Homilía del día domingo, 13 de septiembre - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 12 sept 2020
- 4 Min. de lectura
Día del Señor
Tiempo Ordinario – Ciclo A
Vigesimocuarto domingo
13 de septiembre – 2020
Primera lectura: Eclesiástico 27, 30. 28, 1-7
Cosas abominables son el rencor y la cólera; sin embargo, el pecador se aferra a ellas. El Señor, se vengará del vengativo y llevará rigurosa cuenta de sus pecados. Perdona la ofensa, a tu prójimo; y así, cuando pidas perdón, se te perdonarán tus pecados. (Eclesiástico 27, 30. 28, 1-2)
Salmo: 102, 1-4. 9-12
El Señor, es compasivo y misericordioso. Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia; como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor, con quien lo ama. (Salmo 102, 11-12)
Segunda Lectura: Romanos 14, 7-9
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los romanos les dice: Hermanos, ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor. Porque Cristo murió y resucitó, para ser Señor de vivos y muertos. (Romanos 14, 7-9)
Evangelio: San Mateo 18, 21-35
El evangelista San Mateo, proclama que, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: Si mi hermano me ofende ¿Cuántas veces, tengo que perdonarlo? ¿Hasta, siete veces? Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”. (Mateo 18, 21-22)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Cómo conviven, los hermanos en la fe
(Mateo 18)
Jesús le contestó: "No digas siete veces, sino hasta setenta y siete veces." (versículo 22)
¿Pero cuánto perdonar?
Perdonar es algo serio, humanamente difícil, si no imposible. No se debe, hablar de ello a la ligera, sin darse cuenta, de lo que se pide a la persona ofendida, cuando se le dice que perdone. Junto al mandato de perdonar, hay que proporcionar al hombre también, un motivo para hacerlo. Es lo que Jesús hace, con la parábola del rey y de los dos siervos. Por la parábola, está claro por qué se debe perdonar: ¡Porque antes, Dios, nos ha perdonado y nos perdona! Nos condona, una deuda infinitamente mayor, que la que un semejante nuestro, puede tener con nosotros. ¡La diferencia, entre la deuda hacia el rey (diez mil talentos) y la del colega (cien denarios), se corresponde a la actual de tres millones de euros y unos pocos céntimos!
San Pablo, ya puede decir: Como el Señor les ha perdonado, hagan así también ustedes (Colosenses 3, 13). Está superada, la ley del talión: Ojo por ojo, diente por diente. El criterio, ya no es: Lo que otro, te ha hecho a ti, se le hace a él; sino: Lo que Dios te ha hecho a ti, tú le haces al otro. Jesús, no se ha limitado, por lo demás, a mandarnos perdonar; lo ha hecho él primero. Mientras le clavaban en la cruz, rogó diciendo: Padre ¡Perdónales, porque no saben, lo que hacen! (Lucas 23, 34). Es lo que distingue la fe cristiana, de cualquier otra religión.
También Buda, dejó a los suyos la máxima: No es con el resentimiento como se aplaca el resentimiento; es con el no-resentimiento como se mitiga el resentimiento. Pero Cristo, no se limita, a señalar el camino de la perfección; da la fuerza, para recorrerlo. No nos manda sólo hacer, sino que actúa con nosotros. En esto, consiste la gracia. El perdón cristiano, va más allá de la no-violencia o del no-resentimiento.
Alguno podría objetar: ¿Perdonar setenta veces siete, no representa alentar la injusticia y dar luz verde a la prepotencia? No; el perdón cristiano, no excluye, que puedas también, en ciertos casos, denunciar a la persona y llevarla ante la justicia; sobre todo, cuando están en juego los intereses y el bien, incluso, de otras personas. El perdón cristiano, por poner un ejemplo cercano a nosotros, no ha impedido, a las viudas de algunas víctimas del terror o de la mafia, buscar con tenacidad la verdad y la justicia, en la muerte de sus maridos.
Pero no hay, sólo grandes perdones; existen también, los perdones de cada día: en la vida de pareja, en el trabajo, entre parientes, entre amigos, colegas, conocidos. ¿Qué hacer, cuando uno descubre, que ha sido traicionado por el propio cónyuge? ¿Perdonar o separarse? Es una cuestión, demasiado delicada; no se puede, imponer ninguna ley desde fuera. La persona debe descubrir, en sí misma, qué hacer.
Pero puedo decir una cosa; he conocido casos, en los que la parte ofendida, ha encontrado en su amor por el otro y en la ayuda que viene de la oración, la fuerza de perdonar al cónyuge, que había errado, pero que estaba, sinceramente arrepentido. El matrimonio, había renacido como de las cenizas; había tenido, una especie de nuevo comienzo. Cierto, nadie puede pretender, que esto pueda ocurrir, en una pareja, setenta veces siete.
Debemos estar atentos, para no caer en una trampa. Existe un riesgo también, en el perdón. Consiste, en formarse la mentalidad, de quien cree tener siempre, algo que perdonar a los demás. El peligro, de creerse siempre acreedores de perdón, pero jamás deudores. Si reflexionáramos bien, muchas veces, cuando estamos a punto de decir: ¡Te perdono! cambiaríamos actitud y palabras; y diríamos a la persona, que tenemos enfrente: ¡Perdóname! Nos daríamos cuenta, de que también nosotros tenemos algo, que hacernos perdonar por ella. Aún, más importante que perdonar, es pedir perdón.
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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