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Encarnado por obra del Espíritu Santo, en María Virgen (2) T-73. 16-01-2021

  • Eduardo Ibáñez García
  • 15 ene 2021
  • 4 Min. de lectura

Encarnado por obra del Espíritu Santo,

en María Virgen


Por Raniero Cantalamessa,

Predicador de la Casa Pontificia




2. Por obra del Espíritu Santo



Meditamos sucesivamente, sobre el rol de cada uno de los dos protagonistas, el Espíritu Santo y María, para después intentar buscar, algún pensamiento, en vista de nuestra edificación.


Escribe San Ambrosio:


Es obra del Espíritu Santo el parto de la Virgen… No podemos por lo tanto dudar de que sea creador aquel Espíritu que sabemos, ser Autor de la encarnación del Señor… Si por lo tanto, la Virgen concibió gracias a la obra y a la potencia del Espíritu ¿Quién podría negar, que el Espíritu es creador?


San Ambrosio interpreta perfectamente, en este texto, el rol que el Evangelio, atribuye al Espíritu Santo en la encarnación, llamándolo sucesivamente, Espíritu Santo y Potencia del Altísimo (Lucas 1, 35). Eso es el Spiritus creator, que actúa para llevar a los seres a la existencia (Genesis 1, 2), para crear una nueva y más alta situación de vida; es el Espíritu, que es Señor y da la vida, como proclamamos en el mismo símbolo de la fe.


También aquí, como en los inicios, Él crea desde la nada o sea desde el vacío de las posibilidades humanas, sin necesidad de ninguna ayuda o de ningún apoyo. Y este nada, este vacío, esta ausencia de explicaciones y de causas naturales se llama, en nuestro caso, la virginidad de María: ¿Cómo es posible? No conozco hombre… El Espíritu Santo bajará sobre ti (Levítico 1, 34-35). La virginidad, es aquí un signo grandioso, que no se puede eliminar o banalizar, sin desarmar todo el tejido, de la narración evangélica y su significado.


El Espíritu, que baja sobre María es, por lo tanto, el Espíritu creador que milagrosamente, forma de la Virgen la carne de Cristo; pero también más, además que el Creator Spiritus. Él es para María también, fons vivus, ignis, caritas, et spiritalis unctio o sea: agua viva, fuego, amor y unción espiritual. Se empobrece enormemente el misterio, si se lo reduce solamente a su dimensión objetiva o sea, a sus implicaciones dogmáticas (dualidad de las naturalezas, unidad de la persona), descuidando sus aspectos subjetivos y existenciales.


San Pablo, habla de una carta de Cristo, escrita no con la tinta, pero si con el Espíritu de Dios viviente; no sobre tablas de piedra, pero si en las tablas de carne de los corazones (2 Corintios 3, 3). El Espíritu Santo, escribió esta carta maravillosa, que es Cristo, primero en el corazón de María, de manera que -como dice san Agustín- mientras la carne de Cristo, se formaba en el seno de María; la verdad de Cristo, se imprimía en el corazón de María.


El famoso dicho, del mismo San Agustín, según el cual María, concibió a Cristo antes en el corazón, que en el cuerpo (prius concepit mente quam corpore), significa que el Espíritu Santo, actuó antes en el corazón de María, iluminándolo e inflamándolo de Cristo; y después, en el seno de María, llenándolo de Cristo.


Solo los santos y místicos, que tuvieron una experiencia personal, de la irrupción de Dios en su vida, pueden ayudarnos a intuir, lo que debió probar María, en el momento, de la encarnación del Verbo en su seno. Uno de esos, es San Buenaventura, que escribe:


Sobrevino en ella el Espíritu Santo, como fuego divino que inflamó su mente y santificó su carne, confiriéndole una perfectísima pureza. Pero también, la potencia del Altísimo la veló, para que pudiera sostener un semejante ardor…¡Oh, si tú fueras capaz, de sentir en qué medida, cuál y cuánto fue grande, ese incendio bajado del cielo, cuál el refrigerio dado, cuál alivio infundido, cuál elevación de la Virgen Madre, la nobleza dada al género humano, cuánta condescendencia dada, por la Majestad divina!


Pienso que entonces, también tú merecerías cantar con voz suave, junto con la bienaventurada Virgen, ese canto sagrado: Mi alma, magnifica al Señor.

La encarnación fue vivida por María, como un evento carismático al máximo grado, que la volvió, el modelo del alma ferviente en el Espíritu (Romanos 12, 11). Fue, su pentecostés. Muchos gestos y palabras de María, especialmente en la narración de la visita a Santa Isabel, no se entienden, si no se mira, en esta luz de una experiencia mística sin igual. Todo aquello, que vemos obrarse visiblemente, en una persona visitada por la gracia (amor, alegría, paz, luz); lo debemos reconocer en medida única, de María en la anunciación. María ha sido la primera en sentir la sobria ebriedad del Espíritu, de la cual hemos hablado en otras oportunidades; y el Magnificat, es el mejor testimonio.


Se trata entretanto, de una ebriedad sobria o sea humilde. La humildad de María, después de la encarnación, nos aparece como uno de los milagros más grandes, de la gracia divina. Como pudo María, soportar el peso de este pensamiento: ¡Tú eres, la Madre de Dios! Tu eres, la más alta de las criaturas!. Lucifer, no había soportado esta tensión; y tomado, por el vértigo de su propia altura, se había precipitado. María no, ella permanece humilde, modesta, como si nada hubiera sucedido en su vida, que le permitiera tener pretensiones. En una ocasión, el Evangelio, nos la muestra, en el acto de mendigarle a otros, incluso, la posibilidad de ver a su Hijo: Tu madre y tus hermanos, le dicen a Jesús, están afuera y desean verte (Lucas 8, 20).

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