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Homilía del día domingo, 2 de febrero - 2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 1 feb 2020
  • 4 Min. de lectura

Día del Señor


Tiempo Ordinario – Ciclo A

Cuarto domingo

2 de febrero – 2020

La Presentación del Señor


  • Primera lectura: Malaquías 3, 1-4

El profeta Malaquías, proclama que, esto dice el Señor: “De improviso, entrará en el santuario el Señor, a quien ustedes buscan; el mensajero de la alianza, a quien ustedes desean". (Malaquías 3, 1)

  • Salmo: 23, 7-10

Y ¿quién es el rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos, es el rey de la gloria. El Señor, es el rey de la gloria. (Salmo 23, 10)

  • Segunda lectura: Hebreos 2, 14-18

San Pablo, apóstol por la gracia de Dios, les dice a sus Hermanos: Jesús no vino a ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham; por eso, tuvo que hacerse semejante a sus hermanos en todo. (Hebreos 2, 16)

  • Evangelio: San Lucas 2, 22-40

El evangelista San Lucas, proclama que, vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios... que, movido por el Espíritu, fue al templo; y cuando José y María, entraban con el niño Jesús, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador. (Lucas 2, 25. 27-30)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

Jesús es presentado en el templo

(Lucas 2)


Todo varón primogénito, será presentado al Señor (v. 23)

Simeón tomó al niño en sus brazos y bendijo a Dios con estas palabras: Porque mis ojos han visto a tu salvador, que has preparado y ofreces a todos los pueblos (v. 30-31)

 

La fiesta de la Presentación de Jesús en el templo


Es llamada también, fiesta del encuentro; y en la liturgia, se dice al inicio, que Jesús va al encuentro de su pueblo; es el encuentro entre Jesús y su pueblo. Cuando María y José, llevaron a su niño al Templo de Jerusalén, tuvo lugar el primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado por los dos ancianos Simeón y Ana.


Ese fue un encuentro en el seno de la historia del pueblo, un encuentro entre los jóvenes y los ancianos: los jóvenes eran María y José, con su recién nacido; y los ancianos eran Simeón y Ana, dos personajes que frecuentaban siempre el Templo.


Observemos lo que el evangelista San Lucas nos dice de ellos, cómo les describe. De la Virgen y San José, repite cuatro veces, que querían cumplir lo que estaba prescrito por la Ley del Señor (San Lucas 2, 22-24. 27). Se entiende, casi se percibe, que los padres de Jesús tienen la alegría, de observar los preceptos de Dios; sí, la alegría de caminar en la Ley del Señor. Son dos recién casados, apenas han tenido a su niño; y están totalmente animados, por el deseo de realizar lo que está prescrito. Esto no es un hecho exterior, no es para sentirse bien, ¡no! Es un deseo fuerte, profundo, lleno de alegría. Es lo que dice el Salmo: Mi alegría es el camino de tus preceptos... Tu ley será mi delicia (Salmo 119, 14. 77).


¿Y qué dice San Lucas, de los ancianos? Destaca más de una vez, que eran conducidos por el Espíritu Santo. De Simeón, afirma que era un hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel y que el Espíritu Santo estaba con él (San Lucas 2, 25); dice que el Espíritu Santo le había revelado que antes de morir vería al Cristo, al Mesías (v. 26); y por último que fue al Templo impulsado por el Espíritu (v. 27). De Ana dice luego, que era una profetisa (v. 36), es decir, inspirada por Dios; y que estaba siempre en el Templo sirviendo a Dios con ayunos y oraciones (v. 37). En definitiva, estos dos ancianos están llenos de vida. Están llenos de vida porque están animados por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus peticiones...


He aquí el encuentro entre la Sagrada Familia y estos dos representantes del pueblo santo de Dios. En el centro está Jesús. es Él quien mueve a todos, quien atrae a unos y a otros al Templo, que es la casa de su Padre.


Es un encuentro, entre los jóvenes llenos de alegría, al cumplir la Ley del Señor y los ancianos llenos de alegría, por la acción del Espíritu Santo. Es un singular encuentro, entre observancia y profecía, donde los jóvenes son los observantes y los ancianos son los proféticos. En realidad, si reflexionamos bien, la observancia de la Ley está animada por el Espíritu mismo; y la profecía, se mueve por la senda trazada por la Ley. ¿Quién está, más lleno del Espíritu Santo que María? ¿Quién es más dócil, que ella a su acción?


A la luz de esta escena evangélica, miremos a la vida consagrada como un encuentro con Cristo: es Él quien viene a nosotros, traído por María y José; y somos nosotros quienes vamos hacia Él, conducidos por el Espíritu Santo. Pero en el centro está Él, porque Él lo mueve todo, Él nos atrae al Templo, a la Iglesia, donde podemos encontrarle, reconocerle, acogerle y abrazarle.


Jesús, viene a nuestro encuentro en la Iglesia, a través del carisma fundacional de un Instituto: ¡es hermoso pensar así, nuestra vocación! Nuestro encuentro con Cristo tomó su forma en la Iglesia, mediante el carisma de un testigo suyo, de una testigo suya. Esto siempre nos asombra y nos lleva a dar gracias.


Y también, en la vida consagrada se vive el encuentro entre los jóvenes y los ancianos, entre observancia y profecía. No lo veamos como dos realidades contrarias; dejemos más bien, que el Espíritu Santo anime a ambas; y el signo de ello es la alegría: la alegría de observar, de caminar en la regla de vida; y la alegría de ser conducidos por el Espíritu, nunca rígidos, nunca cerrados, siempre abiertos a la voz del Dios que habla, que abre, que conduce, que nos invita a ir hacia el horizonte.


Hace bien a los ancianos, comunicar la sabiduría a los jóvenes; y hace bien a los jóvenes, recoger este patrimonio de experiencia y de sabiduría; y llevarlo adelante, no para custodiarlo en un museo, sino para llevarlo adelante, afrontando los desafíos, que la vida nos presenta; llevarlo adelante, por el bien de las respectivas familias religiosas y de toda la Iglesia.


Que la gracia de este misterio, el misterio del encuentro, nos ilumine y nos consuele en nuestro camino. Amén.


Adaptación del texto de la homilía del

Papa Francisco

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