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Homilía del día domingo, 27 de octubre – 2019

  • Eduardo Ibáñez García
  • 26 oct 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 5 may 2021


Día del Señor


Tiempo Ordinario – Ciclo C

Trigésimo domingo

27 de octubre – 2019

  • Primera lectura: Eclesiástico 35, 15-17. 20-22

Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios, no descansa, no ceja hasta que Dios le atiende; y el juez justo, le hace justicia. (Eclesiástico 35, 20-22)

  • Salmo: 33, 2-3. 17-19. 23

El Señor no está lejos de sus fieles y levanta a las almas abatidas. Salva el Señor la vida de sus siervos. No morirán quienes en él esperan. El Señor, no está lejos de sus fieles. (Salmo: 120, 1-2)

  • Segunda lectura: II Timoteo 3, 14-17. 4, 1-2

San Pablo le dice a Timoteo: Querido hermano: Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día; y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor, su glorioso advenimiento. (II Timoteo 4, 8)

  • Evangelio: San Lucas 18, 9-14

El evangelista San Lucas, proclama que, Jesús dijo esta parábola, sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: "...El fariseo, erguido, oraba así en su interior: Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres... El publicano, en cambio, Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador. Pues bien, yo les aseguro que este último bajó a su casa justificado y el primero no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido." (Lucas 18, 11. 13-14)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

El fariseo y el publicano


Como el fariseo, intentemos no ser en la vida ladrones e injustos, procuremos observar los mandamientos y pagar las tasas; como el publicano, reconozcamos, cuando estamos en presencia de Dios, que lo poco que hemos hecho es todo don suyo; e imploremos, para nosotros y para todos, su misericordia.

 

El Evangelio de este domingo, es la parábola del fariseo y del publicano. Quien acuda a la iglesia el domingo oirá un comentario más o menos de este tipo. El fariseo representa el conservador que se siente en orden con Dios y con los hombres, mirando con desprecio al prójimo. El publicano, es la persona que ha errado, pero lo reconoce y pide por ello, humildemente perdón a Dios; no piensa en salvarse por méritos propios, sino por la misericordia de Dios. La elección de Jesús entre estas dos personas no deja dudas, como indica el final de la parábola: este último vuelve a casa justificado, esto es, perdonado, reconciliado con Dios; el fariseo regresa a casa como había salido de ella: manteniendo su justicia, pero perdiendo la de Dios.


A fuerza de oírla y de repetirla yo mismo, esta explicación en cambio, ha empezado a dejarme insatisfecho. No es que esté equivocada, pero ya no responde a los tiempos. Jesús decía sus parábolas para la gente que le escuchaba en aquel momento. En una cultura cargada de fe y religiosidad como aquella de Galilea y Judea de aquel tiempo, donde la hipocresía consistía en ostentar la observancia de la ley y santidad, porque éstas eran las cosas que atraían el aplauso.


En nuestra cultura secularizada y permisiva, los valores han cambiado. Lo que se admira y abre camino al éxito, es más bien lo contrario del otro tiempo: es el rechazo de las normas morales tradicionales, la independencia, la libertad del individuo. Para los fariseos la contraseña era observancia de las normas; para muchos, hoy, la contraseña es trasgresión. Decir de un autor, de un libro o de un espectáculo que es transgresor, es hacerle uno de los cumplidos más anhelados.


En otras palabras, hoy debemos dar la vuelta a los términos de la parábola, para salvaguardar la intención original. ¡Los publicanos de ayer son los nuevos fariseos de hoy! Actualmente es el publicano, el transgresor, quien dice a Dios: Te doy gracias, Señor, porque no soy como aquellos fariseos creyentes, hipócritas e intolerantes, que se preocupan del ayuno, pero en la vida son peores que nosotros. Parece que hay quien paradójicamente ora así: ¡Te doy gracias, oh Dios, porque soy un ateo!


Rochefoucauld decía, que la hipocresía es el tributo, que el vicio paga a la virtud. Hoy, es frecuentemente el tributo, que la virtud paga al vicio. Se tiende, de hecho, especialmente, por parte de los jóvenes, a mostrarse peor y más desvergonzado de lo que se es, para no parecer menos que los demás.


Una conclusión práctica, válida tanto en la interpretación tradicional aludida al inicio, como es ésta, desarrollada aquí. Poquísimos (tal vez nadie), están siempre del lado del fariseo o siempre del lado del publicano, esto es, justos en todo o pecadores en todo. La mayoría tenemos un poco de uno y un poco del otro. Lo peor sería, comportarnos como el publicano en la vida y como el fariseo en el templo. Los publicanos eran pecadores, hombres sin escrúpulos que ponían dinero y negocios por encima de todo; los fariseos, al contrario, eran, en la vida práctica, muy austeros y observantes de la Ley. Nos parecemos, por lo tanto, al publicano en la vida y al fariseo en el templo; si, como el publicano, somos pecadores y como el fariseo, nos creemos justos.


Si tenemos que resignarnos, a ser un poco el uno y el otro; entonces, que al menos sea al revés: ¡Fariseos en la vida y publicanos en el templo! Como el fariseo, intentemos no ser en la vida ladrones e injustos, procuremos observar los mandamientos y pagar las tasas; como el publicano, reconozcamos, cuando estamos en presencia de Dios, que lo poco que hemos hecho es todo don suyo, e imploremos, para nosotros y para todos, su misericordia.


Adaptación del texto de la

Homilía del P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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