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Homilía del día domingo, 1 de septiembre – 2019

  • Eduardo Ibáñez García
  • 5 ago 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 6 may 2021


Dia del Señor


Tiempo Ordinario – Ciclo C

Vigésimo segundo domingo

1 de septiembre – 2019

  • Primera lectura: Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29

Hazte pequeño, en las grandezas humanas y alcanzarás, el favor de Dios. (Eclesiástico 3, 18)

  • Salmo: 67, 4-7. 10-11

Tu rebaño habitó en la tierra que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres. Preparaste, oh Dios, casa para los pobres. (Salmo: 67, 11)

  • Segunda lectura: Hebreos 12, 18-19. 22-24

San Pablo nos dice: Hermanos: Ustedes se han acercado al monte de Sión, ciudad del Dios vivo. (Hebreos 12, 22)

  • Evangelio: San Lucas 14, 1 .7-14

El evangelista proclama que, Jesús les dijo a los invitados: “Porque todo el que se enaltece, será humillado y el que se humilla, será enaltecido”. (San Lucas 14, 11)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

En lo que hagas, ¡sé modesto!


Jesús, no quiere dar consejos de buena educación; ni siquiera, pretende alentar el sutil cálculo, de quien se pone en última fila, con la escondida esperanza, de que el dueño le pida que se acerque. La parábola, en esto, puede dar pie a equívoco, si no se tiene en cuenta el banquete y el dueño, de los que Jesús está hablando. El banquete es el Reino universal y el dueño es Dios.

 

El inicio del Evangelio de este domingo, nos ayuda a corregir un prejuicio sumamente difundido. Un sábado, Jesús entró a comer, en casa de uno de los principales fariseos. Ellos, lo observaban atentamente. Al leer el Evangelio, desde un cierto punto de vista, se ha acabado haciendo de los fariseos, el modelo de todos los vicios: hipocresía, doblez, falsedad; los enemigos, por antonomasia, de Jesús. Con estos significados negativos, el término fariseo, ha pasado a formar parte del diccionario de nuestra lengua y de otras muchas.


Semejante idea de los fariseos, no es correcta. Entre ellos, había ciertamente, muchos elementos que respondían a esta imagen; y Cristo, se enfrenta duramente con ellos. Pero, no todos eran así. Nicodemo, que va a ver a Jesús de noche y que después le defiende ante el Sanedrín, era un fariseo (Juan 3, 1; 7, 50 y siguientes). También era fariseo Saulo, antes de la conversión; y era ciertamente, una persona sincera y celosa, aunque todavía no estaba bien iluminado. Fariseo era Gamaliel, quien defendió a los apóstoles ante el Sanedrín (Hechos 5, 34 y siguientes).


Las relaciones de Jesús con los fariseos, no fueron sólo conflictivas. Compartían muchas veces las mismas convicciones, como la fe en la resurrección de los muertos, en el amor de Dios y el compromiso como primer y más importante mandamiento de la ley. Algunos, como en este caso, incluso, le invitan a comer en su casa. Hoy se considera que más que los fariseos, quienes quisieron la condena de Jesús, fueron los saduceos, a quienes pertenecía la casta sacerdotal de Jerusalén.


Por todos estos motivos, sería sumamente deseable, dejar de utilizar el término fariseo, en sentido despreciativo. Ayudaría al diálogo con los judíos, que recuerdan con gran honor, el papel desempeñado por la corriente de los fariseos en su historia, especialmente tras la destrucción de Jerusalén.


Durante la comida, aquel sábado, Jesús ofreció dos enseñanzas importantes: una dirigida a los invitados y otra al anfitrión. Al dueño de casa, Jesús le dijo (quizá cara a cara o en presencia sólo de sus discípulos): Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos… Es lo que hizo el mismo Jesús, cuando invitó al gran banquete del Reino a los pobres, a los afligidos, a los humildes, a los hambrientos, a los perseguidos (las categorías de personas mencionadas en las Bienaventuranzas).


Pero en esta ocasión, quisiera detenerme a meditar, en lo que Jesús dice a los invitados. Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar… Jesús, no quiere dar consejos de buena educación; ni siquiera, pretende alentar el sutil cálculo, de quien se pone en última fila, con la escondida esperanza, de que el dueño le pida que se acerque. La parábola, en esto, puede dar pie a equívoco, si no se tiene en cuenta el banquete y el dueño, de los que Jesús está hablando. El banquete es el Reino universal y el dueño es Dios.


En la vida, quiere decir Jesús, escoge el último lugar, trata de contentar a los demás, más que a ti mismo; sé modesto, a la hora de evaluar tus méritos; deja que sean los demás, quienes los reconozcan y no tú (nadie es buen juez, en su casa); y ya desde esta vida, Dios te exaltará. Te exaltará con su gracia, te hará subir en la jerarquía de sus amigos y de los verdaderos discípulos de su Hijo, que es lo que realmente cuenta.


Te exaltará también, en la estima de los demás. Es un hecho sorprendente, pero verdadero. No sólo Dios, se inclina ante el humilde y rechaza al soberbio (Salmo 107, 6); también el hombre hace lo mismo, independientemente del hecho de ser creyente o no. La modestia, cuando es sincera, no artificial; conquista, hace que la persona sea amada, que su compañía sea deseada, que su opinión sea aceptada. La verdadera gloria, huye de quien la persigue y persigue a quien la huye.


Vivimos en una sociedad, que tiene suma necesidad de volver a escuchar, este mensaje evangélico sobre la humildad. Correr a ocupar los primeros lugares, quizá pisoteando sin escrúpulos la cabeza de los demás, son característica despreciadas por todos; y, por desgracia, seguidas por todos. El Evangelio tiene un impacto social, incluso cuando habla de humildad y modestia.


Adaptación del texto de la

Homilía del P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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