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Homilía del día domingo, 15 de diciembre - 2019

  • Eduardo Ibáñez García
  • 14 dic 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 13 may 2021

Día del Señor


Tiempo de Adviento – Ciclo A

Tercer domingo

15 de diciembre – 2019

  • Primera lectura: Isaías 35, 1-6. 10

El profeta Isaías, proclama que, esto dice el Señor: "Digan a los de corazón apocado: ¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos. Se iluminarán entonces, los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un ciervo el cojo y la lengua del mudo cantará". (Isaías 35, 4-6)

  • Salmo: 145, 7-10

El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. Ven, Señor, a salvarnos. (Salmo 145, 7)

  • Segunda lectura: Santiago 5, 7-10

El apóstol Santiago, nos dice, Aguarden con paciencia y mantengan firme el ánimo, porque la venida del Señor está cerca. (Santiago 5, 8)

  • Evangelio: San Mateo 11, 2-11

El evangelista San Mateo, proclama que, Juan Bautista, habiendo oído hablar de las obras de Cristo, le mandó preguntar por medio de dos discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo". (Mateo 11, 2-3)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II


 

Estén alegres, el Señor está cerca


La felicidad, es ese dulce fruto, que el hombre busca entre las ramas de la vida. Sólo Dios es feliz y nos hace felices.

 

Comencemos, en nuestra reflexión, por la frase con la que Jesús, en el Evangelio, tranquiliza a los discípulos de Juan el Bautista, acerca del propio mesianismo: Se anuncia a los pobres la Buena Nueva. El Evangelio es un mensaje de gozo: esto proclama la liturgia del tercer domingo de Adviento, que, por las palabras de Pablo en la antífona de ingreso, ha tomado el nombre de domingo Gaudete, estén siempre alegres o sea, domingo de la alegría: Que el desierto y el sequedal se alegren... Se alegrarán con gozo y alegría... en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

.

Todos, quieren ser felices. Si pudiéramos representar visiblemente, a toda la humanidad, en su movimiento más profundo, veríamos una inmensa multitud erguirse, en torno a un árbol frutal, sobre la punta de los pies y tender desesperadamente las manos, en el esfuerzo de tomar un fruto, que en cambio se escapa. La felicidad, dijo Dante, es ese dulce fruto, que el hombre busca entre las ramas de la vida.


Pero, si todos buscamos la felicidad, ¿Por qué tan pocos, son verdaderamente felices y hasta los que lo son, permanecen así por tiempo tan escaso? Creo, que la razón principal es que, en la escalada a la cumbre de la felicidad, erramos de vertiente; elegimos la que no lleva a la cima. La revelación dice: Dios es amor, el hombre ha creído, que puede dar la vuelta a la frase y decir: ¡El amor es Dios! (la afirmación es de Feuerbach). La revelación dice: Dios es felicidad, el hombre invierte de nuevo el orden y dice: ¡La felicidad es Dios! ¿Y qué sucede así? No conocemos en la tierra, la felicidad en estado puro, como no conocemos el amor absoluto; conocemos sólo fragmentos de felicidad, que se reducen con frecuencia, a ebriedades pasajeras de los sentidos. Cuando por eso decimos: ¡La felicidad es Dios! divinizamos nuestras pequeñas experiencias; llamamos Dios a la obra de nuestras manos o de nuestra mente. Hacemos, de la felicidad, un ídolo. Esto explica por qué, quien busca a Dios encuentra siempre la alegría, mientras que quien busca la alegría, no siempre encuentra a Dios. El hombre se reduce, a buscar la felicidad en razón de cantidad: siguiendo placeres y emociones, cada vez más intensos o añadiendo placer a placer. Como el drogadicto, que necesita dosis cada vez mayores, para lograr el mismo grado de placer.


Sólo Dios es feliz y nos hace felices. Por eso un salmo exhorta: Ten tu alegría en el Señor y escuchará lo que pida tu corazón (Salmo 37, 4). Con Él, también los gozos de la vida presente, conservan su dulce sabor y no se transforman en angustias. No sólo los gozos espirituales, sino toda alegría humana honesta: la alegría de ver crecer a los propios hijos, del trabajo felizmente llevado a término, de la amistad, de la salud recuperada, de la creatividad, del arte, del esparcimiento, en contacto con la naturaleza. Sólo Dios ha podido arrancar, de los labios de un santo, el grito: Basta, Señor, de alegría; ¡mi corazón, ya no puede contener más! En Dios, se encuentra todo, lo que el hombre acostumbra a asociar a la palabra felicidad e infinitamente más, pues ni ojo vio, ni oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman (1 Corintios 2, 9).


Es hora, de empezar a proclamar con más valor, la Buena Nueva de que Dios es felicidad, que la felicidad -no el sufrimiento, la privación, la cruz- tendrá la última palabra. Que el sufrimiento sirve sólo, para quitar el obstáculo a la alegría, para dilatar el alma, para que un día pueda acoger la mayor medida posible.

Adaptación del texto de la

Homilía del P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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