Homilía del día domingo, 18 de octubre - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 17 oct 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 27 nov 2020
Día del Señor
Tiempo Ordinario – Ciclo A
Vigesimonoveno domingo
18 de octubre – 2020
Primera lectura: Isaías 45, 1. 4-6
El profeta Isaías, proclama que, así habló el Señor, a Ciro su ungido, a quien ha tomado de la mano, para someter ante él a las naciones...: "Por amor a Jacob, mi siervo y a Israel, mi escogido; te llamé por tu nombre y te di un título de honor, aunque tú no me conocieras". (Isaías 45, 1. 4)
Salmo: 95, 1. 3-5. 7-10
Cantemos, la grandeza del Señor. Cantemos al Señor un canto nuevo, que le cante al Señor toda la tierra. Su grandeza, anunciemos a los pueblos; de nación en nación, sus maravillas. (Salmo 95, 1. 3)
Segunda Lectura: 1 Tesalonicenses 1, 1-5
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los tesalonicenses les dice: Hermanos, en todo momento damos gracias a Dios por ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar, las obras que manifiestan la fe de ustedes, los trabajos fatigosos que ha emprendido su amor y la perseverancia, que les da su esperanza en Jesucristo, nuestro Señor. (1 Tesalonicenses 1, 2-3)
Evangelio: San Mateo 22, 15-21
El evangelista San Mateo, proclama que, se reunieron los fariseos, para ver la manera de hacer caer a Jesús... Dinos, pues, qué piensas ¿Es lícito o no, pagar el tributo al César? Conociendo Jesús, la malicia de sus intenciones, les contestó: “Hipócritas, ¿Por qué, tratan de sorprenderme? Enséñenme, la moneda del tributo”. Ellos, le presentaron una moneda. Jesús, les preguntó: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?” Le respondieron: Del César. Y Jesús, concluyó: “Den, pues, al César lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios". (Mateo 22, 15. 17-21)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

El impuesto debido al César
(Mateo 22)
Jesús, concluyó: “Den, pues, al César lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios". (Versículo 21)
A Dios lo que es de Dios
Este domingo, el Evangelio, termina con una frase lapidaria de Jesús: Lo del César, devuélvanselo al César; y lo de Dios, a Dios. No: o César o Dios; sino: el uno y el otro, cada uno en su plano. Es el comienzo de la separación, entre religión y política, hasta entonces, inseparables en todos los pueblos y regímenes. Los judíos, estaban acostumbrados, a concebir el futuro reino de Dios, instaurado por el Mesías, como una teocracia; o sea, como un gobierno directo de Dios en la tierra, a través de su pueblo.
En cambio, Cristo, revela un reino de Dios, que está en este mundo, pero no de este mundo, que camina en una longitud de onda distinta y que puede, por ello, coexistir con cualquier régimen, sea éste de tipo sacro o laico.
Se revelan así, dos tipos diferentes, de la soberanía de Dios en el mundo: la soberanía espiritual, que constituye el reino de Dios y que Él, ejercita directamente en Cristo; y la soberanía temporal o política, que Dios ejercita indirectamente, confiándola a la libre elección de las personas y al juego de las causas segundas. César y Dios, no están sin embargo, situados en el mismo plano, porque también, César depende de Dios y debe dar cuentas a Él. Lo del César devuélvanselo al César, significa, por lo tanto: Denle al César, lo que Dios mismo, quiere que sea dado al César. Es Dios el soberano, último de todos. Nosotros, no estamos divididos entre dos pertenencias; no estamos obligados, a servir a dos señores.
El cristiano está libre, para obedecer al Estado, pero también, para resistirle, cuando el Estado se pone contra Dios y su ley. No vale invocar, el principio de la orden recibida de los superiores, como están habituados a hacer ante el tribunal, los responsables de crímenes de guerra. Antes que, a los hombres, hay que obedecer a Dios y a la propia conciencia. No se puede dar al César, el alma que es de Dios. El primero en sacar, las conclusiones prácticas de esta enseñanza, ha sido San Pablo. Él escribe: Sométanse todos, a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad, que no provenga de Dios. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino... Por eso precisamente, pagan los impuestos, porque son funcionarios de Dios, los ocupados asiduamente en ese oficio (Romanos 13, 1...). Pagar legalmente los impuestos, para un cristiano (y para toda persona honesta), es un deber de justicia, una obligación de conciencia. Garantizando el orden, el comercio y todos los servicios, el Estado da al ciudadano algo, por lo cual tiene derecho a una contrapartida, precisamente, para poder seguir dando tales servicios.
La evasión fiscal, cuando llega a ciertas proporciones –nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica-, es un pecado mortal. Es un robo, hecho no al Estado o sea a nadie, sino a la comunidad, esto es, a todos. Ello supone, naturalmente, que también el Estado sea justo y equitativo, al imponer sus tributos.
La colaboración de los cristianos, en la construcción de una sociedad justa y pacífica, no se agota con pagar los impuestos; debe extenderse también, a la promoción de los valores comunes, como la familia, la defensa de la vida, la solidaridad con los más pobres, la paz... Otro ámbito, en el que los cristianos, deberían ofrecer una contribución más incisiva, es la política: no tanto los contenidos, cuanto los métodos, el estilo. Hay que desemponzoñar, el clima de perpetuo litigio, volver a llevar a las relaciones entre los partidos, más respeto y dignidad.
Respeto al prójimo, suavidad, capacidad de autocrítica: son rasgos, que un discípulo de Cristo, debe llevar a todas las cosas, también a la política. Es indigno de un cristiano, abandonarse a insultos, sarcasmo, descender a riñas con el adversario. Si, como dice Jesús, quien dice al hermano ¡estúpido! ya es reo de la gehenna (Mateo 5, 22), ¿Qué sería, de muchos políticos?
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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