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Homilía del día domingo, 17 de noviembre – 2019

  • Eduardo Ibáñez García
  • 16 nov 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 9 may 2021


Día del Señor


Tiempo Ordinario – Ciclo C

Trigésimo tercer domingo

17 de noviembre – 2019

  • Primera lectura: Malaquías 3, 19-20

Ya viene el día del Señor, ardiente como un horno; y todos los soberbios y malvados, serán como la paja. El día que viene los consumirá, dice el Señor, hasta no dejarles ni raíz ni rama. Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos”. (Malaquías 3, 19-20)

  • Salmo: 97, 5-9

Regocíjese todo ante el Señor, porque ya viene a gobernar el orbe. Justicia y rectitud serán las normas, con las que rija a todas las naciones. Toda la tierra, ha visto al Salvador. (Salmo: 97, 9)

  • Segunda lectura: II Tesalonicenses 3, 7-12

San Pablo, les dice a los de Tesalónica: Hermanos: Cuando estaba entre ustedes, les decía una y otra vez: El que no quiera trabajar, que no coma. Y ahora vengo a saber, que algunos de ustedes viven como holgazanes, sin hacer nada; y además, entrometiéndose en todo. (II Tesalonicenses 3, 10-11)

  • Evangelio: San Lucas 21, 5-19

El evangelista San Lucas, proclama que, a sus discípulos les dijo Jesús: "Los traicionaron hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, no caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”. (Lucas 21, 16-19)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

Si alguno, no quiere trabajar, que tampoco coma


La Biblia, desde la primera página presenta a Dios, que trabaja durante seis días y descansa el séptimo. El trabajo forma parte, por lo tanto, de la naturaleza originaria del hombre, no de la culpa ni del castigo. El trabajo manual, es tan digno como el intelectual y espiritual. Jesús, mismo dedica una veintena de años, al primero y sólo un par de años al segundo.

 

El Evangelio de este domingo, forma parte de los famosos discursos, sobre el fin del mundo, característicos de los últimos domingos del año litúrgico. Parece, que en una de las primeras comunidades cristianas, la de Tesalónica, había creyentes, que sacaban de estos discursos de Cristo, una conclusión errónea: es inútil afanarse, trabajar y producir; porque total, todo está a punto de terminarse; mejor vivir al día, sin asumir compromisos a largo plazo, tal vez viviendo un poco del cuento.


A estos, responde San Pablo en la segunda lectura: Nos hemos enterado, de que hay entre ustedes, algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A estos, les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo, a que trabajen con sosiego, para comer su propio pan. Al comienzo del pasaje, San Pablo recuerda la regla, que ha dado a los cristianos de Tesalónica: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma.


Esta era una novedad, para los hombres de entonces. La cultura a la que pertenecían, despreciaba el trabajo manual; lo consideraban, degradante para la persona, como para dejarlo a esclavos e incultos. Pero la Biblia, tiene una visión distinta. Desde la primera página presenta a Dios, que trabaja durante seis días y descansa el séptimo. Todo esto, antes aún de que, en la Biblia se hable del pecado. El trabajo forma parte, por lo tanto, de la naturaleza originaria del hombre, no de la culpa ni del castigo. El trabajo manual, es tan digno como el intelectual y espiritual. Jesús, mismo dedica una veintena de años, al primero (suponiendo, que haya empezado a trabajar, hacia los trece años) y sólo un par de años al segundo.


Un laico escribió: ¿Qué sentido y qué valor tiene nuestro trabajo de laicos, ante Dios? Es verdad que los laicos nos dedicamos también a muchas obras de bien (caridad, apostolado, voluntariado); pero la mayor parte del tiempo y de las energías de nuestra vida, tenemos que dedicarlas al trabajo. Así que, si el trabajo no vale para el cielo, nos encontraremos con bien poco para la eternidad. Todas las personas, a las que hemos preguntado, no han sabido darnos respuestas satisfactorias. Nos dicen: ¡Ofrezcan todo a Dios! ¿Pero, basta esto?


Respondo: No, el trabajo no vale, sólo por la buena intención que se pone al hacerlo o por el ofrecimiento, que se hace de él a Dios por la mañana; vale también por sí mismo, como participación en la obra creadora y redentora de Dios y como servicio a los hermanos. El trabajo humano –dice un texto del Concilio- es para el trabajador y para su familia, el medio ordinario de subsistencia; por él, el hombre se une a sus hermanos y les hace un servicio, puede practicar la verdadera caridad y cooperar, al perfeccionamiento de la creación divina. No sólo esto, sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian, a la propia obra redentora de Jesucristo (Gaudium et spes, 67).


No importa tanto, qué trabajo hace uno, sino cómo lo hace. Esto restablece una cierta igualdad, dejando de lado todas las diferencias (a veces injustas y escandalosas) de categoría y de remuneración. Una persona, que ha desempeñado tareas humildísimas en la vida, puede valer mucho más, que quien ha ocupado puestos de gran prestigio.


El trabajo, se decía, es participación en la acción creadora de Dios y en la acción redentora de Cristo; y es fuente de crecimiento personal y social, pero también, se sabe, es fatiga, sudor y dolor. Puede ennoblecer, pero igualmente puede vaciar y consumir. El secreto es, poner el corazón, en lo que hacen las manos. No es tanto la cantidad o el tipo de trabajo que se hace, lo que cansa, sino la falta de entusiasmo y de motivación. A las motivaciones terrenas del trabajo, la fe añade una eterna: nuestras obras, dice el Apocalipsis, nos acompañarán (Apocalipsis 14, 13).


Adaptación del texto de la

Homilía del P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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