Homilía del día domingo, 1 de noviembre - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 29 nov 2020
- 4 Min. de lectura
Día del Señor
Tiempo Ordinario – Ciclo A
Trigesimoprimer domingo
1 de noviembre – 2020
Primera lectura: Apocalipsis 7, 2-4. 9-14
El apóstol San Juan proclama, que vio luego una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono y del Cordero; iban vestidos con una túnica blanca, llevaban palmas en las manos y exclamaban con voz poderosa: La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero. (Apocalipsis 7, 9-10)
Salmo: 23, 1-6
Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor. Ese obtendrá la bendición de Dios, y Dios, su salvador, le hará justicia. Esta es la clase de hombres que te buscan y vienen ante ti, Dios de Jacob. (Salmo 23, 5-6)
Segunda Lectura: 1 Juan 3, 1-3
San Juan, apóstol de Jesucristo nos dice: Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tenga puesta en Dios esta esperanza, se purifica a sí mismo para ser tan puro como él. (1 Juan 3, 2-3)
Evangelio: San Mateo 5, 1-12
El evangelista San Mateo, proclama que, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces, se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así: “Dichosos serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos". (Mateo 5, 1-2. 11-12)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Las bienaventuranzas
(Mateo 5)
“Dichosos serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos". (Versículo 37)
Solemnidad de los santos y conmemoración de los difuntos

La fiesta, de todos los santos y la conmemoración de los fieles difuntos, tienen algo en común; y por este motivo, han sido colocadas una tras otra. Incluso, el pasaje evangélico es el mismo, la página de las bienaventuranzas. Ambas celebraciones, nos hablan del más allá. Si no creyéramos en una vida después de la muerte, no valdría la pena celebrar la fiesta de los santos y menos aún visitar el cementerio. ¿A quién visitaríamos o por qué encenderíamos una vela o llevaríamos una flor?
Por tanto, todo en este día, nos invita a una sabia reflexión: Enséñanos a contar nuestros días -dice un salmo- y alcanzaremos la sabiduría del corazón. Vivimos, como las hojas del árbol en otoño (G. Ungaretti). El árbol en primavera vuelve a florecer, pero con otras hojas; el mundo continuará después de nosotros, pero con otros habitantes. Las hojas no tienen una segunda vida, se pudren donde caen. ¿Nos pasa a nosotros, lo mismo? Aquí termina, la analogía. Jesús prometió: Yo soy la resurrección y la vida, quien vive y cree en mí, aunque muera vivirá. Es el gran desafío de la fe, no sólo de los cristianos, sino también de los judíos y de los musulmanes, de todos los que creen en un Dios personal.
Quienes han visto la película Doctor Zhivago, recordarán la famosa canción de Lara, la banda sonora. En la versión italiana dice: No sé cuál es, pero hay un lugar, del que nunca regresaremos... La canción, muestra el sentido de la famosa novela de Pasternac, en la que se basa la película; dos enamorados que se encuentran, se buscan, pero a quienes el destino (nos encontramos, en la tumultuosa época, de la revolución bolchevique) separa cruelmente, hasta la escena final, en la que sus caminos vuelven a cruzarse, pero sin reconocerse.
Cada vez que escucho las notas de esa canción, mi fe me lleva casi a gritar en mi interior: sí, hay un lugar del que nunca regresaremos y del que no querremos regresar. Jesús, ha ido a prepararlo para nosotros, nos ha abierto la vida con su resurrección y nos ha indicado el camino, para seguirlo con el pasaje de las bienaventuranzas. Un lugar, en el que el tiempo se detendrá, para dejar paso a la eternidad; donde el amor será pleno y total. No sólo el amor de Dios y por Dios, sino también todo amor honesto y santo vivido en la tierra.
La fe no exime a los creyentes, de la angustia de tener que morir, pero la alivia con la esperanza. El prefacio de la misa dice: Si nos entristece, la certeza de tener que morir, nos consuela la esperanza de la inmortalidad futura". En este sentido, hay un testimonio conmovedor, que también se enmarca en Rusia. En 1972, en una revista clandestina se publicó, una oración encontrada en el bolsillo, de la chaqueta del soldado Aleksander Zacepa, compuesta poco antes de la batalla, en la que perdió la vida en la segunda guerra mundial. Dice así.
¡Escucha, oh Dios! En mi vida, no he hablado ni una sola vez contigo, pero hoy me vienen ganas de hacer fiesta. Desde pequeño, me han dicho siempre, que Tú no existes... Y yo, como un idiota, lo he creído.
Nunca he contemplado tus obras, pero esta noche he visto. desde el cráter de una granada, el cielo lleno de estrellas y he quedado fascinado, por su resplandor. En ese instante he comprendido, qué terrible es el engaño... No sé, oh dios, si me darás tu mano, pero te digo que Tú me entiendes...
¿No es algo raro, que en medio de un espantoso infierno, se me haya aparecido la luz y te haya descubierto?
No tengo nada más, que decirte. Me siento feliz, pues te he conocido. A medianoche tenemos que atacar, pero no tengo miedo, Tú nos ves.
¡Han dado la señal! Me tengo que ir. ¡Qué bien, se estaba contigo! Quiero decirte; y Tú lo sabes, que la batalla será dura; quizá esta noche, vaya a tocar a tu puerta. Y si bien, hasta ahora no he sido tu amigo, cuando vaya, ¿Me dejarás entrar?
Pero, ¿Qué me pasa? ¿Lloro? Dios mío, mira lo que me ha pasado. Sólo ahora he comenzado, a ver con claridad... Dios mío, me voy... Será difícil regresar. Qué raro, ahora la muerte no me da miedo.
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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