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Homilía del día domingo, 19 de enero - 2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 18 ene 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 19 ene 2020

Día del Señor


Tiempo Ordinario – Ciclo A

Segundo domingo

19 de enero – 2020


  • Primera lectura: Isaías 49, 3. 5-6

El profeta Isaías, proclama que, el Señor le dijo: “Es poco que seas mi siervo, sólo para restablecer a las tribus de Jacob y reunir a los sobrevivientes de Israel; te voy a convertir en luz de las naciones, para que mi salvación llegue, hasta los últimos rincones de la tierra”. (Isaías 49, 6)

  • Salmo: 39, 2. 4. 7-10

Sacrificios y ofrendas no quisiste, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz. No exigiste holocaustos por la culpa, así que dije: Aquí estoy. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. (Salmo 39, 7-8)

  • Segunda lectura: I Corintios 1, 1-3

San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a la comunidad cristiana que está en Corinto, les dice: les deseo la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre y de Cristo Jesús, el Señor. (I Corintios 1, 1-3)

  • Evangelio: San Juan 1, 29-34

El evangelista San Juan, proclama que, vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él y exclamó: “Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”. (Juan 1, 29)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II



 

¡He ahí el Cordero de Dios!


El cordero, en la Biblia y en otras culturas, es el símbolo del ser inocente, que no puede hacer daño a nadie, sino sólo recibirlo. En otras palabras, Jesús es, por excelencia, el Inocente que sufre.

 

En el Evangelio escuchamos a Juan el Bautista, que presentando a Jesús al mundo, exclama: ¡He ahí el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo! El cordero, en la Biblia y en otras culturas, es el símbolo del ser inocente, que no puede hacer daño a nadie, sino sólo recibirlo. Siguiendo este simbolismo, en la primera carta de San Pedro, el le llama a Cristo el cordero sin mancha, que, ultrajado, no respondía con ultrajes; y sufriendo, no amenazaba con venganza. En otras palabras, Jesús es, por excelencia, el Inocente que sufre.


Se ha escrito, que el dolor de los inocentes, es la roca del ateísmo. Después de Auschwitz, el problema se ha planteado de manera más aguda todavía. Son incontables, los libros escritos en torno a este tema. Parece, como si hubiera un proceso en marcha y se escuchara la voz del juez, que ordena al imputado a levantarse. El imputado en este caso es Dios, la fe.


¿Qué tiene que responder la fe, a todo esto? Ante todo, es necesario que todos, creyentes o no, nos pongamos en una actitud de humildad, porque si la fe no es capaz de explicar el dolor, menos aún lo es la razón. El dolor de los inocentes, es algo demasiado puro y misterioso, como para poderlo encerrar, en nuestras pobres explicaciones. Jesús, que ciertamente tenía, muchas más explicaciones para dar que nosotros, ante el dolor de la viuda de Naím y de las hermanas de Lázaro, no supo hacer nada mejor, que conmoverse y llorar.


La respuesta cristiana, al problema del dolor inocente, se contiene en un nombre: ¡Jesucristo! Jesús no vino, a darnos doctas explicaciones del dolor, sino que, vino a tomarlo silenciosamente sobre sí. Al actuar así, en cambio, lo transformó desde su interior: de signo de maldición, hizo del dolor un instrumento de redención. Más aún: hizo de él, el valor supremo, el orden de grandeza más elevado de este mundo. Después del pecado, la verdadera grandeza de una criatura humana, se mide por el hecho de llevar sobre sí, el mínimo posible de culpa y el máximo posible, de pena del pecado mismo. No está tanto en una u otra cosa, tomadas por separado -esto es, o en la inocencia o en el sufrimiento-, sino en la presencia contemporánea de las dos cosas, en la misma persona. Este es un tipo de sufrimiento, que acerca a Dios. Sólo Dios, de hecho, si sufre, sufre como inocente en sentido absoluto.


Sin embargo, Jesús, no dio sólo un sentido al dolor inocente; le confirió también un poder nuevo, una misteriosa fecundidad. Contemplemos qué brotó del sufrimiento de Cristo: la resurrección y la esperanza para todo el género humano. Pero, miremos lo que sucede a nuestro alrededor. ¡Cuánta energía y heroísmo suscita con frecuencia, en una pareja, la aceptación de un hijo discapacitado, postrado durante años! ¡Cuánta solidaridad insospechada, en torno a ellos! ¡Cuánta capacidad de amor que, si no, sería desconocida!


Lo más importante, en cambio, cuando se habla de dolor inocente, no es explicarlo, sino evitar aumentarlo con nuestras acciones y nuestras omisiones. Pero tampoco basta, con no aumentar el dolor inocente; ¡Es necesario procurar aliviar el que exista! Ante el espectáculo de una niña aterida de frío, que lloraba de hambre, un hombre gritó, un día, en su corazón a Dios: ¡Oh Dios! ¿Dónde estás? ¿Por qué no haces algo por esa pequeña inocente? Y Dios le respondió: Claro que he hecho algo por ella: ¡te he hecho a ti!


Adaptación del texto de la homilía del

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap


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