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Homilía del día domingo, 13 de octubre – 2019

  • Eduardo Ibáñez García
  • 12 oct 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 6 may 2021


Día del Señor


Tiempo Ordinario – Ciclo C

Vigesimoctavo domingo

13 de octubre – 2019

  • Primera lectura: II Reyes 5, 14-17

El profeta Eliseo proclama que, Naamán de Siria volvió con su comitiva y se presentó con él, diciendo: Ahora reconozco, que no hay Dios en toda la tierra, más que el de Israel. (II Reyes 5, 15)

  • Salmo: 97, 1-4

El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia; se acordó de su misericordia y su fidelidad, en favor de la casa de Israel. El Señor, revela a las naciones su salvación. (Salmo: 97, 3-4)

  • Segunda lectura: II Timoteo 2, 8-13

San Pablo le dice a Timoteo, querido hermano, es doctrina segura: si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo. (II Timoteo 2, 11-13)

  • Evangelio: San Lucas 17, 11-19

El evangelista proclama que, los diez enfermos de lepra, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos; y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: "¿No han quedado limpios todos?; y los otros nueve, ¿Dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero, para dar gloria a Dios? Y le dijo: "Levántate, vete; tu fe te ha salvado". (Lucas 17, 15-19)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

¿Para qué, sirven los milagros?


Nuestros amigos laicos, con su actitud crítica ante los milagros, ofrecen una contribución preciosa a la fe misma, porque se muestran atentos a las falsificaciones fáciles en este terreno.

 

Mientras Jesús, estaba de camino a Jerusalén, a la entrada de un pueblo, le salieron al encuentro diez leprosos. Parándose a distancia, le dijeron en voz alta: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Jesús, se apiadó de ellos y les dijo: Vayan y preséntense a los sacerdotes. Durante el trayecto, los diez leprosos, se descubrieron milagrosamente curados.


También, la primera lectura, refiere una curación milagrosa de la lepra: la de Naamán el sirio, por obra del profeta Eliseo. Es clara, por lo tanto, la intención de la liturgia, de invitarnos a reflexionar sobre el sentido del milagro y en particular, del milagro, que consiste en la sanación de la enfermedad.


Digamos, ante todo, que la prerrogativa de hacer milagros se cuenta, entre las más atestiguadas en la vida de Jesús. Probablemente, la idea dominante, que la gente se había hecho de Jesús, durante su vida, era la de ser uno que hacía milagros, aún más que la de ser un profeta. Jesús mismo, presenta este hecho, como prueba de la autenticidad mesiánica de su misión: "Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan" (Mateo 11, 5). No se puede eliminar el milagro, en la vida de Jesús, sin deshacer toda la trama del Evangelio.


Junto a los relatos de milagros, la Escritura, nos ofrece también, los criterios para juzgar su autenticidad y su objetivo. El milagro nunca es, en la Biblia, un fin en sí mismo; aún menos, debe servir para ensalzar a quien lo realiza y poner al descubierto, sus poderes extraordinarios, como casi siempre sucede, en el caso de sanadores y personas que practican la magia (taumaturgos); que hacen publicidad de sí mismos.


El hacer milagros, es un incentivo y premio de la fe. Es un signo y debe servir para elevar a uno que hace signos. Por esto, Jesús, se muestra tan entristecido, cuando después de haber multiplicado los panes, se da cuenta, de que no han entendido de qué era signo (Marcos 6, 51).


El milagro aparece, en el propio Evangelio, como ambiguo. Se ve en unas ocasiones positivamente, en otras negativamente. Positivamente cuando es acogido con gratitud y alegría, que suscita fe en Cristo y abre a la esperanza en un mundo futuro, ya sin enfermedad ni muerte; negativamente, cuando es solicitado o incluso exigido, para creer ¿Qué señal haces, para que, viéndola, creamos en ti? (Juan 6, 30). "Si no ven señales y prodigios, no creen", decía con tristeza Jesús, a quienes le escuchaban (Juan 4, 48). La ambigüedad continúa, bajo otra forma, en el mundo de hoy. Por un lado, hay quien busca el milagro a toda costa; está siempre a la caza de hechos extraordinarios, se detiene en ellos y en su utilidad inmediata. En el lado opuesto, hay quienes no dejan espacio alguno al milagro; lo contemplan hasta con cierta molestia, como si se tratara, de una manifestación inferior de religiosidad, sin darse cuenta de que, de tal manera, se pretende enseñar a Dios mismo, qué es o no la verdadera religiosidad.


Algunos debates recientes, suscitados por el fenómeno padre Pío; han evidenciado, cuánta confusión existe aún, acerca del milagro. No es verdad, por ejemplo, que la Iglesia, considere milagro todo hecho inexplicable (¡de estos, se sabe, está lleno el mundo y también la medicina!). Se considera milagro, sólo aquel hecho inexplicable que, por las circunstancias en las que ocurre (rigurosamente comprobadas), reviste el carácter de señal divina, esto es, de confirmación dada a una persona o de respuesta a una oración. Si una mujer, que nace sin pupilas, en cierto momento empieza a ver, aún sin pupilas, esto puede ser catalogado como hecho inexplicable; pero si sucede precisamente, mientras se confiesa con el padre Pío, como de hecho ocurrió, entonces, ya no basta hablar, sencillamente de hecho inexplicable.


Nuestros amigos laicos, con su actitud crítica ante los milagros, ofrecen una contribución preciosa a la fe misma, porque se muestran atentos a las falsificaciones fáciles en este terreno. Sin embargo, también aquellos deben contemplarse, desde una aproximación acrítica. Es igual de equivocado, creer a priori, en todo lo que circula como milagroso, como rechazar a priori todo, sin tomarse siquiera, la molestia de examinar sus pruebas. Se puede ser crédulos, pero también... incrédulos, que no es una actitud tan distinta.


Adaptación del texto de la

Homilía del P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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