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¡En medio de ustedes, hay uno, a quien no conocen! (Homilía dominical)

  • Eduardo Ibáñez García
  • 5 jun 2021
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 20 jul 2021

Dia del Señor


Tiempo Ordinario II – Ciclo B

Décimo domingo

6 de junio 2021 La solemnidad, del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

  • Primera lectura: Éxodo 24, 3-8

Moisés, bajó del monte Sinaí y refirió al pueblo, todo lo que el Señor, le había dicho y los mandamientos, que le había dado... tomó el libro de la alianza y lo leyó, al pueblo; y el pueblo, respondió: Obedeceremos. Haremos, todo lo que manda el Señor. Luego Moisés, roció al pueblo con la sangre, diciendo: Esta es la sangre de la alianza, que el Señor, ha hecho con ustedes, conforme a las palabras, que han oído. (Éxodo 24, 3.7-8)

  • Salmo: 115, 12-13. 15-18

Levantaré, el cáliz de la salvación. ¿Cómo le pagaré al Señor, todo el bien que me ha hecho? Levantaré, el cáliz de salvación e invocaré, el nombre del Señor. (Salmo: 115, 12-13)


  • Segunda lectura: Hebreos 9, 11-15


San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los hebreos les dice: Hermanos: Porque, si la sangre de los machos cabríos y de los becerros... ¡Cuánto más la sangre de Cristo, purificará nuestra conciencia, de todo pecado, a fin de que, demos cultos al Dios vivo, ya que, a impulsos del Espíritu Santo, se ofreció a sí mismo, como sacrificio inmaculado a Dios; y así, podrá purificar nuestra conciencia, de las obras que conducen a la muerte, para servir al Dios vivo! (Hebreos 9, 13-14)

  • Evangelio: San Marcos 14, 12-16. 22-26

El evangelista San Marcos, proclama que, mientras cenaban, Jesús, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo “Tomen: esto es mi cuerpo”. Y, tomando en sus manos, una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro, que no volveré a beber del fruto de la vid, hasta el día en que beba, el vino nuevo en el Reino de Dios”. (Marcos 14, 22-26)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

La última cena de Jesús

(Marcos 14)


Jesús, tomó el pan y les dijo: “…Tomen, esto es mi cuerpo”. Tomó luego una copa… y les dijo: Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que será derramada por muchos”. (Versículos 22-24)

 

¡En medio de ustedes, hay uno, a quien no conocen!


Creo que, lo más necesario, que hay que hacer, en la fiesta del Corpus Domini; no es explicar, tal o cual aspecto de la Eucaristía, sino reavivar cada año, estupor y maravilla ante el misterio. La fiesta nació en Bélgica, a principios del siglo XIII; los monasterios benedictinos, fueron los primeros en adoptarla; Urbano IV, la extendió a toda la Iglesia, en 1264; parece también, que por influencia del milagro eucarístico de Bolsena, hoy venerado en Orvieto.


¿Qué necesidad había, de instituir una nueva fiesta? ¿Es que la Iglesia, no recuerda, la institución de la Eucaristía, el Jueves Santo? ¿Acaso, no la celebra cada domingo; y, más aún, todos los días del año? De hecho, el Corpus Domini, es la primera fiesta, cuyo objeto, no es un evento de la vida de Cristo, sino una verdad de fe: la presencia real de Él, en la Eucaristía. Responde, a una necesidad: la de proclamar, solemnemente, tal fe; se necesita, para evitar un peligro: el de acostumbrarse, a tal presencia y dejar de hacerle caso, mereciendo así, el reproche que Juan Bautista, dirigía a sus contemporáneos: ¡En medio de ustedes, hay uno, a quien no conocen!


Esto explica, la extraordinaria solemnidad y visibilidad, que esta fiesta adquirió, en la Iglesia católica. Por mucho tiempo, la del Corpus Domini, fue la única procesión, en toda la cristiandad; y también, la más solemne.


Hoy, las procesiones, han cedido el paso, a manifestaciones y sentadas (en general de protesta); pero, aunque haya caído la forma exterior, permanece intacto, el sentido profundo de la fiesta y el motivo, que la inspiró: mantener despierto el estupor, ante el mayor y más bello, de los misterios de la fe. La liturgia de la fiesta, refleja fielmente, esta característica. Todos sus textos (lecturas, antífonas, cantos, oraciones), están penetrados, de un sentido de maravilla. Muchos de ellos, terminan con una exclamación: ¡Oh sagrado convite, en el que se recibe a Cristo! (O sacrum convivium), ¡Oh víctima de salvación! (O salutaris hostia).


Si la fiesta del Corpus Domini, no existiera, habría que inventarla. Si hay un peligro, que corren actualmente, los creyentes, respecto a la Eucaristía, es el de banalizarla. En un tiempo, no se la recibía, con tanta frecuencia; y se tenían, que anteponer ayuno y confesión. Hoy, prácticamente, todos se acercan a Ella... Entendámonos: es un progreso, es normal, que la participación en la Misa, implique también la comunión; para eso, existe. Pero todo ello, comporta un riesgo mortal. San Pablo, dice: Quien coma el pan o beba la copa del Señor, indignamente; será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual a sí mismo y después, coma el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe, sin discernir el Cuerpo, come y bebe, su propio castigo.


Considero, que es una gracia saludable, para un cristiano pasar, a través de un período, en el que tema acercarse a la comunión, tiemble ante el pensamiento, de lo que está a punto de ocurrir y no deje de repetir, como Juan Bautista: ¿Y Tú, vienes a mí? (Mateo, 3, 14). Nosotros, no podemos recibir a Dios, sino como Dios; esto es, conservándole, toda su santidad y su majestad. ¡No podemos, domesticar a Dios!


La predicación de la Iglesia, no debería tener miedo –ahora que la comunión, se ha convertido, en algo tan habitual y tan fácil–; de utilizar, de vez en cuando, el lenguaje de la epístola a los Hebreos y decir, a los fieles: Ustedes, en cambio, se han acercado a Dios, Juez universal... a Jesús, Mediador de la nueva Alianza; y a la aspersión purificadora, de una nueva sangre, que habla mejor que la de Abel (Hebreos 12, 22-24). En los primeros tiempos de la Iglesia, en el momento de la comunión, resonaba un grito en la asamblea: ¡Quien es santo, que se acerque; quien no lo es, que se arrepienta!


Uno, que no se acostumbró a la Eucaristía y habla de Ella siempre, con conmovido estupor, era San Francisco de Asís. Que tema la humanidad, que tiemble el universo entero; y el cielo exulte, cuando en el altar, en las manos del sacerdote, está el Cristo, Hijo de Dios vivo... ¡Oh, admirable elevación y designación asombrosa! ¡Oh, humildad, sublime! ¡Oh, sublimidad humilde, que el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, tanto se humille, como para esconderse, bajo poca apariencia de pan!


Pero, no debe ser tanto la grandeza y la majestad de Dios, la causa de nuestro estupor, ante el misterio eucarístico; cuanto más bien, su condescendencia y su amor. La Eucaristía, es sobre todo esto: memorial del amor, del que no existe mayor: dar la vida, por los propios amigos.

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