Homilía del día domingo, 15 de marzo - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 14 mar 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 23 mar 2020
Día del Señor
Tiempo de Cuaresma – Ciclo A
Tercer domingo
15 de marzo – 2020
Primera lectura: Éxodo 17, 3-7
El pueblo, torturado por la sed, fue a protestar contra Moisés, diciéndole: ¿Nos has hecho salir de Egipto, para hacernos morir de sed...? Moisés, clamó al Señor y le dijo: ¿Qué puedo hacer, con este pueblo? Sólo falta que me apedreen. Respondió, el Señor a Moisés: “Preséntate al pueblo, llevando contigo a algunos de los ancianos de Israel, toma en tu mano, el cayado con que golpeaste el Nilo y vete. Yo estaré ante ti, sobre la peña, en Horeb. Golpea la peña y saldrá de ella, agua para que beba el pueblo”. (Éxodo 17, 3-6)
Salmo: 94, 1-2. 6-9
Hagámosle caso al Señor, que nos dice: “No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras”. Señor, que no seamos sordos a tu voz. (Salmo 94, 8-9)
Segunda lectura: Romanos 5, 1-2. 5-8
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los romanos les dice: Hermanos: La esperanza no defrauda, porque Dios ha infundido su amor. en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que Él mismo nos ha dado. En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas, para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores, en el tiempo señalado. (Romanos 5, 5-6)
Evangelio: San Juan 4, 5-42
El evangelista San Juan, proclama que, llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo, que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob... Entonces, llegó una mujer de Samaria, a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame, de beber”. La samaritana, le contestó: ¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? Jesús, le dijo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a Él; y Él, te daría agua viva”. (Juan 4, 5-7. 9-10)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Jesús y la samaritana
(Juan 4)
...“El que bebe de esta agua, vuelve a tener sed. Pero, el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré, se convertirá dentro de él, en un manantial capaz de dar la vida eterna”.
(vs, 13-14)
Es necesario redescubrir el sentido de eternidad
A la samaritana y a todos los que, en alguna medida, se reconocen en su situación, Jesús, hace una propuesta radical en el Evangelio de este domino: buscar otra agua, dar un sentido y un horizonte nuevo a la propia vida. ¡Un horizonte eterno! El agua que yo le dé, se convertirá en él, en fuente de agua que brota para la vida eterna. Eternidad, es una palabra que ha caído en desuso. Se ha convertido, en una especie de tabú para el hombre moderno. Se cree que, este pensamiento puede apartar del compromiso histórico concreto, para cambiar el mundo, que es una evasión, un desperdiciar en el cielo, los tesoros destinados a la tierra, decía Hegel.
¿Pero, cuál es el resultado? La vida, el dolor humano, todo se hace inmensamente más absurdo. Se ha perdido, la medida. Si falta el contrapeso de la eternidad, todo sufrimiento, todo sacrificio, parece absurdo, desproporcionado, nos desequilibra, nos echa por tierra. San Pablo escribió: La leve tribulación de un momento, nos produce sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna. En comparación con la eternidad de la gloria, el peso de la tribulación le parece ligero (¡A él, que sufrió tanto en la vida!) precisamente, porque es de un momento. En efecto, añade: Las cosas visibles son pasajeras, más las invisibles son eternas (2 Co 4, 17-18).
El filósofo Miguel de Unamuno (que, además, era un pensador laico), a un amigo que le reprochaba, como si fuera orgullo o presunción, su búsqueda de eternidad, respondía en estos términos: No digo, que merezcamos un más allá, ni que la lógica lo demuestre; digo que lo necesitamos, merezcámoslo o no, simplemente. Digo que, lo que pasa no me satisface, que tengo sed de eternidad; y que, sin ésta, todo me es indiferente. Sin ella, no existe ya, alegría de vivir... Es demasiado fácil, afirmar: Hay que vivir, hay que conformarse con esta vida ¿Y, los que no se conforman? No es quien desea la eternidad, el que muestra que no ama la vida, sino quien no la desea, dado que se resigna tan fácilmente, al pensamiento de que aquella deba terminar.
Sería una enorme ganancia, no sólo para la Iglesia, sino también para la sociedad, redescubrir el sentido de eternidad. Ayudaría a reencontrar el equilibrio, a relativizar las cosas, a no caer en la desesperación, ante las injusticias y el dolor, que hay en el mundo, aun luchando contra ellas. A vivir, menos frenéticamente.
En la vida de cada persona ha habido un momento, en que se ha tenido cierta intuición de eternidad, aún confuso... Hay que estar atentos, a no buscar la experiencia del infinito en la droga, en el sexo desenfrenado y en otras cosas en las que, al final, sólo queda desilusión y muerte. Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed, dijo Jesús a la samaritana. Hay que buscar lo infinito en lo alto, no hacia abajo; por encima de la razón, no por debajo de ella, en las ebriedades irracionales.
Está claro, que no basta con saber, que existe la eternidad; se necesita también, saber qué hacer para alcanzarla. Preguntarse, como el joven rico del Evangelio: Maestro, ¿Qué debo hacer, para tener la vida eterna? Leopardi, en la poesía El Infinito, habla de un cercado, que oculta de la vista el último horizonte. ¿Cuál es para nosotros este cercado, este obstáculo, que nos impide mirar hacia el horizonte último, hacia lo eterno? La samaritana, aquel día, comprendió que debía cambiar algo en su vida, si deseaba obtener la vida eterna; porque en poco tiempo, la encontramos transformada en una evangelizadora, que relata a todos, sin vergüenza, cuánto le ha dicho Jesús.
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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