Glorifiquen a Dios, en su cuerpo. Domingo, 17 de enero 2021 - (Homilía)
- Eduardo Ibáñez García
- 16 ene 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 30 ene 2021
Día del Señor
Tiempo Ordinario I – Ciclo B
Segundo domingo
17 de enero – 2021
Primera lectura: 1 Samuel 3, 3-10. 19
El joven Samuel, servía en el templo, a las órdenes del sacerdote Elí… El Señor, llamó a Samuel y éste respondió: Aquí, estoy. Fue corriendo, a donde estaba Elí y le dijo: Aquí, estoy ¿Para qué, me llamaste? Respondió, Elí: Yo, no te he llamado. Vuelve, a acostarte… De nuevo, el Señor, se presentó y lo llamó, como antes: “Samuel, Samuel”. Este respondió: Habla, Señor; tu siervo, te escucha. (1 Samuel 3, 1. 4-5. 10)
Salmo: 39, 2. 4. 7-10
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Sacrificios y ofrendas no quisiste, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz. No exigiste holocaustos por la culpa, así que dije: Aquí, estoy. (Salmo 39, 7-8)
Segunda Lectura: 1 Corintios 6, 13-15. 17-20
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los corintios les dice: ¿No saben ustedes, que sus cuerpos, son miembros de Cristo? Y el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él. Huyan, por tanto, de la fornicación. Cualquier otro pecado, que cometa una persona, queda fuera de su cuerpo; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo. (1 Corintios 6, 17-18)
Evangelio: San Juan 1, 35-42
El evangelista San Juan, proclama que, estaba Juan el Bautista, con dos de sus discípulos; y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: Este es, el Cordero de Dios. Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos y viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?” Ellos le contestaron:¿Dónde vives, Rabí? (Rabí, significa maestro). Él les dijo: “Vengan a ver”. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día.(Juan 1, 35-39)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Jesús, llama a sus primeros discípulos
(Juan 1)
Este es, el Cordero de Dios. (Versículo 36)
Glorifiquen a Dios, en su cuerpo
El pasaje del Evangelio, nos permite asistir, a la formación del primer núcleo de discípulos, del que se desarrollará primero, el colegio de los apóstoles y a continuación, toda la comunidad cristiana. San Juan Bautista, está aún a orillas del Jordán, junto a dos de sus discípulos, cuando ve pasar a Jesús y no se retiene, de gritar de nuevo: ¡He ahí, el Cordero de Dios! Los dos discípulos comprenden y dejando para siembre al Bautista, se ponen a seguir a Jesús. Viendo que le siguen, Jesús se vuelve y pregunta: ¿Qué, buscan? Le responden, para romper el hielo: Maestro ¿Dónde vives? “Venid y lo veréis”, les contesta Él. Fueron, lo vieron y aquel día se quedaron con Él. Ese momento, pasó a ser para ellos, tan decisivo en sus vidas, que recuerdan hasta la hora, en que ocurrió: eran, cerca de las cuatro de la tarde.
En la segunda lectura, San Pablo, ilustra un rasgo, que debe caracterizar la vida del discípulo de Cristo: la pureza. El cuerpo –dice, entre otras cosas- no es para la fornicación, sino para el Señor y el Señor para el cuerpo... Glorifiquen, por tanto, a Dios con vuestro cuerpo. Tratándose de un tema tan oído y vital, para nuestra sociedad actual, vale la pena dedicarle la atención.
Tal vez, quienes son capaces, de entender mejor el tema de la pureza, son precisamente, los verdaderos enamorados. El sexo, se hace impuro, cuando reduce al otro (o al propio cuerpo) a objeto, a cosa; pero esto es algo que, un verdadero amor rechazará realizar. Muchos, de los excesos en marcha en este campo, tienen algo de artificial, se deben a imposición externa, dictada por razones comerciales y de consumo. No es, como se quiere hacer creer, evolución espontánea de las costumbres, es evolución guiada e impuesta.
Una de las excusas, que contribuyen más a favorecer el pecado de impureza, en la mentalidad común y a descargarlo de toda responsabilidad es que, total, no hace mal a nadie, no vulnera los derechos ni la libertad de los demás, excepto, se dice, que se trate de estupro o violación. Pero no es verdad, que el pecado de impureza, termine en quien lo comete. Todo abuso, dondequiera y por quienquiera que sea cometido, contamina el ambiente moral del hombre, produce una erosión de los valores y crea la que San Pablo define como la ley del pecado y de la que ilustra, el terrible poder de arrastrar a los hombres a la ruina (Romanos, 7, 14-24).
La primera víctima de todo ello, son precisamente los jóvenes. Fenómenos tan reprobados, como la explotación de menores, el estupro y la pedofilia; pero también, ciertas atrocidades cometidas no sobre menores, sino por menores, no nacen de la nada. Son, al menos en parte, el resultado del clima de exasperada excitación, en el que vivimos y en el que los más frágiles sucumben. No fue fácil, una vez que se puso en marcha, detener la avalancha de lodo, que tiempo atrás se abatió, sobre la población de Sarno y otras poblaciones de Campania, destruyéndolas (Esta tragedia, sucedió cerca de Nápoles, ocurrió en mayo de 1998, dejando más de un centenar de muertos, cerca de 200 desaparecidos y numerosos damnificados). Era necesario, evitar la tala de árboles y otros daños ambientales, que hicieron inevitable el corrimiento de tierra. Lo mismo vale, para ciertas tragedias de fondo sexual: destruidas las defensas naturales, aquellas se hacen inevitables.
Pero hoy, ya no basta con una pureza hecha de miedos, tabúes, prohibiciones, de fuga recíproca entre el hombre y la mujer, como si cada uno de ellos fuera, siempre y necesariamente, una insidia para el otro y un enemigo potencial, en vez de, como dice la Biblia, una ayuda. Es necesario hacer hincapié, en defensas ya no externas, sino internas, basadas en convicciones personales. Se debe cultivar la pureza por sí misma, por el valor positivo que representa para la persona y no sólo por los apuros de salud o de buen nombre, a los que expone su trasgresión.
La pureza, asegura lo más precioso, que existe en el mundo: la posibilidad, de acercarse a Dios. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios(Mateo 5, 8),dijo Jesús. No le verán sólo un día, tras la muerte, sino ya ahora: en la belleza de lo creado, de un rostro, de una obra de arte; le verán en sus propios corazones.
Adaptación del texto de la homilía del P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
Comments