Homilía del día domingo, 1 de diciembre - 2019
- Eduardo Ibáñez García
- 30 nov 2019
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 12 may 2021
Día del Señor
Tiempo de Adviento – Ciclo A
Primer domingo
1 de diciembre – 2019
Primera lectura: Isaías 2,1-5
Palabra que el profeta Isaías, recibió en una visión, acerca de Judá y de Jerusalén: Todas las naciones afluirán hacia ella y acudirán pueblos numerosos, que dirán; ¡Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la Casa del Dios de Jacob! Él nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén, la palabra del Señor. (Isaías 2, 3)
Salmo: 121, 1-9
¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la Casa del Señor! Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. Allí suben las tribus, las tribus del Señor. Vamos alegres a la casa del Señor. (Salmo 121, 1-4)
Segunda lectura: Romanos 13, 11-14
San Pablo apóstol, a los Romanos les dice, Hermanos: Ustedes saben, en qué tiempo vivimos y que ya es hora de despertarse, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros, que cuando abrazamos la fe. (Romanos 13, 11)
Evangelio: San Mateo 24, 37-44
El evangelista San Mateo, proclama que, Jesús, a discípulos, les dijo: "Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor". (Mateo 24, 42)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

¡Velen!
Porque no saben qué día vendrá su Señor... Estén preparados, porque en el momento que menos piensen, vendrá el Hijo del hombre.
Hoy, inicia el primer año del ciclo litúrgico trienal, llamado año A. En él nos acompaña el Evangelio de San Mateo. Algunas características, de este Evangelio son: la amplitud, con la que se refieren las enseñanzas de Jesús (los famosos sermones, como el de la montaña), la atención a la relación Ley-Evangelio (el Evangelio es la Nueva Ley). Se le considera como el Evangelio más eclesiástico, por el relato del primado a Pedro y por el uso del término Ecclesia, Iglesia, que no se encuentra en los otros tres Evangelios.
La palabra que destaca sobre todas, en el Evangelio de este primer domingo de Adviento, es: Velen, pues, porque no saben qué día vendrá su Señor... Estén preparados, porque en el momento que menos piensen, vendrá el Hijo del hombre.
Nos preguntamos a veces, por qué Dios nos esconde algo tan importante, como es la hora de su venida, que para cada uno de nosotros, considerado singularmente, coincide con la hora de la muerte. La respuesta tradicional es: Para que estuviéramos alerta, sabiendo cada uno, que ello puede suceder en cualquier día (San Efrén, el Sirio). Pero el motivo principal, es que Dios nos conoce; sabe qué terrible angustia, habría sido para nosotros, conocer con antelación la hora exacta y asistir a su lenta e inexorable aproximación. Es lo que más atemoriza, de ciertas enfermedades. Son más numerosos hoy, los que mueren de afecciones imprevistas de corazón, que los que mueren de penosas enfermedades. Sin embargo, dan más miedo estas últimas, porque nos parece, que privan de esa incertidumbre, que nos permite esperar.
La incertidumbre de la hora, no debe llevarnos a vivir despreocupados, sino como personas vigilantes. El año litúrgico está en sus comienzos, mientras que el año civil llega a su fin. Una ocasión óptima, para hacer un espacio a una reflexión sabia, sobre el sentido de nuestra existencia. La misma naturaleza, en otoño, nos invita a reflexionar sobre el tiempo que pasa. Lo que decía el poeta Giuseppe Ungaretti, de los soldados en la trinchera del Carso, durante la primera guerra mundial, vale para todos los hombres: Se está / como en otoño / en los árboles / las hojas. Esto es, a punto de caer, de un momento a otro. El tiempo pasa y el hombre no se da cuenta, decía Dante.
Un antiguo filósofo, expresó esta experiencia fundamental, con una frase que se ha hecho célebre: panta rei, o sea, todo pasa. Ocurre en la vida, como en la pantalla televisiva: los programas se suceden rápidamente y cada uno anula el precedente. La pantalla sigue siendo la misma, pero las imágenes cambian. Es igual con nosotros: el mundo permanece, pero nosotros, nos vamos uno tras otro. De todos los nombres, los rostros, las noticias que llenan los periódicos y los telediarios del día -de mí de ti, de todos nosotros-, ¿Qué permanecerá, de aquí a algún año o década? Nada de nada. El hombre no es más que un trazo que crea la ola en la arena del mar y que borra la ola siguiente.
Veamos, qué tiene que decirnos la fe, a propósito de este dato, de hecho de que todo pasa. El mundo pasa, pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre (I Juan 2, 17). Así que, existe alguien que no pasa, Dios; y existe un modo, de que nosotros no pasemos del todo: hacer la voluntad de Dios, o sea, creer, adherirnos a Dios. En esta vida, somos como las personas en una balsa, que lleva un río en crecida a mar abierto, sin retorno. En cierto momento, la balsa pasa cerca de la orilla. El náufrago dice: ¡Ahora o nunca! y salta a tierra firme. ¡Qué suspiro de alivio, cuando siente la roca bajo los pies! Es la sensación, que experimenta frecuentemente, quien llega a la fe. Podríamos recordar, como conclusión de esta reflexión, las palabras que santa Teresa de Ávila, dejó como una especie de testamento espiritual: Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa. Sólo Dios basta.
Adaptación del texto de la
Homilía del P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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