Homilía del día domingo, 16 de agosto - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 15 ago 2020
- 4 Min. de lectura
Día del Señor
Tiempo Ordinario – Ciclo A
Vigésimo domingo
16 de agosto – 2020
Primera lectura: Isaías 56, 1. 6-7
El profeta Isaías proclama que, esto dice el Señor: “Velen por los derechos de los demás... A los extranjeros, que se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto, a los que guardan el sábado sin profanarlo y se mantienen fieles a mi alianza, los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración". (Isaías 56, 1. 6-7)
Salmo: 66, 2-3. 5. 6. 8
Que te alaben, Señor, todos los pueblos, que los pueblos te aclamen, todos juntos. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor, el mundo entero. Que te alaben, Señor, todos los pueblos. (66, 6. 8,)
Segunda Lectura: Romanos 11, 13-15. 29-32
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los romanos les dice: Hermanos: Tengo algo que decirles a ustedes, los que no son judíos; y trato, de desempeñar lo mejor posible, este ministerio. Pero esto lo hago también, para ver si provoco los celos de los de mi raza y logro salvar a algunos de ellos. Pues, si su rechazo, ha sido reconciliación para el mundo, ¿Qué no será su reintegración, sino resurrección de entre los muertos? Porque Dios, no se arrepiente de sus dones, ni de su elección. (Romanos 11, 13-15. 29)
Evangelio: San Mateo 15, 21-28
El evangelista San Mateo, proclama que, Jesús, se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces, una mujer cananea le salió al encuentro... y postrada ante Él, le dijo: ¡Señor, ayúdame! Él, le respondió: “No está bien, quitarles el pan a los hijos, para echárselo a los perritos”. Pero, ella replicó: Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas, que caen de la mesa de sus amos. Entonces, Jesús, le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla, lo que deseas”. Y en aquel mismo instante, quedó curada su hija. (Mateo 15, 21-22. 25-28)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Jesús, sana a la hija de una pagana
(Mateo 15)
Es verdad, Señor, contestó la mujer, pero, los perritos comen las migajas, que caen de la mesa de sus patrones. Entonces, Jesús le contestó: "Mujer ¡Qué grande, es tu fe! Que se cumpla, tu deseo". Y en ese momento, quedó sana su hija. (versículos 27-28)
Una mujer cananea, se puso a gritar
Si Jesús, hubiera escuchado a la mujer cananea, a la primera petición, sólo habría conseguido la liberación de la hija. Habría pasado la vida, con menos problemas. Pero todo, hubiera acabado en eso y al final, madre e hija morirían, sin dejar huella de sí. Sin embargo, de este modo su fe creció, se purificó, hasta arrancar de Jesús, ese grito final de entusiasmo: Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas. Desde aquel instante, constata el Evangelio, su hija quedó curada. Pero, ¿Qué le sucedió, durante su encuentro con Jesús? Un milagro mucho más grande, que el de la curación de la hija. Aquella mujer se convirtió en una creyente, una de las primeras creyentes, procedentes del paganismo. Una pionera, de la fe cristiana. Nuestra predecesora.
¡Cuánto nos enseña, esta sencilla historia evangélica! Una de las causas más profundas de sufrimiento para un creyente, son las oraciones no escuchadas. Hemos rezado por algo durante semanas, meses y quizá años. Pero nada, Dios parecía sordo. La mujer Cananea se presenta siempre, como maestra de perseverancia y oración.
Quien observara el comportamiento y las palabras, que Jesús, dirigió a aquella pobre mujer que sufría, podía pensar, que se trataba de insensibilidad y dureza de corazón. ¿Cómo se puede tratar así, a una madre afligida? Pero ahora sabemos, lo que había en el corazón de Jesús y que le hacía actuar así. Él sufría, al presentar sus rechazos, trepidaba ante el riesgo de que ella se cansara y desistiera. Sabía que la cuerda, si se estira demasiado, puede romperse. De hecho, para Dios también existe, la incógnita de la libertad humana, que hace nacer en Él la esperanza. Jesús esperó, por eso, al final, manifiesta tanta alegría. Es como si hubiera, vencido junto a la otra persona.
Dios, por tanto, escucha incluso cuando... no escucha. En Él, la falta de escucha, es ya una manera de atender. Retrasando su escucha, Dios hace que nuestro deseo crezca, que el objeto de nuestra oración se eleve; que de lo material, pasemos a lo espiritual, de lo temporal a lo eterno, de lo pequeño a lo grande. De este modo, puede darnos mucho más, de lo que le habíamos pedido, en un primer momento.
Con frecuencia, cuando nos ponemos en oración, nos parecemos, al campesino del que habla un antiguo autor espiritual. Ha recibido la noticia, de que será recibido en persona por el rey. Es la oportunidad de su vida: podrá presentarle, con sus mismas palabras su petición, pedirle lo que quiere, seguro de que le será concedido. Llega el día, y el buen hombre, emocionadísimo, llega ante la presencia del rey; y ¿Qué, le pide? ¡Un quintal de estiércol, para sus campos! Era lo máximo, en que había logrado pensar. A veces nosotros, nos comportamos con Dios de la misma manera. Lo que le pedimos, comparado a lo que podríamos pedirle, no es más que un quintal de estiércol, nimiedades que sirven de muy poco, es más, que a veces, incluso, pueden volverse contra nosotros.
San Agustín, era un gran admirador de la Cananea. Aquella mujer, le recordaba a su madre, Mónica. También ella, había seguido al Señor durante años, pidiéndole la conversión de su hijo. No se había desalentado, por ningún rechazo. Había seguido al hijo hasta Italia, hasta Milán, hasta que vio que regresaba al Señor. En uno de sus discursos, recuerda las palabras de Cristo: Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá, y termina, diciendo: Así, hizo la Cananea: pidió, buscó, tocó a la puerta y recibió. Hagamos lo mismo nosotros también y también se nos abrirá.
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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