¡En verdad, ha resucitado! (Homilía dominical)
- Eduardo Ibáñez García
- 17 abr 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 20 jul 2021
Dia del Señor
Tiempo de Pascua de Resurrección – Ciclo B
Tercer domingo
18 de abril 2021
Primera lectura: Hechos de los apóstoles 3, 13-15. 17-19
San Lucas, nos dice que, Pedro tomó la palabra y dijo: …Rechazaron al santo, al justo, y pidieron el indulto de un asesino; han dado muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y de ello nosotros somos testigos. Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes han obrado por ignorancia, de la misma manera que sus jefes; pero Dios cumplió así lo que había predicho por boca de los profetas: que su Mesías tenía que padecer. (Hechos 3, 15. 17-18)
Salmo: 4, 2. 4. 7. 9
En ti, Señor, confío. Aleluya. Admirable en bondad ha sido, el Señor, para conmigo, y siempre que lo invoco, me ha escuchado; por eso, en él confío. (Salmo: 4, 4)
Segunda lectura: 1 Juan 2, 1-5
San Juan, apóstol de Jesucristo, nos dice: Hijitos míos, les escribo esto, para que no pequen. Pero, si alguien peca, tenemos como intercesor ante el Padre, a Jesucristo, el justo. Porque él se ofreció, como víctima de expiación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero. En esto tenemos una prueba, de que conocemos a Dios; en que cumplimos, sus mandamientos. (1 Juan 2, 1-3)
Evangelio: San Lucas 24,35-48
El evangelista San Lucas, proclama que, se presentó Jesús, en medio de ellos y les dijo: “La paz, esté con ustedes”. …Después, les dijo: “Lo que ha sucedido, es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes... Entonces, les abrió el entendimiento, para que comprendieran las Escrituras y les dijo: “Está escrito, que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos, al tercer día; y que, en su nombre, se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén; la necesidad de volverse a Dios y el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto”. (Lucas 24, 36. 44-48)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Jesús, se aparece a los apóstoles
(Lucas 24)
Jesús, les dijo: “Todo esto, se los había dicho, cuando todavía estaba con ustedes…” (Versículo 44)
¡En verdad, ha resucitado!

El Evangelio, nos permite asistir, a una de las muchas apariciones del Resucitado. Los discípulos de Emaús, acaban de llegar jadeantes a Jerusalén y están relatando, lo que les ha ocurrido en el camino, cuando Jesús, en persona, se aparece en medio de ellos, diciendo: La paz, con ustedes. En un primer momento, miedo, como si vieran a un fantasma; después, estupor, incredulidad; finalmente, alegría. Es más, incredulidad y alegría a la vez: A causa de la alegría, no acababan de creerlo, asombrados.
La de los apóstoles, es una incredulidad del todo especial. Es la actitud, de quien ya cree (si no, no habría alegría), pero no sabe darse cuenta. Como, quien dice: ¡demasiado bello, para ser cierto! La podemos llamar, paradójicamente, una fe incrédula. Para convencerles, Jesús, les pide algo de comer, porque no hay nada como comer algo juntos, que conforte y crea comunión.
Todo esto, nos dice algo importante, sobre la resurrección. Ésta, no es sólo un gran milagro, un argumento o una prueba, a favor de la verdad de Cristo. Es más, es un mundo nuevo, en el que se entra, con la fe acompañada de estupor y alegría. La resurrección de Cristo, es la nueva creación. No se trata, sólo de creer, que Jesús ha resucitado; se trata de conocer y experimentar, el poder de la resurrección (Filipenses 3, 10).
Esta dimensión, más profunda de la Pascua, es particularmente sentida, por nuestros hermanos ortodoxos. Para ellos, la resurrección de Cristo, es todo. En el tiempo pascual, cuando se encuentran a alguien, le saludan diciendo: ¡Cristo, ha resucitado! y el otro responde: ¡En verdad, ha resucitado! Esta costumbre, está tan enraizada en el pueblo, que se cuenta esta anécdota, ocurrida a comienzos de la revolución bolchevique. Se había organizado un debate público, sobre la resurrección de Cristo. Primero, había hablado el ateo, demoliendo para siempre, en su opinión, la fe de los cristianos en la resurrección. Al bajar, subió al estrado el sacerdote ortodoxo, quien debía hablar en defensa. El humilde pope, miró a la multitud y dijo sencillamente: ¡Cristo, ha resucitado! Todos respondieron a coro, antes aún de pensar: ¡En verdad, ha resucitado! Y el sacerdote, descendió en silencio del estrado.
Conocemos bien, cómo es representada la resurrección, en la tradición occidental, por ejemplo, en Piero della Francesca. Jesús, que sale del sepulcro, izando la cruz, como un estandarte de victoria. El rostro, inspira una extraordinaria confianza y seguridad. Pero su victoria, es sobre sus enemigos terrenos del exterior. Las autoridades, habían puesto sellos en su sepulcro y guardias para vigilar; y he aquí, que los sellos se rompen y los guardias duermen. Los hombres, están presentes, sólo como testigos inertes y pasivos; no toman parte verdaderamente, en la resurrección.
En la imagen oriental, la escena es del todo diferente. No se desarrolla a cielo abierto, sino bajo tierra. Jesús, en la resurrección, no sale, sino que desciende. Con extraordinaria energía, toma de la mano a Adán y Eva, que esperan en el reino de los muertos; y les arrastra consigo, hacia la vida y la resurrección. Detrás de los dos padres, una multitud incontable de hombres y mujeres, que esperan la redención. Jesús, pisotea las puertas de los infiernos, que acaba de desencajar y quebrar Él mismo. La victoria de Cristo, no es tanto, sobre los enemigos visibles, sino sobre los invisibles, que son los más tremendos: la muerte, las tinieblas, la angustia, el demonio.
Nosotros, estamos involucrados, en esta representación. La resurrección de Cristo, es también, nuestra resurrección. Cada hombre, que mira, es invitado a identificarse con Adán, cada mujer con Eva; y a tender su mano, para dejarse aferrar y arrastrar por Cristo, fuera del sepulcro. Es éste el nuevo y universal éxodo pascual. Dios, ha venido, con brazo poderoso y mano tendida, a liberar a su pueblo de una esclavitud, mucho más dura y universal que la de Egipto.
Adaptación del texto de la homilía de P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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