía, en prepararse para la muerte, es decir, en meditar sobre la muerte, describiendo visualmente, sus diferentes estadios y su inexorable avance, desde la periferia del cuerpo, hasta el corazón. Casi todas las imágenes, de santos pintadas en este período, los muestran con una calavera al lado, incluso, San Francisco de Asís, que también había llamado a la muerte, hermana.

Una de las atracciones turísticas de Roma, es todavía, el cementerio de los Capuchinos de Vía Véneto. No se puede negar, que todo esto pueda constituir, un reclamo todavía útil, para una época tan secularizada y despreocupada, como la nuestra; sobre todo, si se lee, como una exhortación, dirigida a quien mira lo escrito, que sobresale, por encima de uno de los esqueletos: Lo que tú eres, yo fui; lo que yo soy, tú serás.

Todo esto, ha dado a alguien, el pretexto de decir, que el cristianismo se abre camino, con el miedo a la muerte. Pero es, un error terrible. El cristianismo, hemos visto, no está hecho, para acrecentar el miedo a la muerte; sino, para quitarlo. Cristo, dice la Carta a los Hebreos, ha venido, para liberar a los que, por miedo a la muerte, estaban sometidos a la esclavitud, para toda la vida (Hebreos 2, 15). ¡El cristianismo, no se abre camino, con el pensamiento de nuestra muerte; sino, con el pensamiento de la muerte de Cristo!

Por eso, más eficaz, que meditar sobre nuestra muerte; es meditar, sobre la pasión y muerte de Jesús; y debemos decir, para honra, de las generaciones que nos han precedido, que dicha meditación, era también, el pan cotidiano, en la espiritualidad de los siglos recordados. Es una meditación, que suscita conmoción y gratitud, no angustia; nos hace exclamar, como al apóstol San Pablo: ¡Me amó y se entregó por mí! (Gálatas 2, 20).

Un ejercicio piadoso, que recomendaría a todos, durante la Cuaresma, es coger un Evangelio y leer por cuenta propia, con calma y por entero, el relato de la pasión. Basta, con menos de media hora. Conocí a una mujer intelectual, que se profesaba atea. Un día, le cayó encima, una de esas noticias, que dejan abrumado: su hija de dieciséis años, tiene un tumor en los huesos. La operan. La chica, vuelve del quirófano martirizada, con tubos, sondas y goteros por todas partes. Sufre terriblemente, gime y no quiere oír, ninguna palabra de consuelo.

La madre, sabiendo que era piadosa y religiosa, pensando agradarla, le dice: ¿Quieres, que te lea algo del Evangelio?. ¡Sí, mamá!. ¿Qué?. Léeme, la pasión. Ella, que nunca había leído un Evangelio, corre a comprar uno a los capellanes; se sienta junto al lecho y empieza a leer. Al cabo de un poco, la hija se duerme, pero ella sigue, en la penumbra, leyendo en silencio hasta el final. ¡La hija, se dormía —dirá ella misma, en el libro escrito, después de la muerte de la hija— y la madre, se despertaba! Se despertaba, de su ateísmo. La lectura, de la pasión de Cristo, le había cambiado la vida, para siempre.

Terminemos con la simple, pero densa oración de la liturgia: Adoramus Te, Christe, et benedicimus Tibi, quia per sanctam Crucem tuam redemisti mundum. Te adoramos, oh Cristo; y te bendecimos, porque con tu santa cruz, has redimido el mundo.


Kommentare


MESC
SNSSC

Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión del Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón

Molino de las Flores zona 2 de Mixco, Guatemala

  • Facebook

Encuéntranos en Facebook

©2020 por MESC SNSSC

bottom of page