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Homilía del día domingo, 17 de mayo - 2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 16 may 2020
  • 4 Min. de lectura

Dia del Señor


Tiempo de Pascua – Ciclo A

Sexto domingo

17 de mayo – 2020


  • Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 8, 5-8. 14-17

Felipe, bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo... Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria, había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan... Entonces Pedro y Juan, impusieron las manos sobre ellos, y recibieron el Espíritu Santo. (Hechos 8, 5. 14. 17)


  • Salmo: 65, 1-7. 16. 20

Que aclame al Señor, toda la tierra. Celebremos su gloria y su poder, cantemos un himno de alabanza, digamos al Señor: Tu obra. es admirable. Las obras del Señor, son admirables. Aleluya. (Salmo 65, 1-3)


  • Segunda lectura: 1 Pedro 3, 15-18

San Pedro, apóstol de Cristo Jesús, a los judíos que viven fuera de Israel, les dice: Hermanos: Cristo murió, una sola vez y para siempre, por los pecados de los hombres: Él, el justo, por nosotros los injustos, para llevarnos a Dios; murió en su cuerpo y resucitó glorificado. (1 Pedro 3, 18)


  • Evangelio: San Juan 14, 15-21

El evangelista San Juan, proclama que, Jesús dijo a sus discípulos: Si me aman, cumplirán mis mandamientos; yo le rogaré al Padre y Él les enviará otro Consolador, que esté siempre con ustedes, el Espíritu de verdad”. (Juan 14, 3-7)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

Jesús, promete enviar el Espíritu Santo

(Juan 14)


"...el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes." (v 16).

 

Ser paráclitos


En el Evangelio Jesús, habla del Espíritu Santo a los discípulos, con el término Paráclito, que significa consolador o defensor o las dos cosas a la vez. En el Antiguo Testamento, Dios es, el gran consolador de su pueblo. Este Dios de la consolación (Romanos 15, 4), se ha encarnado en Jesucristo, quien se define de hecho, como el primer consolador o Paráclito (Juan 14, 15). El Espíritu Santo, siendo aquel que continúa la obra de Cristo y que lleva a cumplimento las obras comunes de la Trinidad, no podía dejar de definirse, también Él, Consolador, el Consolador que estará con vosotros para siempre, como le define Jesús. La Iglesia entera, después de la Pascua, tuvo una experiencia viva y fuerte del Espíritu como consolador, defensor, aliado, en las dificultades externas e internas, en las persecuciones, en los procesos, en la vida de cada día. En Hechos de los Apóstoles, leemos: La Iglesia se edificaba y progresaba en el temor del Señor y estaba llena de la consolación (¡paráclesis!) del Espíritu Santo (Hechos 9, 31).

Debemos ahora, sacar de ello una consecuencia práctica para la vida. ¡Tenemos que, convertirnos nosotros mismos en paráclitos! Si bien es cierto, el cristiano debe ser otro Cristo, es igualmente cierto, que debe ser otro Paráclito. El Espíritu Santo no sólo nos consuela, sino que nos hace capaces, de consolar a los demás. La consolación verdadera viene de Dios, que es el Padre de toda consolación. Viene, sobre quién está en la aflicción; pero no se detiene en él; su objetivo último se alcanza, cuando quien ha experimentado la consolación, se sirve de ella, para consolar a su vez al prójimo, con la misma consolación con la que él ha sido consolado por Dios. No se conforma, con repetir estériles palabras de circunstancia, que dejan las cosas igual (¡Ánimo, no te desalientes; verás que todo sale bien!), sino transmitiendo el auténtico consuelo que dan las Escrituras, capaz de mantener viva nuestra esperanza (Romanos 15, 4). Así se explican los milagros, que una sencilla palabra o un gesto, en clima de oración, son capaces de obrar a la cabecera de un enfermo. ¡Es Dios, quien está consolando, a esa persona a través de ti!

En cierto sentido, el Espíritu Santo nos necesita, para ser Paráclito. Él quiere consolar, defender, exhortar; pero no tiene boca, manos, ojos, para dar cuerpo a su consuelo. O mejor, tiene nuestras manos, nuestros ojos, nuestra boca. La frase del Apóstol, a los cristianos de Tesalónica: Confórtense mutuamente (1 Tesalonicenses 5, 11), literalmente se debería traducir: sean paráclitos los unos de los otros. Si la consolación, que recibimos del Espíritu, no pasa de nosotros a los demás, si queremos retenerla egoístamente, para nosotros, pronto se corrompe. De ahí el porqué, de una bella oración atribuida a San Francisco de Asís, que dice: Que no busque tanto ser consolado como consolar, ser comprendido como comprender, ser amado como amar...

A la luz de lo que he dicho, no es difícil descubrir que existen hoy, a nuestro alrededor, paráclitos. Son aquellos, que se inclinan sobre los enfermos terminales, sobre los enfermos de Sida, quienes se preocupan, de aliviar la soledad de los ancianos, los voluntarios que dedican, su tiempo a las visitas en los hospitales. Los que se dedican, a los niños víctimas de abuso de todo tipo, dentro y fuera de casa. Terminamos esta reflexión, con los primeros versos de la Secuencia de Pentecostés, en la que el Espíritu Santo es invocado como el consolador perfecto: Ven, Padre de los pobres; ven, Dador de gracias, ven, luz de los corazones. Consolador perfecto, dulce huésped del alma, dulcísimo alivio. Descanso en la fatiga, brisa en el estío, consuelo en el llanto.

Adaptación del texto de la Homilía del

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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