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Homilía del día domingo, 14 de junio - 2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 13 jun 2020
  • 4 Min. de lectura

Día del Señor


Tiempo Ordinario – Ciclo A

Decimoprimer domingo - Solemnidad de El Cuerpo y la Sangre de Cristo

14 de junio – 2020


  • Primera lectura: Deuteronomio 8, 2-3. 14-16

Moisés habló al pueblo, diciendo: Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones, si guardas sus preceptos o no. Él, te afligió haciéndote pasar hambre y después, te alimentó con el maná, que tú no conocías, ni conocieron tus padres; para enseñarte, que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. (Deuteronomio 8, 2-3)


  • Salmo: 147, 12-15. 19-20

Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. Glorifica al Señor, Jerusalén. (Salmo: 147, 12-13)


  • Segunda lectura: 1 Corintios 10, 16-17

San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los corintios les dice: Hermanos: El cáliz de la bendición, que bendecimos ¿No es comunión, con la sangre de Cristo? Y el pan, que partimos ¿No es comunión, con el cuerpo de Cristo? El pan es uno y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan. (1 Corintios 10, 16-17)


  • Evangelio: San Juan 6, 51-58

El evangelista San Juan, proclama que, dijo Jesús a los judíos: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él". (Juan 6, 55-56)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II


 

El cuerpo de Cristo, pan de vida

(Juan 6)


"Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo..." (v 51).

 



El Cáliz y el Pan de Vida

La fiesta del Corpus Domini, asume un significado del todo especial, en el año de la Eucaristía. Uno de los frutos, que el Papa Juan Pablo II (aún nos cuesta convencernos, de que ya no está entre nosotros) esperaba de este año, era reavivar en los cristianos, el estupor eucarístico, esto es, la maravilla de frente a la enormidad divina (Paul Claudel) que es la Eucaristía.


En la segunda lectura, de la fiesta del día, San Pablo escribe: La copa de bendición, que bendecimos ¿No es acaso comunión, con la sangre de Cristo? Y el pan, que partimos ¿No es comunión, con el cuerpo de Cristo? La Eucaristía, es por lo tanto, fundamentalmente un misterio de comunión. Conocemos, distintos tipos de comunión. Una, muy íntima, es aquella entre nosotros y el alimento que comemos, porque éste se convierte en carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. He oído a las madres, decir a sus criaturas, mientras las estrechan contra su pecho y las besan: ¡Te quiero tanto que te comería! Es verdad, que el alimento no es una persona viva e inteligente, con la que podamos intercambiar pensamientos y afectos; pero supongamos por un momento, que el alimento fuera Él mismo vivo e inteligente, ¿No parece que entonces, se tendría finalmente, la perfecta comunión?


Esto es precisamente, lo que ocurre en la comunión eucarística. Jesús, en el pasaje evangélico, dice: Yo soy el pan vivo, bajado del cielo... Mi carne es verdadera comida... Quien come mi carne, tiene vida eterna. Aquí el alimento no es una cosa, sino que es una persona viva. Se tiene la más íntima, si bien también la más misteriosa, de las comuniones.


Veamos lo que ocurre en la naturaleza, en el ámbito de la alimentación. Es el principio vital más fuerte, el que asimila al menos fuerte. Es el vegetal, el que asimila el mineral; es el animal, el que asimila el vegetal. También, en las relaciones entre el hombre y Cristo, se verifica esta ley. Es Cristo, quien nos asimila a Él; nosotros nos transformamos en Él, no Él en nosotros. Un famoso materialista ateo dijo: El hombre es lo que come. Sin saberlo, dio una definición óptima de la Eucaristía. Gracias a ésta, el hombre se convierte, verdaderamente, en lo que come, ¡o sea, cuerpo de Cristo!


Leemos a continuación, del texto inicial de San Pablo: Porque aún siendo muchos, un sólo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan. Está claro, que en este segundo caso, la palabra cuerpo ya no indica, el cuerpo de Cristo nacido de María, sino que indica todos nosotros, indica ese cuerpo de Cristo mayor, que es la Iglesia. Esto quiere decir, que la comunión eucarística, es siempre también, comunión entre nosotros. Comiendo todos del único alimento, formamos un solo cuerpo.


¿Cuál es, la consecuencia? Que no podemos, hacer verdadera comunión con Cristo, si estamos divididos entre nosotros, nos odiamos, no estamos dispuestos a reconciliarnos. Si has ofendido a un hermano, decía San Agustín, si has cometido una injusticia contra él; y después, vas a recibir la comunión como si nada, tal vez lleno de fervor, te pareces a uno, que ve llegar a un amigo, a quien no ve desde hace tiempo. Corre a su encuentro, le echa los brazos al cuello y se eleva sobre la punta de sus pies, para besarle en la frente... Pero, al hacer esto, no se da cuenta, de que le está pisando los pies con zapatos de clavos. Los hermanos, de hecho, especialmente los más pobres y desamparados, son los miembros de Cristo, son sus pies posados aún en la tierra.


Al darnos la hostia, el sacerdote dice: El cuerpo de Cristo y nosotros respondemos: ¡Amén! Ahora sabemos, a quién decimos Amén, esto es: Sí, te acojo: no sólo a Jesús, el Hijo de Dios, sino también a quien tenemos al lado.


Adaptación del texto de la Homilía del

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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