Homilía del día domingo, 19 de julio - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 18 jul 2020
- 6 Min. de lectura
Día del Señor
Tiempo Ordinario – Ciclo A
Decimosexto domingo
19 de julio – 2020
Primera lectura: Sabiduría 12, 13. 16-19
No hay más Dios que tú, Señor, que cuidas de todas las cosas. Has enseñado a tu pueblo, que el justo debe ser humano; y has llenado a tus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta. (Sabiduría 12, 13. 19)
Salmo: 85, 5-6. 9-10. 15-16
Puesto que eres, Señor, bueno y clemente; y todo amor, con quien tu nombre invoca; escucha mi oración y a mi súplica da respuesta pronta. Tú, Señor, eres bueno y clemente. (Salmo: 85, 5-6)
Segunda lectura: Romanos 8, 26-27
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los romanos les dice: Hermanos: El Espíritu, nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir, lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo, intercede por nosotros con gemidos, que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que conoce profundamente los corazones, sabe lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega conforme a la voluntad de Dios, por los que le pertenecen. (Romanos 8, 26-27)
Evangelio: San Mateo 13, 24-43
El evangelista San Mateo, proclama que, Jesús propuso esta parábola a la muchedumbre: “El Reino de los cielos se parece, a un hombre que sembró buena semilla en su campo... Cuando crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la cizaña... Los trabajadores, le dijeron ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero el dueño, les contestó: No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de cosechar; y cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas, para quemarla; y luego, almacenen el trigo en mi granero”. (Mateo 13, 24. 26. 28-30)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

El trigo y la hierba mala
(Mateo 13)
"Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de cosechar..." (v 30)
El trigo y la cizaña
Con tres parábolas, Jesús, presenta en el Evangelio la situación de la Iglesia en el mundo. La parábola del grano de mostaza, que se convierte en un árbol, indica el crecimiento del Reino, no tanto en extensión, sino en intensidad; con relación a la levadura, indica la fuerza transformadora del Evangelio, que levanta la masa y la prepara para convertirse en pan.
Los discípulos, comprendieron fácilmente estas dos parábolas; pero esto no sucedió con la tercera, la del trigo y la cizaña; y Jesús tuvo, que explicárselas a parte.
El sembrador, dijo, era él mismo; la buena semilla, los hijos del Reino; la cizaña, los hijos del maligno; el campo, el mundo; y la siega, el fin del mundo.
Esta parábola de Jesús, en la antigüedad, fue objeto de una memorable disputa, que es muy importante, tener presente también hoy. Había espíritus sectáreos, donatistas, que resolvían la cuestión de manera simplista: por una parte, está la Iglesia -¡su iglesia!-, constituida sólo por personas perfectas; por otra, el mundo lleno de hijos del maligno, sin esperanza de salvación. A estos, se les opuso san Agustín: el campo, explicaba, ciertamente es el mundo, pero también en la Iglesia; lugar en el que viven codo a codo santos y pecadores; y en el que hay lugar, para crecer y convertirse. Los malos -decía- están en el mundo o para convertirse o para que por medio de ellos, los buenos ejerzan la paciencia.
Los escándalos, que de vez en cuando sacuden a la Iglesia, por tanto, nos deben entristecer, pero no sorprender. La Iglesia, se compone de personas humanas, no sólo de santos. Además, hay cizaña también, dentro de cada uno de nosotros, no sólo en el mundo y en la Iglesia}; y esto, debería quitarnos la propensión, a señalar con el dedo a los demás. Erasmo de Roterdam, respondió a Lutero, quien le reprochaba su permanencia en la Iglesia católica, a pesar de su corrupción: Soporto a esta Iglesia, con la esperanza de que sea mejor, pues ella también está obligada a soportarme, en espera de que yo sea mejor.
Pero quizá, el tema principal de la parábola, no es el trigo ni la cizaña, sino la paciencia de Dios. La liturgia lo subraya, con la elección de la primera lectura, que es un himno a la fuerza de Dios, que se manifiesta bajo la forma de paciencia e indulgencia. Dios no tiene simple paciencia, es decir, no espera al día del juicio, para después castigar más severamente. Se trata de magnanimidad, misericordia, voluntad de salvar.
La parábola del trigo y de la cizaña, permite una reflexión de mayor alcance. Uno de los mayores motivos de malestar, para los creyentes y de rechazo de Dios, para los no creyentes; ha sido siempre, el desorden que hay en el mundo. El libro bíblico de Qoelet (Eclesiastés), que tantas veces se hace portavoz, de las razones de los que dudan y de los escépticos, escribía: Todo le sucede igual al justo y al impío... Bajo el sol, en lugar del derecho, está la iniquidad, y en lugar de la justicia la impiedad (Qoelet 3, 16. 9,2). En todos los tiempos se ha visto, que la iniquidad triunfa y que la inocencia queda humillada. Pero, -como decía el gran orador Bossuet- para que no se crea, que en el mundo hay algo fijo y seguro, en ocasiones se ve lo contrario, es decir, la inocencia en el trono y la iniquidad en el patíbulo.
La respuesta a este escándalo, ya la había encontrado el autor de Qoelet; Dije en mi corazón: Dios juzgará al justo y al impío, pues allí hay un tiempo para cada cosa y para toda obra (Qoelet 3, 17). Es lo que Jesús llama, en la parábola el tiempo de la siega. Se trata, en otras palabras, de encontrar el punto de observación adecuado, ante la realidad de ver las cosas, a la luz de la eternidad.
Es lo que pasa, con algunos cuadros modernos que, si se ven de cerca, parecen una mezcla de colores sin orden ni sentido, pero si se observan desde la distancia adecuada, se convierten en una imagen precisa y poderosa.
No se trata de quedarse, con los brazos cruzados ante el mal y la injusticia, sino de luchar con todos los medios lícitos, para promover la justicia y reprimir la injusticia y la violencia. A este esfuerzo, que realizan todos los hombres de buena voluntad, la fe añade una ayuda y un apoyo de valor inestimable, la certeza de que la victoria final, no será de la injusticia, ni de la prepotencia, sino de la inocencia.
Al hombre moderno, le resulta difícil aceptar la idea, de un juicio final de Dios sobre el mundo y la historia, pero de este modo se contradice, pues él mismo se rebela a la idea, de que la injusticia tenga la última palabra. En muchos milenios de vida sobre la tierra, el hombre se ha acostumbrado a todo; se ha adaptado a todo clima, inmunizado a muchas enfermedades. Hay algo a lo que nunca se ha acostumbrado, a la injusticia. Sigue experimentándola, como intolerable. Y a esta sed de justicia, responderá el juicio. Ya no sólo será querido por Dios, sino también por los hombres; y paradójicamente, también por los impíos. En el día del juicio universal -dice el poeta Paul Claudel-, no sólo bajará del cielo el Juez, sino que se precipitará a su alrededor toda la tierra.
¡Cómo cambian las vicisitudes humanas, cuando se ven desde este punto de vista, incluidas, las que tienen lugar en el mundo de hoy! Tomemos el ejemplo, que tanto nos humilla y entristece a nosotros, los italianos, el crimen organizado, la mafia la ndrangheta, la camorra..., y que con otros nombres, está presente en muchos países. Recientemente, el libro Gomorra de Roberto Saviano; y la película que se ha hecho sobre él, han documentado el nivel de odio y de desprecio, alcanzado por los jefes de estas organizaciones; así como el sentimiento de impotencia y casi de resignación de la sociedad ante este fenómeno.
En el pasado, hemos visto personas de la mafia, que han sido acusadas de crímenes horrorosos, defenderse con una sonrisa en los labios, poner en jaque a jueces y tribunales, reírse ante la falta de pruebas. Como si, librándose de los jueces humanos, habrían resuelto todo. Si pudiera dirigirme a ellos, les diría: ¡no se hagan ilusiones, pobres desgraciados; no han logrado nada! El verdadero juicio, todavía debe comenzar. Aunque acaben sus días en libertad, temidos, honrados e incluso, con un espléndido funeral religioso, después de haber dado grandes ofertas a obras pías, no habrán logrado nada. El verdadero Juez, les espera detrás de la puerta; y no, se le puede engañar. Dios, no se deja corromper.
Debería ser, por tanto, motivo de consuelo para las víctimas y de saludable susto, para los violentos lo que dice Jesús, al concluir su explicación sobre la parábola de la cizaña: De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad; y los arrojarán, en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol, en el Reino de su Padre.
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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