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¡En medio de ustedes hay uno a quien no conocen! T-33. 11-04-2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 10 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 13 abr 2020


El Señor, ha resucitado

(Juan 20)





María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: He visto al Señor... (v 18)






Jesús les dijo a sus discípulos: "La paz sea con ustedes..." (v 20)







Tomás exclamó: Tú eres mi Señor y mi Dios. Jesús le dijo: "Tu crees, porque has visto. !Felices los que creen, sin haber visto!" (v 28)


¡En medio de ustedes, hay uno a quien no conocen!


P. Raniero Cantalamessa, ofmcap



Creo que lo más necesario de la Eucaristía, es reavivar cada año estupor y maravilla ante el misterio. Y al respecto, se ha creado una fiesta, el Corpus Domini ¿Es que la Iglesia, no recuerda la institución de la Eucaristía, el Jueves Santo? ¿Acaso no la celebra cada domingo, y más aún, todos los días del año? De hecho, esta es la primera fiesta cuyo objeto, no es un evento de la vida de Cristo, sino una verdad de fe: la presencia real de Él, en la Eucaristía. Esta responde, a una necesidad: la de proclamar, solemnemente tal fe; es necesaria para evitar un peligro: el de acostumbrarse a tal presencia y dejar de hacerle caso, mereciendo así el reproche que Juan Bautista dirigía a sus contemporáneos: ¡En medio de ustedes, hay uno a quien no conocen! Esto explica la extraordinaria solemnidad y visibilidad, que esta fiesta adquirió en la Iglesia católica. Por mucho tiempo, la del Corpus Domini, fue la única procesión en toda la cristiandad; y también, la más solemne.

Hoy, las procesiones han cedido el paso, a manifestaciones y sentadas (en general de protesta); pero, aunque haya caído la forma exterior, permanece intacto, el sentido profundo de la fiesta y el motivo que la inspiró: mantener despierto, el estupor ante el mayor y más bello de los misterios de la fe. La liturgia de la fiesta, refleja fielmente esta característica. Todos sus textos (lecturas, antífonas, cantos, oraciones...) están penetrados, de un sentido de maravilla. Muchos de ellos, terminan con una exclamación: ¡Oh sagrado convite en el que se recibe a Cristo! (O sacrum convivium), ¡Oh víctima de salvación! (O salutaris hostia).

Si la fiesta del Corpus Domini no existiera, habría que inventarla. Si hay un peligro, que corren actualmente los creyentes, respecto a la Eucaristía, es el de banalizarla. En un tiempo, no se la recibía con tanta frecuencia; y se tenían, que anteponer ayuno y confesión. Hoy prácticamente, todos se acercan a Ella... Entendámonos: es un progreso, es normal que la participación en la Misa, implique también la comunión; para eso existe. Pero todo ello, conlleva un riesgo mortal. San Pablo dice: Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual a sí mismo y después coma el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo. Considero, que es una gracia saludable para un cristiano, pasar a través de un tiempo, en el que tema acercarse a la comunión, tiemble ante el pensamiento, de lo que está a punto de ocurrir y no deje de repetir, como Juan Bautista: ¿Y Tú, vienes a mí? (Mateo, 3, 14). Nosotros no podemos recibir a Dios, sino como Dios, esto es, conservándole toda su santidad y su majestad. ¡No podemos domesticar a Dios! La predicación de la Iglesia, no debería tener miedo -ahora que la comunión, se ha convertido en algo tan habitual y tan fácil- de utilizar de vez en cuando, el lenguaje de la epístola a los Hebreos y decir a los fieles: Ustedes en cambio, se han acercado a Dios, juez universal... a Jesús, Mediador de la nueva Alianza; y a la aspersión purificadora, de una nueva sangre que habla mejor que la de Abel (Hebreos 12, 22-24). En los primeros tiempos de la Iglesia, en el momento de la comunión, resonaba un grito en la asamblea: ¡Quien es santo que se acerque, quien no lo es que se arrepienta! Uno que no se acostumbró a la Eucaristía y habla de Ella siempre, con conmovido estupor, era San Francisco de Asís. Que tema la humanidad, que tiemble el universo entero y el cielo manifieste gozo; cuando en el altar, en las manos del sacerdote, está el Cristo Hijo de Dios vivo... ¡Oh admirable elevación y designación asombrosa! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, que el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, tanto se humille, como para esconderse, bajo poca apariencia de pan!

Pero no debe ser tanto la grandeza y la majestad de Dios, la causa de nuestro estupor, ante el misterio eucarístico, cuanto más bien su condescendencia y su amor. La Eucaristía, es sobre todo esto: memorial del amor, del que no existe mayor: dar la vida por los propios amigos.

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