El Espíritu Santo, nos introduce, en el misterio del señorío de Cristo. (Tema) – 1ª. Parte
- Eduardo Ibáñez García
- 14 may 2021
- 4 Min. de lectura
El Espíritu Santo, nos introduce,
en el misterio del señorío de Cristo
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

1. Él dará testimonio de mí
T-90 15-05-2021
Al leer la oración, en una Misa de Cuaresma, me impresionó una cosa. En ella, no se pide a Dios Padre, que nos ayude a realizar, una de las acciones clásicas de la Cuaresma, el ayuno, la oración y la limosna. Se pide, en cambio, crecer en el conocimiento, del misterio de Cristo. Creo, que esta es, de hecho, la obra más bella y agradable a Dios, que podemos hacer; y con mis meditaciones, quiero contribuir, a este fin.
Continuando la reflexión, sobre el Espíritu Santo, que debe impregnar, toda la vida y el anuncio de la Iglesia; en estas meditaciones, nos corresponde el

remontarnos del tercero, al segundo artículo del Credo. En otras palabras, trataremos deponer de relieve cómo el Espíritu Santo nos introduce en la verdad plena sobre Cristo y sobre su misterio pascual, es decir, sobre el ser y actuar del Salvador. Sobre el actuar de Cristo, en sintonía con el tiempo litúrgico de la Cuaresma, trataremos de profundizar, sobre el papel, que el Espíritu Santo realiza, en la muerte y resurrección de Cristo; y, tras Él, en nuestra muerte y en nuestra resurrección. El segundo artículo del Credo, en su forma completa, suena así:
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma sustancia del Padre; por quien todo, fue hecho.
Este artículo central del Credo, refleja, dos fases diferentes de la fe. La frase Creo, en un solo Señor Jesucristo, refleja, la primerísima fe de la Iglesia, inmediatamente después de la Pascua. Lo que sigue, en el artículo del Credo, Hijo Unigénito de Dios… refleja una fase posterior, más evolucionada, que ocurre después de la controversia arriana y del concilio de Nicea. Dedicamos, la presente meditación, a la primera parte del artículo, Creo, en un solo Señor Jesucristo; y vemos, lo que el Nuevo Testamento nos dice, en torno al Espíritu, como autor, del verdadero conocimiento de Cristo.
San Pablo, afirma que Jesucristo, se manifiesta, como Hijo de Dios, con potencia, mediante el Espíritu de santificación (Romanos 1, 4), es decir, por obra del Espíritu Santo. Llega a afirmar, que nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no en el Espíritu Santo (1 Corintios 12, 3), es decir, gracias a su iluminación interior. Atribuye al Espíritu Santo, la comprensión, del misterio de Cristo, que se le ha dado a Él, como a todos los santos apóstoles y profetas (Efesios 3, 4-5); dice que los creyentes, serán capaces de comprender la amplitud, la longitud, la altura y la profundidad; y conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento; sólo, si son fortalecidos, por el Espíritu (Efesios 3, 16-19).
En el Evangelio de San Juan, Jesús mismo, anuncia esta obra del Paráclito, respecto de Él. Él tomará de lo suyo y lo anunciará a los discípulos; les recordará todo, lo que Él ha dicho; los conducirá a la verdad plena, sobre su relación con el Padre y le dará testimonio (Juan 16, 7-15). Más aún, precisamente esto será, de ahora en adelante, el criterio para reconocer, si se trata del verdadero espíritu de Dios y no de otro espíritu; si impulsa, a reconocer a Jesús, venido en la carne (1 Juan 4, 2-3).
Algunos creen, que el énfasis actual, sobre el Espíritu Santo, puede ensombrecer la obra de Cristo, como si ésta fuera incompleta o perfectible. Es, una incomprensión total. El Espíritu, nunca dice yo, nunca habla en primera persona, no pretende fundar una obra propia, sino que siempre hace referencia a Cristo. Él es el Camino, la Verdad, la Vida; ¡El Paráclito, ayuda a hacer comprender, todo esto!
La venida del Espíritu Santo, en Pentecostés, se traduce, en una repentina iluminación, de toda la obra y persona de Cristo. San Pedro, concluye su discurso de Pentecostés, con la solemne definición, hoy se diría Urbi et Orbi: Sepa, pues, con certeza, toda la casa de Israel, que Dios ha constituido a ese Jesús, que ustedes han crucificado, Señor (Kyrios) y Mesías (Hechos 2, 36). A partir de ese día, la comunidad primitiva, empezó a releer la vida de Jesús, su muerte y su resurrección, en forma diferente; todo pareció claro, como si un velo, hubiera caído de sus ojos (2 Corintios 3, 16). Aún, viviendo codo con codo con Él, sin el Espíritu, no habían podido penetrar, en la profundidad de su misterio.
Hoy, está en curso, un acercamiento, entre la teología ortodoxa y la teología católica, sobre este tema, de la relación entre Cristo y el Espíritu. El teólogo Johannes Zizioulas, en un congreso, celebrado en Bolonia en 1980, por una parte, expresaba sus reservas, sobre la eclesiología del Vaticano II, porque según él, el Espíritu Santo, fue introducido en la eclesiología, después de que, se hubiera construido el edificio de la Iglesia, sólo con material cristológico; y por otra parte, sin embargo, reconocía que también, la teología ortodoxa, tenía necesidad de repensar, la relación entre cristología y pneumatología, para no construir la eclesiología, sólo sobre una base pneumatológica. En otras palabras, a nosotros los latinos, nos impulsa profundizar, en el papel del Espíritu Santo, en la vida interna de la Iglesia (que es, lo que ocurrió, después del Concilio) y a los hermanos ortodoxos, el de Cristo y el de la presencia de la Iglesia, en la historia.


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